22/2/08

Seres de luz, por Leonardo Boff

La luz es uno de los mayores misterios del universo. Solamente entendiéndola a la vez como partícula material y como onda energética podemos comprenderla más o menos adecuadamente. Hoy sabemos que todos los seres vivos emiten luz, biofotones, a partir del ADN de las células. Por eso todos irradian una cierta aura.

No sin razón la luz y el sol se han convertido en símbolos poderosos de todo lo que es positivo y vital. Especialmente el sol radiante es visto como el gran arquetipo del héroe y del luchador que vence las tinieblas con los monstruos que eventualmente se esconden en ellas. Su aparición cada mañana no es una repetición, sino que cada vez es una novedad, pues siempre es diferente. Es un teatro cósmico que comienza da cappo, como si Dios dijese al sol cada mañana: «Vamos, ¡hazlo otra vez! ¡Vuelve a nacer! Irradia tu luz sobre todos y en todas las direcciones».

En la mayor parte de los pueblos existía el temor de que el sol tal vez pudiese ser tragado por las tinieblas y no volviera a nacer y a iluminar la Tierra y a cada uno de nosotros. Se crearon rituales y fiestas que celebraban la victoria del Sol sobre las tinieblas. Por ejemplo, la fiesta romana del Sol Invictus, del «Sol Invencible», que posteriormente dio origen a la navidad cristiana, la fiesta del nacimiento de Dios encarnado, llamado «el Sol de Justicia». Las fiestas de junio con sus hogueras tienen tras ellas la experiencia del sol, pues tiene lugar el solsticio (de invierno en Sur, de verano en el Norte).

Se tenía, y se tiene todavía hoy la experiencia emocionante de que el Sol, con sus rayos de luz, nace como si fuera un niño. A medida que sube en el firmamento va creciendo como un adolescente hasta llegar a la edad adulta al mediodía. Por la tarde va languideciendo y envejeciendo, hasta morir tras la línea del horizonte. Pero, pasada la noche, vuelve a nacer, limpio, brillante, sonriente como un niño. ¿Cómo no celebrarlo festivamente? ¿Cómo no entenderlo como signo de la Realidad origen de todas las cosas?

De hecho, es una imagen poderosa de Dios, como lo cantó san Francisco en su «Cántico al Hermano Sol». Ninguna metáfora de la divinidad es más poderosa que la de la luz y la del Sol. La experiencia misma de la luz hizo surgir la palabra Dios. Ésta deriva de la palabra di del sánscrito, que significa brillar e iluminar. De di viene «día» y «Dios», como expresión de una experiencia de luz y de iluminación. Como dice san Juan: «Dios es luz» (1Jn 1,5). Como dice san Pablo, «Él habita en una luz inaccesible» (1Tim 6,16). Jesús se autopresenta como luz: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no ande en las tinieblas» (Jn 12,46). El Verbo encarnado es «vida y luz de los seres humanos», «luz verdadera que ilumina a toda persona que viene a este mundo» (Jn 1.4.9). Con razón es presentado por eso como «la luz del mundo» (Jn 9,5). Los que siguen a Cristo como luz deben vivir «como hijos de la luz» (Ef 5,8). Y «el fruto de la luz es todo lo que es bueno, justo y verdadero» (Ef 5,9). Más aún, cada seguidor debe ser también «luz del mundo» (Mt 5,14).

Como tan bien reza la liturgia de los funerales: «Que las almas de los fieles difuntos no caigan en las tinieblas, sino que el arcángel San Miguel las conduzca a la luz santa. Y brille sobre ellos la luz perpetua».

Todos nosotros somos seres de luz. Fuimos formados originalmente en el corazón de las grandes estrellas rojas, hace miles de millones de años. Llevamos luz dentro de nosotros, en nuestro cuerpo, en el corazón y en la mente. Sobre todo, la luz de la mente nos permite comprender los procesos de la naturaleza y penetrar en lo íntimo de las personas, hasta en el misterio luminoso de Dios.


Fuente: Koinonia

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