CRISEI
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LA BIT�CORA DE RAFAEL MARIN
es-ESCopyright rafamarinrafamarinrafamarinCRISEI ON THE ROAD AGAIN
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Vuelvo a la carretera. Los viejos blogueros nunca dicen nunca. Por si quieren ustedes continuar, aqu� seguir� mientras tenga algo que decir:
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Nuevo blog: <a href="https://crisei.com">CRISEI</a>MEMENTO MORI, UNA HISTORIA DE ORA PRO NOBIS
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<IMG SRC="https://d1n11wevxmtw6b.cloudfront.net/p/o/7e/325de789dc5507e.jpg">VICTORIA, cr�tica de Miguel Matesanz
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Empezamos este 2019 con la estupenda "Ora pro nobis" del gran Rafael Mar�n y lo terminamos con la extraordinaria "Victoria" del gran Rafael Mar�n, autor grande al cuadrado, para m� (ya lo dej� dicho por aqu� hace once meses) el mejor escritor espa�ol de los �ltimos treinta y cinco a�os, o al menos el que m�s me entretiene y deleita como lector al que le importa por igual tanto la forma como el contenido, ese infrecuente equilibrio que s�lo unos pocos artistas logran alcanzar y que Mar�n despacha con la aparente y enga�osa soltura de un creador en vena permanente. La primera y la �ltima rese�a de este 2019 cierran el c�rculo de la maestr�a, porque si un t�tulo se ha ganado Mar�n con la larga lista de libros que ha publicado es el de maestro, para todos cuantos han escrito al mismo tiempo que �l y para todos cuantos vendr�n, las generaciones futuras acosadas por el cambio clim�tico y la incertidumbre econ�mica y social y la ausencia de un horizonte que despierte anhelo en sus corazones. Quiz� esos j�venes autores del futuro no lleguen a conocerlo, quiz� no sepan de �l ni de sus obras, porque en este mundo de consumo acelerado cada vez resulta m�s dif�cil que un escritor evite las fauces del Tiempo, pero si hay uno, entre todos cuantos se dedican al arte de contar historias en Espa�a, que merezca ser le�do, recordado, apreciado, es �l, porque no andamos sobrados de maestros, y �l lo es, por eso est� aqu� hoy, en la �ltima rese�a de este 2019, al tim�n de la Victoria, para demostrar la clase de escritor y maestro y navegante que es.
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El 20 de septiembre de 1519 se hizo a la mar, desde Sanl�car de Barrameda, una flota de cinco naves cuyos nombres ya forman parte de la leyenda: San Antonio, Santiago, Trinidad, Concepci�n y Victoria. Comandaba la expedici�n el portugu�s Fernando de Magallanes, con el mandato de la Corona espa�ola de abrir una ruta comercial con las islas de las especias, las Molucas. �Existir�a un paso entre el Oc�ano Atl�ntico y el Pac�fico? Exist�a. A duras penas, dieron con �l. El 6 de septiembre de 1522, tres a�os despu�s de su partida, la Victoria atrac� en Sanl�car, capitaneada por el vasco Juan Sebasti�n Elcano. De cinco naves, s�lo una regres�. De los doscientos treinta y nueve miembros que iniciaron la singladura, s�lo dieciocho volvieron al puerto de origen, convertidos en los h�roes que lograron completar la primera circunnavegaci�n de la Tierra. Estos son los hechos, los datos fundamentales. Ahora, olvidemos la Historia y hablemos de literatura.
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Lo que podr�a haber sido en otras manos una novela de encargo (autor solvente acomete la narraci�n de un hecho hist�rico aprovechando la celebraci�n del quinto centenario de tan memorable suceso) se convierte, por obra y gracia del inmenso talento de Mar�n, en una obra vibrante, poderosa, la �nica escrita en pantalla panor�mica de todas cuantas he le�do este a�o, m�s grande que la vida y, al mismo tiempo, tan humana como cualquiera de nosotros, una novela que no se limita a narrar una expedici�n mar�tima con todas sus peripecias, sino que acomete la empresa may�scula de involucrarnos por entero en la aventura, convirtiendo a los lectores en mucho m�s que en testigos: los convierte en miembros de la tripulaci�n comandada por Magallanes, gracias a la estilizada fisicidad de la narraci�n y a la primera persona con la que se nos cuenta la historia.
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Francesco Antonio de Pigafetta, hombre de ciencias y con af�n de saberes, ser� el pr�ctico que nos guiar� en esta apasionante traves�a narrativa. Desde su privilegiada posici�n, muy pr�xima a Magallanes, tendremos acceso expedito a todos los puntos de inter�s de la aventura: la reservada y altiva personalidad del capit�n, con sus enigm�ticas decisiones; el recelo del resto de los capitanes y las intrigas de poder que sacuden las aguas con m�s fuerza que el viento embravecido; los encuentros con diferentes enclaves de ind�genas, entre la incertidumbre y la necesidad del trueque y el m�s puro espanto; y, por encima de todo, la vida en la mar, retratada con la minuciosidad justa, con nervio y tambi�n con serenidad, con una mirada reflexiva que convierte el relato en una cr�nica certera y demoledora de la cara oculta de la �pica, de los imperios, del hombre enfrentado a s� mismo y a los dem�s.
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Es en esta actitud premeditadamente reflexiva de la voz narradora donde Mar�n encuentra la entonaci�n perfecta para que su obra surque libremente las aguas y termine alcanzando la gloria, o la victoria (perd�n por la gracieta). Casi todos los cap�tulos comienzan con una frase de car�cter lapidario que determina metaf�ricamente cuanto est� a punto de suceder. Primero, la reflexi�n, preparando al lector para que no se fije s�lo en los hechos que puede ir imaginando gracias a esa frase inicial, sino para que centre su atenci�n en los detalles importantes, aquellos que los libros de historia nunca mencionan, o prefieren ignorar. Y despu�s, combinaci�n milagrosa, el aliento po�tico (en oposici�n al �pico) con el que la primera persona del narrador expresa sus sensaciones frente a la zozobra de la vida en el mar.
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S�, la vida en tres a�os. La vida concentrada en una aventura irrepetible. La vida a merced de los elementos, como la de todos y cada uno de nosotros. La vida a merced de nosotros mismos.
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Les aseguro que no se me ocurre mejor libro, entre todos cuantos he le�do en 2019, para cerrar este a�o. Para cerrar el c�rculo. Para conmemorar no el Quinto Centenario de la primera circunnavegaci�n de la Tierra, sino para conmemorar la vida, la aventura que debe ser la vida y, sobre todo, la aventura que debe ser, siempre, la creaci�n. Rafael Mar�n, se quiera enterar o no el personal, ha circunnavegado la creaci�n a lo largo de los �ltimos treinta y cinco a�os sin miedo alguno a los motines o a los acantilados del negocio editorial. Mar�n ha circunnavegado la creaci�n para fortuna de todos aquellos que hemos disfrutado de la visita de cada uno de sus barcos, siempre elegantes y hermosos, siempre surcando las aguas en pantalla panor�mica. Aqu� tienen el �ltimo de sus barcos. Pueden embarcar en �l o quedarse en puerto, viendo c�mo se aleja. Lo bueno que tienen los lectores es que siempre son libres. Nadie decide por ellos. Hagan lo que hagan, disfruten de estas fiestas que ya se nos echan encima, como una tormenta perfecta, y para el a�o que viene les deseo, c�mo no, que la vida les ofrezca, c�mo no, esa Victoria, al menos una, que cada uno de ustedes desea.
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De coraz�n, disfruten de la traves�a.VADE RETRO
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El Neanderthal, en su roca de Europa, neg� el paso a los Cro-Magnon que ven�an de �frica. El hambre los mat� a uno y a otros. Y ya no hubo historia.VICTORIA, cr�tica literaria
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Un barco agoniza como agoniza un hombre:
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resoplando, resistiendo, intentando arrancar al viento otro segundo,
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poco importa que esa misma supervivencia implique
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un instante replicado de dolor y de agon�a.
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Cruje como la respiraci�n de un moribundo,
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silba y desentona, al encuentro del olvido final.
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Hay esperanza mientras los pulmones funcionen, mientras las velas se hinchen
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y se arranque un nudo m�s a la resistencia de las olas.
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Con tan magn�fico p�rrafo comienza esta epop�yica novela sobre una de las mayores gestas de todos los tiempos. Y con tan intensas palabras cruzamos la pasarela, inquietos ya, embarc�ndonos en un relato salvaje. Al tim�n, un prestigioso capit�n, versado y curtido en andanzas e innumerables traves�as: Rafael Mar�n.
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De inmediato despierta nuestras ansias de aventuras, la emoci�n de devorar cada p�rrafo, cada p�gina, cada cap�tulo…; saboreando de manera voraz esta recreaci�n veraz de la haza�a que abraz� la redondez del mundo por vez primera. Una vieja proeza acaecida hace quinientos a�os a la que debe su g�nesis el fen�meno de m�s rabiosa actualidad; ese que hoy, cinco siglos despu�s, denominamos globalizaci�n.
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La globalizaci�n comienza entonces, cuando Homero se reencarna en un noble veneciano, caballero de la Orden de Malta, con algunos temores, pero repleto de ansias de empresas azarosas, riqueza y fama, se enrola en la primera expedici�n que se dirige hacia las Indias pasando por el Nuevo Mundo. La ruta es fruto del conocimiento y osad�a de dos portugueses: Fern�o de Magalh�es y Rui Faleiro, a los que su rey hab�a ninguneado despreci�ndolos. Deciden dirigirse a la corte espa�ola y se trasladan hasta aquel Valladolid cortesano, donde fueron escuchados por un joven monarca reci�n llegado y que pronto se convertir�a, adem�s, en emperador.
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El apoyo del rey Carlos les muda en s�bditos espa�oles. Ruy Falero queda en tierra y Fernando de Magallanes parte como almirante de una flota de cinco naos y doscientos cincuenta hombres. La intensidad de la empresa inmortalizar� a sus grandes protagonistas, convirtiendo a Magallanes en �yax el Grande; y a Elcano, uno de sus marinos m�s experimentados, en el mism�simo Ulises. Y, como �ste tard� pero consigui� regresar a su �taca, a diferencia de su vecino de Salamina y Peribea (o nacido portugu�s y muerto espa�ol).
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Literariamente esta soberbia obra de Rafael Mar�n: Victoria, es una hermosa amalgama entre la novela documental, al modo de A Sangre Fr�a de Truman Capote, o Los Desnudos y los Muertos de Norman Mailer; y la novela de aventuras, deudora sin duda de joyas como La Odisea del ya citado Homero, Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino de Julio Verne, fusionada con otros de sus fant�sticos relatos como Miguel Strogoff y Cinco Semanas en Globo; adem�s del gran Joseph Conrad y su alter ego marinero, Marlow, en sus distintas narrativas; y del sin par Alejandro Dumas y su El Conde de Montecristo. Y todos ellos a su vez, salvo por l�gica Homero, son morosos de Antonio de Pigafetta, quien inici� su viaje en Sevilla y lo concluy� en aquel Valladolid cortesano, ahora lugar de residencia de todo un c�sar, pues Carlos aglutinaba ya sobre su testa dos coronas: Rey de Las Espa�as y Emperador del Sacro Imperio Romano Germ�nico.
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Mar�n nos obsequia frases antol�gicas, p�rrafos de un nivel literario rayanos en la perfecci�n tanto de composici�n como de eufon�a, en una prosa �gil y que conduce, a caballo entre el relato original del texto del sobresaliente enrolado y el profuso conocimiento de literatura que el autor nos regala, a devorar cap�tulos con el ansia codiciosa de que comience el siguiente, pero deseando secretamente no acabar el libro. Son sus m�s de trescientas cincuenta p�ginas toda una amalgama de belleza, dolor y esperanza; lo que es la vida misma, incluida la cruz de la moneda �nica: la muerte. Rafael domina todas y cada una de las facetas, mostr�ndonos una nativa brasile�a que nos trae a la memoria la Venus por antonomasia, la de Botticelli, y su sensualidad; describi�ndonos lugares remotos e inh�spitos ajenos a nuestros, a�n hoy demasiado, ojos occidentales; record�ndonos la emoci�n de lo nuevo, porque �se es el eje de este relato: la turbada agitaci�n, el temor y la exaltaci�n por lo inexplorado. En realidad, todo era desconocido, comenzando por la ruta y terminando con las futuras riquezas. Desde el pr�logo en el que descienden de la nao Victoria las dieciocho figuras cadav�ricas humanas que consiguieron arribar a la costa gaditana, al puerto de Sanl�car de Barrameda; hasta el ep�logo, donde esos mismos dieciocho se despiden con la prosa de Lombardo, nombre con el que se inscribi� Pigafetta en tan magna empresa. Con absoluta maestr�a Rafael Mar�n intercala en el devenir de la narraci�n pinceladas, retazos, matices, momentos �gneos y �lgidos de los protagonistas de aquella primera circunnavegaci�n que aun hoy se considera una aut�ntica proeza. L�stima que en el presente que nos ocupa, una de las personalidades p�blicas que tendr�an que enorgullecerse, –y sin embargo obedeciendo vete t� a saber a qu� complejos ocultos–, ha pretendido cambiar el relato de los hechos…
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El autor, Rafael, al que ya consideramos amigo, porque alguien que escribe con esa generosidad no puede ser lo contrario, ni siquiera un simple y t�mido conocido; va desvelando paulatinamente la personalidad de los principales personajes de su relato (y tambi�n del que le sirve de base: Primer Viaje Alrededor del Globo, la cr�nica de aquella primera vuelta al mundo): su fidelidad, su buen quehacer o su ruindad en la huida o dignidad en su muerte; adem�s de describir escueta, pero magistralmente el car�cter de las embarcaciones: su agilidad, poder�o, capacidad de carga,…
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Desde el inicio de su relato, similar a los impactantes comienzos de Dostoievski, Mar�n decide atraparnos, subyug�ndonos con su prosa, estimulando nuestro apetito de lectores fervientes, como un exquisito gastr�nomo que toma un queso emmental, con todos sus orificios y lo convierte en un en�rgico queso curado de oveja castellano, compacto y genuino. Victoria, y todos los que hayan le�do la cr�nica de Pigafetta lo comprender�n a la primera, es una bella y enriquecedora saturaci�n de aquel relato escrito con hambre y sed, oleaje y calma chicha, calor y fr�o, culpa y esperanza, amor y odio, sangre y l�grimas, pero ardiente de deseos: de aventura, de riquezas, de descubrimientos… cuando la moneda a pagar era la vida, tal y como dice Rafael en su obra y nos permite atisbar el vicentino en la suya.
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Ya sabr�n que este pa�s es un gran pa�s desde que Escipi�n decidi� desembarcar para frenar a An�bal y uni� toda aquella pen�nsula. Y a pesar de los nacionalismos (todos) que no hacen m�s que ensuciar por exceso o por insulto (sin saber que no insulta quien quiere sino quien puede); y de los cohibidos pol�ticos que ahora tenemos, por desgracia tan faltos de conocimientos de esta grandeza pasada que ni se han parado a homenajear una gesta tan impresionante como la primera vuelta al mundo, para no ofender a alguien que lleva cinco siglos ex�nime…
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Quien conozca hace tiempo la obra del gaditano Rafael Mar�n sabr� de su enorme genio literario. Los que no hayan tenido a�n el placer de disfrutar sus creaciones, no dejen de deleitarse con su �ltima novela: Victoria. Es sencillamente una obra maestra.
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Para finalizar, nos sumamos a la gentil honra que todos los integrantes de tan enorme audacia merecen, no s�lo los dieciocho que llegaron al puerto de Sanl�car de Barrameda sino los doscientos cincuenta que partieron del mismo. Terminamos con un pasaje, el final, del libro de Pigafetta:
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El martes bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo,
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con un cirio en la mano, para visitar la iglesia de Nuestra Se�ora de la Victoria
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y la de Santa Mar�a la Antigua, como lo hab�amos prometido
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hacer en los momentos de angustia.
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De Sevilla part� para Valladolid, donde present� a la Sacra Majestad
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de don Carlos, no oro ni plata, sino cosas que eran a sus ojos mucho m�s preciosas.
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Entre otros objetos, le obsequi� un libro escrito de mi mano,
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en el cual hab�a apuntado d�a por d�a todo
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lo que nos hab�a acontecido durante el viaje.
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Carlos Giralda / Pilar Ca�ibano
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Revista AtticusVICTORIA, LA ODISEA DE MAGALLANES Y ELCANO
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<img src="https://d1n11wevxmtw6b.cloudfront.net/p/o/32/PB9788417389932.jpg">RESE�A DE ORA PRO NOBIS POR MIGUEL MATESANZ
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<img src="https://apachelibros.com/357-large_default/ora-pro-nobis.jpg">
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Para que las cosas nos vayan lo mejor posible durante este 2019, vamos a empezar el a�o como Dios manda: top�ndonos con la Iglesia y con el mejor escritor espa�ol de literatura de g�nero de todos los tiempos. As� es la cosa, un dos por uno que no tiene desperdicio, un ofert�n para empezar el a�o con buen pie y mejores lecturas, un detallico de este negociado que vela en todo momento por el �ptimo aprovechamiento, queridos todos, de su tiempo de ocio.
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�Y qu� mejor propuesta para iniciar este nuevo ejercicio fiscal y literario que un libro de esos que se devoran de una sentada? O de tres, porque tres son los relatos que conforman la nueva obra del gran Rafa Mar�n: dos que bordean las cien p�ginas cada uno y un tercero, que es el segundo en el orden de presentaci�n, de apenas doce y que es una demostraci�n apabullante del poder�o narrativo de este autor incombustible y ejemplar, el m�s en�rgico y exquisito a la hora de imaginar aventuras y pesadillas con mucha intenci�n y con una prosa que suele tender a la excelencia en mi canon particular.
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Los m�s viejos del lugar ya habr�n adivinado que este Rafael Mar�n es el mismo Rafael Mar�n Trechera que firm�, hace nada menos que treinta y cinco a�os, la mejor novela de ciencia ficci�n que se haya escrito en Espa�a, L�grimas de luz, una joyita que hoy resulta muy dif�cil encontrar en formato f�sico, algo que dice mucho sobre lo colosalmente ingrato que siempre ha sido el negocio editorial, aunque existe la posibilidad de descargar el ebook gracias al sello Sportula, comandado por otro cl�sico de la literatura de g�nero patria, Rodolfo Mart�nez. Este Rafael Mar�n es el mismo Rafael Mar�n Trechera que firm� una trilog�a maravillosa titulada La leyenda del navegante o, una vez suprimido el segundo apellido, el gozoso pastiche holmesiano Elemental, querido Chaplin, que habr�a deleitado por igual al investigador de Baker Street, a su anexo disfrazado de doctor y al creador de ambos, por no hablar del actor del bast�n, el bomb�n y los pies a las diez y diez. En 2015 public� una novela de casi mil p�ginas dedicada a Don Juan y titulada tal cual, un texto colosal y deslumbrante que le ha vuelto a confirmar como el gran escritor que siempre ha sido y ser�, se mueva en los campos de juego y en los g�neros en los que se mueva.
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En esta ocasi�n, como ya ha quedado dicho, se adentra en las dependencias m�s rec�nditas y desconocidas de la iglesia cat�lica, all� donde solo pueden acceder el Papa de Roma y sus tres elegidos: el comandante en jefe de la Curia y la reducida tropa de un ej�rcito en lucha eterna contra el Mal. A las sombras m�s oscuras no se las puede combatir con oraciones ni con enc�clicas. Se precisan m�todos m�s contundentes y radicales. As� es como entran en escena nuestros tres aguerridos protagonistas: Esa� Falconi, Ismael Nero y �ngela de Ory. La guardia pretoriana de la Luz.
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Hagamos en este mismo instante un rebobinado temporal y vayamos al a�o 2000. Es en ese entonces cuando Rafael Mar�n es fichado por nada menos que la editorial Marvel para escribir los guiones de la m�tica serie mensual protagonizada por Los Cuatro Fant�sticos. Lo acompa�a en esa portentosa empresa el dibujante Carlos Pacheco, que ya hab�a colaborado con Mar�n en los guiones de otra serie marvelita, la de los Inhumanos. Si para ambos debi� de ser un sue�o imaginar nuevas aventuras de Reed Richards y compa��a, para los lectores espa�oles supuso un �xtasis que nos llen� de orgullo y satisfacci�n. �Era la hora de las tortas gaditanas!
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�Por qu� les cuento esto? Pues porque si le quitas un fant�stico al famoso cuarteto, te quedan Los Tres Fant�sticos de la Santa Madre Iglesia, que es lo que vienen a ser los protagonistas de esta novela. Ni Esa� Falconi se estira como Reed Richards, ni tampoco Ismael Nero se convierte en una llama viviente como Jhonny Storm, ni la hermosa �ngela de Ory es capaz de volverse invisible como Sue Storm, se�ora de Richards, pero, en el fondo, lo que Rafael Mar�n nos presenta en esta fant�stica obra es a un grupo de superh�roes sin poderes… o, para ser m�s preciso, con todos los poderes que el mandato papal les puede otorgar.
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Contado as�, puede que a m�s de uno el asunto le resulte gracioso (y, en el fondo, lo es, aunque ese fondo sea muy profundo y le pillemos el puntito, sobre todo, los que conocemos sobradamente la trayectoria del autor), pero Mar�n se toma muy en serio las andanzas y las tribulaciones de este supergrupo divino y nos sumerge de golpe, y sin ninguna clase de prevenci�n, en un universo de espantos que le sirve no solo para enganchar y angustiar al lector, sino, sobre todo, para reflexionar sobre asuntos muy actuales y, en �ltima instancia, desvelar el lado turbio de la fama, el glamour, el adocenamiento de las redes sociales y el envilecido precio del triunfo all� donde no existe mayor recompensa que la desolaci�n eterna.
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Esto es literatura de g�nero de mucha calidad, o lo que es lo mismo: literatura de mucha altura, da igual el g�nero al que pueda adscribirse. Mar�n domina los resortes de la narraci�n en todo momento y nos deja tres relatos que fascinan y aterran por igual. Su estilo, esa forma milagrosa de encadenar las palabras y las frases para regalarnos im�genes potent�simas y estilizadas, sigue funcionando como una maquinaria perfecta en la que nada sobra ni falta.
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�Qu� quieren que les diga? Da gusto leer a este autor. Aunque sus querencias personales y argumentales le hayan podido alejar durante a�os del gran p�blico, es uno de los mejores narradores de nuestro pa�s. La elegancia en la expresi�n y en la construcci�n, el ritmo medido, los s�miles exquisitos y unos personajes que, siendo profundamente humanos, consiguen trascender la mera an�cdota de sus pesquisas y enfrentamientos para convertirse en el principal sustento de la creaci�n (con min�scula y con may�scula, tanto da) son solo algunos de los elementos que convierten esta obra en una completa gozada. Puede que los lectores m�s estirados piensen que leer esta clase de libro es un placer culpable, un pecado literario, pero no hay tal. No peca quien lee a Rafael Mar�n, sino quien ignora a un autor que escribe (imposible acabar de otro modo) como Dios.
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MIGUEL MATESANZ, publicada en "La Ventana de la Agencia" el 14 de enero de 2019.JOHN BUSCEMA: EL EMPERADOR DE TODAS LAS TEM�TICAS
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No estuvo en Marvel desde el principio, pero sin �l no puede entenderse lo que fue Marvel. Hoy, el aficionado a la historieta es cicatero y miope y juzga la validez del medio y su afici�n a partir de su experiencia limitada o de lo que otros le han dicho que tiene que ser su baremo. As�, glorificando la figura capital de Jack Kirby (en detrimento de la otra figura capital que fue Stan Lee), se ha pasado por alto (o, peor a�n, se ha ignorado) la aportaci�n important�sima que, durante d�cadas, realiz� John Buscema.
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Reconozc�moslo hoy como se reconoci� en su momento: los c�mics Marvel explotaron durante sus cinco o seis primeros a�os de vida una est�tica fe�sta y un tanto deslavazada, �pica de andar por casa, un tropel de emociones y personajes m�s grandes que la vida que pillaron a contrapi� a la Distinguida Competencia, donde todo era armon�a y blandura. Las est�ticas casi contrapuestas de Kirby y Ditko, m�s los autores de menos calado que los imitaron (quiz� sobre todo en narrativa) no llegaron al grado de estilizaci�n m�xima y a la belleza formal hasta que la editorial recupera la figura de Buscema, que se hab�a retirado de los c�mics y trabajaba en publicidad y que, aprovechando los rifirrafes que ya empezaban a producirse entre Stan Lee y sus colaboradores, entra en la Casa de las Ideas con cierta timidez, sin aspavientos (quiz� lo mismo sucedi� con el otro esteta reclutado en la segunda hornada, John Romita Sr.), para estallar como la bomba creativa que fue en cuanto se afianz� en la manera exagerada y grandilocuente de narrar e hizo suyos a los personajes, a quienes dot� de la armon�a y el sex-appeal del que hasta entonces carec�an.
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Buscema tiene una formaci�n cl�sica y bebe de tres grandes de los c�mics de prensa (Foster, Raymond, Hogarth), pero su estilo est� ya hecho y, desde su electrizante aparici�n en The Avengers solo puede mejorar de n�mero a n�mero. Cierto, su paso por Fantastic Four o The Mighty Thor quiz� no deslumbre (�no quiso Big John intentar hacerle sombra a Jack Kirby?), pero su deslumbrante Silver Surfer y su joya de la corona Conan the barbarian, nos demuestran pronto que Buscema no debe nada a nadie y lo consolida a los ojos de los lectores (y a los de Stan Lee, que no era tonto precisamente) como el mascar�n de proa, el referente de lo que es Marvel.
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La magia de los l�pices de Buscema picotea en todas las series, en portadas, en los n�meros uno de toda colecci�n que se precie. Y en Savage Sword of Conan, realizando lo que hoy podr�amos llamar “novelas gr�ficas” si nos diera la tontuna, y entintado por un tropel de dibujantes diferentes que no siempre hicieron justicia a sus l�pices, Buscema no solo no pierde su fuerza imparable, sino que, de los pinceles ajenos, nos muestra una versatilidad que nos lo multiplica. Podemos quejarnos de las tintas puntuales de alg�n n�mero, pero tambi�n podemos agradecer que nos ofreciera muchas est�ticas y muchos Buscemas diferentes. Nunca, de todas formas, fue m�s sutil y hermoso su trabajo que en las demasiado pocas ocasiones en que se entint� a s� mismo.
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Buscema fue el alma de Marvel durante d�cadas. Su list�n de calidad nunca baj� del sobresaliente, y tarde o temprano la historia tendr� que reivindicar su memoria como lo que fue: el emperador de todas las tem�ticas.
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CISCO KID: EL VAQUERO M�S GUAPO
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Aunque tambi�n hiciera suyos temas adultos y ofreciera en ocasiones el escenario ideal para desarrollar para nuestro tiempo temas equivalentes a la tragedia griega, el western fue durante buena parte del siglo veinte una distracci�n para todos los p�blicos, el ensue�o de ni�os por todo el planeta. Eso explica en parte su larga supervivencia y quiz� tambi�n su declive: sobreexplotaci�n por un lado (en especial con la llegada de la televisi�n y las muchas series del oeste que tantos conocimos en nuestra ya lejana infancia), y la misma incapacidad de adaptar aquella visi�n del mundo en blanco y negro (buenos muy buenos, malos muy malos, ninguna gama de grises en medio) al escepticismo, la iron�a y la desconfianza en los valores sociales que la guerra del Vietnam (y, en el g�nero, el spaghetti western) trajeron de la mano ya en las postrimer�as de los a�os sesenta.
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Grandes autores de cine hicieron grandes pel�culas, a menudo a partir de historias menores de autores menores (el western fue antes que nada g�nero period�stico, luego pliego de cordel, diversi�n sencilla con pocos nombres de relumbr�n en lo literario), pero hubo cientos de pel�culas de bajo presupuesto y simples planteamientos, Tom Mix y sus imitadores, ya desde el principio de la historia del cine: recordemos que el mism�simo John Ford, alfa y omega del g�nero, comenz� dirigiendo peliculitas veloces hasta que ofreci� la primera gran revisi�n del western con La diligencia (Stagecoach, 1939).
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Curiosamente, la historieta parece que dud� en acercarse al g�nero. M�s all� de los comic books (que, en su inicio, ten�an la calidad art�stica que en d�cadas posteriores podr�amos asimilar a los fanzines), en la aristocracia de los peri�dicos apenas cabe citar el Red Ryder de Fred Harmann o las obras (tan influidas por John Ford, Harold Foster y Alex Raymond) de Warren Tuffs: Casey Ruggles y Lance.
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Cisco Kid tiene su origen en lo literario. M�s concretamente, en un relato de O. Henry ya en 1907, The Caballero’s Way, donde nuestro jinete del sombrero y las chorreras es… nada menos que el malo. Y malo fue en su primera aparici�n cinematogr�fica, para convertirse ya en la segunda (para que luego hablemos de resettings) en uno de los buenos. Y bueno es en la tard�a adaptaci�n al c�mic de prensa (unos a�os antes ya hubo comic books) que realizan entre 1951 y 1967 Rod Reed a los guiones y el argentino Jos� Luis Salinas a los dibujos.
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Acompa�ado por su fiel escudero Pancho, trasunto de Sancho Panza sin su sabidur�a de pueblo, contrapunto c�mico a las heroicidades del protagonista, Cisco Kid puede englobarse en la revisi�n realista que los c�mics en general y los c�mics de prensa en particular experimentaron tras la Segunda Guerra Mundial. Es un c�mic amable, extraordinariamente bien dibujado, afectado por la pol�tica imperante de reducir las historias a un n�mero determinado de semanas. Jam�s tuvo una p�gina dominical donde Salinas pudiera haberse explayado experimentando con formatos y tama�os de vi�etas; es, en cierto modo, un western infantil donde los misterios se solucionan r�pido y la pareja protagonista parte a otra aventura donde encontrar� m�s de lo mismo: los malos muy malos, los buenos muy sencillos, las bellas muy bellas que se enamoran (igual que �l) del Cisco Kid, el vaquero m�s guapo de cuantos ha habido en la historia de los c�mics, un dandy impoluto y lampi�o que siempre sonr�e y que, como un Don Juan del oeste, conquista y suspira y no se deja atrapar ni por las maquinaciones de sus enemigos ni por los sue�os de matrimonio de las f�minas que se encuentra a su paso.
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Salinas demuestra su capacidad para dibujar retratos: los primeros planos son fabulosos, las chicas espectaculares, los caballos veloces. Sus malos son inconfundibles a primera vista (ah� tienen ustedes a ese delicioso Red Riata, trasunto del actor Wallace Beery). Sus paisajes, quiz�, no son todo lo ricos que podr�a esperarse, en tanto en ocasiones parecen demasiado pedregosos y �ridos (Salinas dibujaba desde Argentina, ya que no quer�a que su hijo acabara combatiendo en Corea) y los planos se antojan demasiado lejanos. Es un western donde prima le emoci�n y lo rom�ntico sobre las complicaciones de la trama y la acci�n violenta que en ocasiones retrotrae a las cabalgadas de Tom Mix y los vaqueros de sombrero blanco que iniciaron la leyenda del oeste en las pel�culas de cine mudo.
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FLASH GORDON/JUNGLE JIM: JINETES DE SELVAS Y ESPACIOS
http://crisei.blogalia.com//historias/77732
<img src="https://www.zonanegativa.com/imagenes/2017/02/Flash-Gordon.jpg">
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El medio era tan joven que a�n no ten�a el nombre con el que, equ�vocamente, nos empe�ar�amos todos en llamarlo durante muchas d�cadas. Los t�tulos que los peri�dicos ofrec�an en sus p�ginas no eran ya exactamente “funnies”, ni eran, como luego, “comics” (sin la tilde), y sus dibujantes eran “cartoonists” aunque trabajaran en series continuadas y desarrolladas en secuencias, no necesariamente en caricaturas ni en una sola vi�eta. El medio era tan joven que todav�a pod�a explorar y expandirse, buscar soluciones narrativas y recursos gr�ficos.
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Los c�mics (llam�moslos as�, a fin de cuentas, ahora ya con tilde obligatoria) quiz� desarrollaron la est�tica “realista” (aunque no lo fuera) precisamente por esa necesidad de b�squeda de recursos (la expresividad del primer plano o la espectacularidad del plano general vienen inmediatamente a la cabeza), as� como la necesidad de los artistas de demostrar que eran algo m�s, mucho m�s que caricaturistas. Aunque cada uno disponga de caracter�sticas propias, la influencia del medio hermano, el cine, no puede soslayarse, ni tampoco las modas sociales de cada momento, sus miedos, sus anhelos. Hab�a terreno virgen por explorar en tem�ticas y est�ticas. Quiz�, como hemos visto tantas veces antes y luego, nadie quiso ser el primero en abrir senda: es siempre m�s seguro ser el segundo.
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Con ilustres precedentes (�qui�n puede negar que los mundos on�ricos de Little Nemo no instan al sue�o de la aventura, o que la valent�a tan de Harold Lloyd del peque�o Wash Tubbs, o el sarcasmo viajero de Popeye no estaban ya haciendo cosquillas a la aventura?), los c�mics estallaron en busca de nuevos potenciales con la publicaci�n casualmente simult�nea de dos t�tulos que buscaban el apoyo de la literatura de masas y, al menos uno de ellos, contaba con la bendici�n de la popularidad del cine: desde 1929, el exotismo selv�tico de Tarzan of the Apes y los mundos futuros de Buck Rogers in the 25th Century reventaron las fronteras de la narrativa dibujada. Apenas dos a�os m�s tarde, fruto de la popularidad del cine de g�nsteres y de los propios hampones en el mundo real, aparece Dick Tracy, el sabueso detective que gan� su placa de un d�a para otro (las cosas de los c�mics) y que se convirti� en el primero y m�s implacable de los muchos polic�as de ficci�n que vinieron luego.
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Hab�a mundos por explorar, mundos a los que hacer la competencia. Si los c�mics, en sus entregas diarias o sus hermosos suplementos dominicales, ayudaban a vender peri�dicos, y ya exist�an los precedentes de fichajes y trasvases de una agencia de prensa (los “syndicates”) a otros, tanto de autores como de personajes, no es extra�o que, en aquellos a�os en que el medio de la aventura diera sus primeros pasos balbuceantes, se buscaran autores capaces de enfrentarse al reto de arrebatar lectores a los autores pioneros. La buena fortuna, o el destino, quiso que King Features Syndicate contara ya entre sus filas con un joven que apuntaba maneras, aunque nadie quiz� hubiera podido imaginar entonces que acabar�a por convertirse en uno de los m�s grandes.
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Alexander “Alex” Gillespie Raymond hab�a nacido en 1908, en una familia cat�lica de New Rochelle. Aunque ten�a buena mano para el dibujo, la muerte de su padre, ingeniero civil, y la necesidad familiar lo encaminaron hacia una prometedora carrera como corredor de bolsa. El crack de 1929 y la Gran Depresi�n lo desviaron de ese mundillo y lo hicieron volcarse en su afici�n art�stica. Hizo de ayudante y luego de “negro” para autores como Russ Westover en Tillie the Toiler y, una vez en King Features Syndicate, de Lyman Young y su hermano mayor Chic. Con el tiempo, hemos podido advertir, por un lado, la estilizaci�n de la est�tica de Blondie y su inocente sensualidad fruto de la influencia del joven ayudante, y sobre todo, la inclusi�n en las aventuras selv�ticas que ya no los abandonar�an de aquella pareja de j�venes vagabundos, Tim Tyler y Spud, nuestros Jorge y Fernando .
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Raymond era joven, r�pido y ambicioso. Estar a la sombra de otros autores, sin reconocimiento autoral, y con un sueldo exiguo, no era suficiente. Es de suponer, adem�s, que tanto los artistas con quienes trabajaba como los jefes para los que ofrec�a su labor art�stica estaban al tanto de las capacidades de la joven promesa. Ante la necesidad de enfrentar a Buck Rogers con otro h�roe espacial (y Brick Bradford, creado en 1933, acabar�a si�ndolo, pero entonces a�n no lo era), KFS empez� a buscar un t�tulo que pudiera luchar con sus mismas armas.
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Alex Raymond present� un proyecto que fue rechazado por su falta de acci�n, la historia de un grupo de cient�ficos donde uno de ellos, no el protagonista, se llamaba ya “Flash”. Un segundo intento, algo m�s estilizado, fue rechazado tambi�n. Se buscaba la aventura y el exotismo, un poco al estilo de las novelas de John Carter de Marte de Edgar Rice Burroughs, cuyos derechos no pudieron conseguirse . El tercer intento de Raymond, ya con el nombre Flash Gordon y la peripecia como motor de arranque, recibi� el visto bueno. Al socaire del �xito de la novela de 1933 When Worlds Collide (Cuando los mundos chocan, llevada finalmente al cine en 1951), y ocupando dos tercios de la segunda p�gina en color de los peri�dicos dominicales, Flash Gordon ofrec�a aventura a raudales, un no parar de situaciones al l�mite, villanos orientales, razas alien�genas, mujeres hermosas de erotismo deudor de la descocada d�cada que quedaba atr�s. Y muchos prestamos art�sticos del gran Harold Foster, lo cual nos indica la admiraci�n que el joven Raymond sent�a por el ya maduro maestro y, m�s que ninguna otra cosa, las prisas con las que ten�a que abordar su trabajo.
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Porque, si Flash Gordon se enfrentaba a Buck Rogers, la p�gina de los peri�dicos quedaba completada por otra serie del mismo autor, Jungle Jim, donde se intentaba ofrecer una respuesta “civilizada” a Tarzan y se contaban las aventuras desaforadas, igualmente sin pies ni cabeza, de un explorador y cazador de fieras vivas (basado en el popular cazador Frank Buck y con el f�sico del hermano menor del propio Raymond, Jim) en una improbable Malasia donde hay leones, tigres, tribus de “negros”, malvados orientales, femme fatales y hombres blancos que se reflejan en su mayor�a como explotadores sin escr�pulos. Y todav�a tendr�a Alex Raymond tiempo para dibujar las entregas diarias, con supuestos guiones de Dashiell Hammett, de Secret Agent X-9.
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Cualquier otro habr�a sucumbido en el proceso, pero Raymond era joven y, ya se ha dicho, ambicioso. Con los guiones un tanto inanes de Don Moore (que no firmar�a su colaboraci�n hasta los tiempos de Austin Briggs), las dos series en color ir�an explorando no tanto la aventura colonial o la fantas�a espacial como el desarrollo y el avance de la capacidad cuasi m�gica del dibujante. De todos los autores de c�mics que en el mundo han sido (quitando a Foster, que ya comenz� su andadura en la perfecci�n y nunca se separ� de ella) se espera que evolucionen en su grafismo, que tengan buenos y malos momentos, que se adocenen o acaben por repetirse en f�rmulas c�modas. No es el caso de Alex Raymond, quien, esteta inquieto, explora y mejora de semana en semana, experimentando con tramas, rayados, formatos de vi�eta, del barroco al clasicismo, buscando siempre la belleza absoluta. Nadie, en la historia de los c�mics, ha sido capaz, ni antes ni despu�s, de evolucionar de la manera en que lo hizo Alex Raymond, desde sus titubeantes inicios como dibujante an�nimo hasta su temprana muerte en 1956.
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Durante diez a�os, Raymond dibujar�a sus dos series dominicales (abandon� pronto la presi�n de las tiras diarias de X-9), hasta que, inquieto siempre, se ofreci� voluntario al cuerpo de marines, pese a su edad, para participar en la Segunda Guerra Mundial. Volver�a tras la contienda al mundo civil y crear�a, en Rip Kirby (1946), una nueva obra maestra, pero sus personajes primeros gozar�an de vida m�s all� de la espectacular progresi�n gr�fica de su autor, no solo en el medio de los c�mics de prensa, sino tambi�n, como es sabido, en seriales radiof�nicos, cine de serie Z para los s�bados, comic books, series de televisi�n, dibujos animados, abundante merchandising y al menos una pel�cula de alto presupuesto.
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Pero los aut�nticos Jim de la Jungla y Flash Gordon son los que, desde 1934 y hasta 1944, poblaron de sue�os, aventuras ex�ticas, experimentaci�n sin l�mite y glamour las p�ginas en color de los peri�dicos de su tiempo. Esos que podemos disfrutar, aqu�, de nuevo, ahora.
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