tag:blogger.com,1999:blog-176994452024-02-20T21:44:19.012-03:00Algunas RespuestasTodos tenemos preguntas sobre las cuestiones que más influyen en la vida: las referidas a Dios.<br />
Aquí encontrarás algunas respuestas razonadas a dudas, preguntas, prejuicios, etc., que tengas, no entiendas, escuches con frecuencia, o necesites explicar a otros acerca de la fe católica.<br />
En principio está escrito para personas con fe, ya que la doy por supuesta en las explicaciones (a quienes no la tienen, les tendría que explicar las cosas de otra manera).P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comBlogger27125tag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-88935178010351349922011-02-04T15:29:00.002-03:002012-11-22T19:19:44.469-03:00<div align="center"><span style="font-family:georgia;font-size:180%;color:#cc0000;">ESTE BLOG SE MUDO A </span></div><div align="center"> </div><div align="center"><a href="http://algunasrespuestas.wordpress.com/">WWW.ALGUNASRESPUESTAS.COM</a></div><div align="center"> </div><div align="center"><span style="font-family:georgia;font-size:180%;color:#cc0000;">Te invitamos a visitarnos allí</span></div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-47293872002715012672007-11-20T19:30:00.000-03:002007-11-20T19:34:13.252-03:00¿Es pecado faltar a Misa el domingo?<span style="" lang="ES-TRAD"><o:p></o:p></span><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">La respuesta a esta pregunta podría ser muy corta: <o:p></o:p></span> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p></o:p></span><span style="font-size:100%;"><b style=""><i style=""><span lang="ES-TRAD">Sí, faltar a Misa –sin un motivo serio que lo justifique– es pecado grave.<o:p></o:p></span></i></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p>Quizá interese detenernos un poco a analizar porque esto es así.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span><span style="font-size:100%;"><b style=""><i style=""><span lang="ES-TRAD">¿Y por qué faltar a Misa el domingo es un pecado?<o:p></o:p></span></i></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Porque dejando de asistir dejamos de cumplir voluntariamente una obligación grave que tenemos. Y el incumplimiento de un deber grave, es una falta grave. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Por eso el punto de partida de esta cuestión es la consideración de la ley de la Iglesia que manda participar en la Misa los domingos y días festivos.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:100%;"><b style=""><i style=""><span lang="ES-TRAD">¿Por qué puede ser pecado, si quien falta a Misa no hace mal a nadie?<o:p></o:p></span></i></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">La gravedad de los pecados no se mide por cuánto mal hace a otros, sino por la ofensa que representa a Dios. Por eso, por ejemplo la blasfemia es un pecado grave, aunque ninguna otra persona la escuche.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Por otro lado quien falta a Misa el domingo se hace daño a sí mismo y a la Comunidad eclesial a la que pertenece. La <i style="">falta</i> de Dios es una carencia peligrosa: hace daño al alma. <o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:100%;"><b style=""><i style=""><span lang="ES-TRAD">¿Cuales son las obligaciones del católico?<o:p></o:p></span></i></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Los católicos, además de los Diez Mandamientos que resumen la ley natural y que son válidos para todos los hombres –no sólo para los cristianos-, tenemos otras obligaciones específicas por serlo: son los cinco Mandamientos de la Iglesia. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Se trata de algunos deberes que regulan y encauzan la forma concreta de ser católicos: cómo nosotros amamos a Dios y le rendimos culto en la Iglesia. Entre ellos se encuentra la obligación de participar en la Santa Misa los domingos y fiestas de precepto.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Es una de las obligaciones más básicas de los católicos. <o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Sorprendentemente algunos católicos desconocen sus obligaciones. Y otros no acaban de creerse que existan verdaderos deberes que los obliguen. Piensan que por ser el amor la máxima ley cristiana, todo tendría que ser amor espontáneo, sin obligaciones. Pero esto no es así, ya que el amor es muy exigente: cuánto más amor, más exigencia de manifestarlo y de evitar todo lo que lo ofenda.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:100%;"><b style=""><i style=""><span lang="ES-TRAD">¿Es un consejo o es una ley?<o:p></o:p></span></i></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Es importante distinguir los consejos y las leyes. Una cosa son las recomendaciones de cosas buenas que nos dan para ayudarnos a ser mejores: “procurá ayudar a los demás”, “tratá de rezar el Rosario”, etc. En este caso haremos lo que nos parezca oportuno, pero sin estar obligados en conciencia a seguir dichos consejos. Obviamente no pecamos, si decidimos no seguir un consejo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Otra muy distinta son las leyes que nos obligan en conciencia: las leyes establecen estrictos deberes.<o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style="font-size:100%;"><b style=""><i style=""><span lang="ES-TRAD">Entonces, ¿el incumplimiento de las leyes es pecado? <o:p></o:p></span></i></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Tenemos que distinguir entre la ley divina –que viene directamente de Dios- y la ley eclesiástica –dictada por la Iglesia para concretar modos de servir y honrar a Dios.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">La ley divina regula cuestiones esenciales de la vida, por lo que no admite excepciones: su incumplimiento siempre es malo, no puede no ser pecado. Es el caso de los Diez Mandamientos. <o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">En cambio, la ley eclesiástica trata de unas concreciones mínimas de la Iglesia para ayudarnos a vivir la vida cristiana y no tiene intención de obligar cuando existe una grave dificultad para cumplirla. Por esto la ley eclesiástica no me obliga cuando su cumplimiento me representa una incomodidad grave: si un domingo estoy enfermo o tengo otra dificultad que me lo hace muy difícil no tengo obligación de ir a Misa. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Pero en situaciones normales obliga de tal manera que su incumplimiento es pecado.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Porque el desprecio de la ley de la Iglesia no puede ser bueno. Y no darle importancia, dejar voluntariamente de cumplirla, sin motivo, supone de hecho un desprecio.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Como no es una cuestión de opiniones personales, sino de lo establecido por la Iglesia, que es quien ha establecido las leyes eclesiásticas. <o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Veamos ahora qué nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica acerca de estos <span style=""> </span>mandamientos (he resaltado con negrita las partes específicas sobre este tema). <o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoHeading7" style="margin: 6pt 1cm;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">LOS MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2041<span style=""> </span>Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en esta línea de una vida moral ligada a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. <b style=""><i style="">El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo</i></b>. Los mandamientos más generales de la santa Madre Iglesia son cinco:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2042<span style=""> </span> El primer mandamiento (oír misa entera y los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles") exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor y las fiestas litúrgicas principales en honor de los misterios del Señor, de la Santísima Virgen María y de los santos, en primer lugar participando en la celebración eucarística, y descansando de aquellos trabajos y ocupaciones que puedan impedir esa santificación de estos días (cf CIC can. 1246-1248; CCEO, can. 880, § 3; 881, §§ 1. 2. 4).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><span style=""> </span>El segundo mandamiento ("confesar los pecados mortales al menos una vez al año") asegura la preparación para la Eucaristía mediante la recepción del sacramento de la Reconciliación, que continúa la obra de conversión y de perdón del Bautismo (cf CIC can. 989; CCEO can.719).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><span style=""> </span>El tercer mandamiento ("recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua") garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en conexión con el tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana (cf CIC can. 920; CCEO can. 708. 881, § 3).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2043<span style=""> </span>El cuarto mandamiento (abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón (cf CIC can. 1249-51; CCEO can. 882).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><span style=""> </span>El quinto mandamiento (ayudar a las necesidades de la Iglesia) enuncia que los fieles están además obligados a ayudar, cada uno según su posibilidad, a las necesidades materiales de la Iglesia (cf CIC can. 222; CCEO, can. 25. Las Conferencias Episcopales pueden además establecer otros preceptos eclesiásticos para el propio territorio. Cf CIC, can. 455).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Y en concreto, sobre la Misa dominical, señala:<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2177<span style=""> </span>La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC, can. 1246,1).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><span style=""> </span>"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2178<span style=""> </span>Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1 Co 11,17). La carta a los Hebreos dice: "no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><span style=""> </span>La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir temprano a la Iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marchar antes de la despedida...Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo, serm. dom.).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoHeading7" style="margin: 6pt 1cm;"><span style="font-size:100%;"><i style=""><span lang="ES-TRAD">La obligación del Domingo<o:p></o:p></span></i></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2180<span style=""> </span>El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: "El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa" (CIC, can. 1247). "Cumple el precepto de participar en la Misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde" (CIC, can. 1248,1)<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2181<span style=""> </span><b style=""><i style="">La eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio (cf CIC, can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.<o:p></o:p></i></b></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2182<span style=""> </span>La participación en la celebración común de la eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">2183<span style=""> </span>"Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la palabra, si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el Obispo diocesano, o permanezcan en oración durante un tiempo conveniente, solos o en familia, o, si es oportuno, en grupos de familias" (CIC, can. 1248,2).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin: 0cm 1cm 0.0001pt; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-right: 1cm; text-align: center;" align="center"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">* * *<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-right: 1cm; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Como se ve el Catecismo no deja lugar a dudas. Todo lo que se sale de esto, será una opinión personal al margen de lo establecido por la Iglesia.<o:p></o:p></span></p><p class="MsoNormal" style="margin-right: 1cm; text-align: justify;"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-right: 1cm; text-align: center;" align="center"><span lang="ES-TRAD" style="font-size:100%;">Eduardo María Volpacchio<br />20-11-07<o:p></o:p></span></p>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-38535621574202921972007-10-18T22:40:00.000-03:002007-10-18T23:04:16.697-03:00¿Qué es eso de la moral? ¿De dónde sale?<div align="center"><em></em></div><div align="center"><em>Breve explicación del sentido de la moral<br />La vida moral como camino hacia la plena realización personal</em></div><div align="justify"><em></em></div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"><em>¿Qué es el cristianismo?<br /></em>Un encuentro salvífico con Dios en Cristo, quien nos redime para conducirnos a la plenitud humana y sobrenatural para la que hemos sido creados.<br /><br /><em>¿Es el cristianismo una doctrina?<br /></em>Es mucho más que eso, es una Persona –Jesucristo- que es Dios y nos salva. Esto obviamente supone una serie de verdades: quién es Jesús, qué nos dijo, etc., pero sería absurdo reducir la maravilla cristiana a unos dogmas: se vaciaría a los mismo dogmas de contenido.<br /><br /><em>¿Es el cristianismo una moral?<br /></em>Es mucho más que eso, es un camino a la plenitud: “sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Obviamente esto supone que haya algunos comportamientos coherentes y otros incompatibles con ese camino. Pero el cristianismo no es un “reglamento”, una lista de leyes morales.<br /><br /><em>¿En qué consiste ser cristiano?<br /></em>Jesús resumió toda su ley en el amor. En esto consiste todo. No hay más: todo lo demás es condición o consecuencia de este amor.<br /><br /><em>¿Para qué sirve amar?<br /></em>El hombre ha sido hecho a imagen de Dios porque Dios lo creó para conducirlo a la plenitud de vida en Dios. Y por San Juan sabemos que Dios es amor (cfr. 1 Jn 4,8). De manera, que lo que nos asimilará a Dios y –de alguna manera- nos divinizará es el amor.<br /><br /><em>¿Los comportamientos concretos tienen alguna importancia?<br /></em>Sí, mucha. Porque mediante ellos nos “hacemos” a nosotros mismos. Nuestra “forma de ser” –lo que cada uno somos de hecho- es fruto de la herencia genética, de factores culturales y de nuestras propias acciones.<br />Nuestras acciones nos “modelan”: su principal efecto se da en nosotros mismos.<br />¿Por qué? Debido a nuestra libertad.<br />Cuando decido hacer una acción y la hago, mi voluntad adhiere al “proyecto” que esa acción supone. Al querer algo bueno o malo, mi voluntad se identifica libremente con el bien o el mal que la acción comporta. Y al identificarse con el bien o el mal, se hace ella misma buena o mala. Es por esto que quien roba, no sólo toma algo ajeno, sino que se convierte él mismo en un ladrón. Lo mismo vale para la mentira y todos los pecados. Y también para las cosas buenas.<br /><br /><em>El amor es exigente<br /></em>Precisamente por ser una cuestión de amor, el cristianismo es exigente: no podía ser de otra manera. No existe –ni es posible- un ideal moral más alto que el cristiano.<br />El amor por definición quiere el bien para el amado, y esto es gloriosamente exigente: sólo el amor es capaz de conseguir lo mejor de nosotros mismos.<br /><br /><em>¿Por qué Dios puede exigir algo tan alto?<br /></em>Porque da su gracia. En el Antiguo Testamento la ley era sólo una guía que indicaba el camino, pero no daba la fuerza para recorrerlo. La gran “novedad” del Nuevo Testamento es que la Nueva Ley del amor, comunica la gracia que hace posible su cumplimiento.<br /><br /><em>Un principio obvio y básico<br /></em>El bien hace bien, el mal hace mal.<br />Precisamente es lo que define el bien y el mal. El bien difunde bien; el mal, mal. El bien enriquece como personas, el mal empobrece y corrompe.<br />Definir qué es bueno y qué malo no es arbitrario, ni es relativo: el bien y el mal del hombre es tan real como el hombre mismo.<br /><br /><em>¿De dónde sale la distinción entre el bien y el mal?<br /></em>Está en la realidad misma: el bien es bueno; el mal, malo. Hay comportamientos que engrandecen, otros que corrompen. Actos que conducen al fin, otros que apartan.<br />Y está en la naturaleza racional del hombre. Su entendimiento práctico funciona en “coordenadas” de bien y de mal (todo lo práctico es considerado bueno o malo según algún aspecto).<br /><br /><em>¿A qué llamamos “ley natural”?<br /></em>Es la ley moral que “guía” la vida del hombre hacia su plenitud. Se llama “natural” porque no está escrita en papeles, sino inscrita en el mismo ser de la persona: es el “deber ser” que corresponde a su naturaleza (a lo que el hombre es).<br />De modo metafórico decimos que está escrita en el corazón del hombre, para expresar que éste puede “leerla” dentro de sí.<br />Con esta imagen nos referimos a la capacidad del intelecto humano de descubrir el bien y el mal (la dimensión moral) de su comportamiento, acciones, estilos de vida, etc.<br />El hombre no determina su contenido, sino que sencillamente lo “ve” con su inteligencia, que puede descubrir qué es bueno y qué malo.<br />Esto que la “recta razón” descubre es la ley natural.<br /><br /><em>¿Tiene la razón tanta importancia?<br /></em>Sí, porque la alternativa es la razón o el caos. El Logos o la irracionalidad.<br />Dios no nos ha impuesto una ley arbitraria, ha creado la realidad “direccionada” hacia su plenitud. El hombre tiene que descubrir y “realizar” su existencia.<br />El relativismo renuncia a conducir racionalmente la conducta del hombre. Y esto necesariamente tiene consecuencias trágicas para el mismo hombre.<br /><br /><em>¿Cómo puede descubrirlo?<br /></em>El ser humano es un ser tendencial: está hecho de tal manera que tiende al fin para el que ha sido creado –aquel en que encuentra su plenitud y, por tanto, la felicidad-.<br /><br />Cada facultad y potencia tiende hacia su bien propio (en este sentido particular bien y fin se identifican: el fin al que se dirige, se constituye como bien para ella). En esto no fallan (obviamente salvo caso de enfermedad). A este nivel no estamos hablando del bien global de la persona, sino de un bien particular de una potencia.<br /><br />En determinados casos, este bien particular de una facultad o potencia determinada, puede constituir un verdadero mal para la persona. La satisfacción de una tendencia concreta puede ser saludable para la persona o no. El helado satisface el sentido del gusto. Puede alimentar al hombre, llenarlo de alegría, etc. Pero también podría obsesionarlo, hacerlo engordar peligrosamente, etc.<br />Es decir, la tendencia particular no tiene en sí misma el criterio regulador que garantice lo que será enriquecedor para la persona: necesita ser regulado por “fuera” de sí misma.<br /><br />Esto es así porque al ser el hombre un ser espiritual –no meramente material- sus acciones tienen un significado: no son meras acciones físicas, sino expresión de su persona. Es tarea de la razón captar este significado.<br /><br /><em>¿Cuál es, entonces, el criterio moral regulador de la conducta humana?<br /></em>La razón. La función de la razón es conocer. Frente al hombre puede conocer los bienes de cada tendencia y ponerlos en perspectiva con el bien de la persona en su integridad. De esta manera la conduce a la plenitud en la que encontrará la felicidad. Y esto precisamente por la naturaleza tendencial del hombre, de la que estamos hablando: y la tendencia más fuerte del hombre es a comportarse razonablemente. La razón no “crea” la moral, sino que descubre lo que es bueno para el hombre.<br /><br /><em>¿Cómo puede la razón dirigir el comportamiento humano?<br /></em>Está hecha para esto. Cuenta con lo que llamamos los primeros principios prácticos. Son semejantes a los primeros principios especulativos, que fundamentan todo el razonar teórico.<br />La sindéresis es el hábito de los primeros principios prácticos. El primero es “haz el bien y evita el mal”. Todos lo tienen.<br />También forman parte de la sindéresis, los fines de las virtudes, expresados en su máxima generalidad: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.<br /><br />Del nivel de los primeros principios, estudiando y razonando, pasamos al nivel de la ciencia moral.<br /><br />Un tercer nivel, es el práctico, de los actos concretos, que son regulados por la virtud de la prudencia: es quién “elige” las acciones que pueden realizar la virtud aquí y ahora, en estas circunstancias concretas.<br /><br /><em>¿Y qué es la conciencia?<br /></em>Es el juicio del intelecto práctico que juzga la moralidad de un acto que hice, estoy haciendo o haré: ese acto concreto es moralmente bueno o moralmente malo.<br />Este juicio no es arbitrario, ni es una mera opinión (si algo me parece bueno o me gustaría que no fuera malo): es un juicio racional, la inteligencia delante de Dios juzga sobre la realidad moral de una acción.<br />La inteligencia no es caprichosa. Y le interesa mucho acertar en este juicio. Porque la vida moral de la persona depende de que la conciencia juzgue rectamente.<br /><br />Evidentemente juzga, según la ciencia moral: sin ciencia no hay conciencia.<br />De aquí la importancia de formar la conciencia para que juzgue correctamente. Esto no debe sorprender, ya que todas las capacidades humanas necesitan formación: la capacidad de hablar, la matemática, la deportiva, la artística, etc., sin formación se frustran.<br /><br />La conciencia no determina la bondad o maldad de un acto, simplemente “declara” lo que ve en la realidad. En este juicio, la inteligencia –como en cualquier juicio que hace- podría equivocarse; y esto sería inconveniente para la persona: lo conduciría a obrar el mal pensando que hace el bien, o al revés.<br />Este error de la conciencia podría ser culpable (por dejadez en la formación de la conciencia, por precipitación al juzgar, etc.) o inculpable, según la persona sea culpable o no del mismo.<br />El error inculpable –y por tanto involuntario- de la conciencia (caso en que la conciencia se llama “invenciblemente errónea”) disculpa delante de Dios del pecado.<br />Pero hemos de tener en cuenta que el mal no conduce a la plenitud, por más inculpable que pudiera ser. De manera que nos interesa mucho acertar, tener una conciencia recta, que nos conduzca por el camino del bien verdadero.<br /><br /><em>¿Qué son las virtudes?<br /></em>Aristóteles las define como hábitos electivos, es decir un perfeccionamiento en la potencia operativa correspondiente que facilita a la persona elegir bien en ese ámbito. Así quien es generoso, tiene la “habilidad” de elegir las acciones que realizan una vida generosa.<br />Con frecuencia se reduce la virtud a su dimensión operativa: un perfeccionamiento de una potencia -resultado de la repetición de actos- que da la facilidad para obrar bien, como si fuera una cuestión meramente “mecánica” (un acostumbramiento).<br />Pero la virtud es mucho más. Tiene tres dimensiones: una cognoscitiva, otra afectiva y una tercera operativa.<br />La dimensión cognoscitiva funciona por connaturalidad: quien es generoso, entiende y conoce con facilidad las cuestiones que se relacionan con esta virtud. Ésta es la dimensión más importante. Además le resultará agradable y fácil actuar de acuerdo a ese conocimiento.<br />Así se ve que para llevar una vida buena (es decir “realizada”) las virtudes son fundamentales.<br /><br />Hay cuatro virtudes principales, llamadas “cardinales”, porque todas las demás virtudes dependen o están incluidas de alguna manera en ellas.<br /><br /><em>La justicia</em>: da a cada uno lo suyo, lo que le corresponde y a lo que, por tanto, tiene derecho. El virtuoso no es un mero “medidor” de intereses, sino que se goza en vivir según los derechos: es recto, no le interesa ni quiere más de lo justo para él mismo, le ofendería que alguien pensara que quiere aprovecharse para quedarse con más. El fraude no le atrae. Es justo de corazón. En cambio un corazón injusto está de alguna manera corrompido.<br /><br /><em>La templanza</em>: conduce a disfrutar de los bienes deleitables en su medida –en la medida que son necesarios y convenientes para la vida del hombre-. Previene para que esos bienes no se conviertan en un problema, en un mal para uno mismo, para que no nos esclavicen. Da dominio, equilibrio.<br /><br /><em>La fortaleza</em>: da la capacidad de no renunciar al bien por el esfuerzo que demanda o las dificultades que se presentan en su realización. Es entereza, paciencia en la adversidad, fuerza en la voluntad.<br /><br /><em>Prudencia</em>: la primera y más importante de las virtudes humanas (1). Capacidad de descubrir y elegir las acciones que realizan una vida buena: cómo realizar la virtud en concreto en cada caso. Discierne, decide e impera.<br /><br /><em>¿Se puede o no se puede?<br /></em>Obrar bien no es cuestión de si “se puede o no se puede”, sino de cómo realizar la justicia (o la templanza, o la fortaleza) aquí y ahora en nuestra vida (para que sea una vida justa, sincera, etc.). Por esto no tendría sentido plantearse la vida moral en clave de “permisos”: qué está permitido y qué prohibido. Somos libres y como tales podemos hacer muchas cosas. A la hora de actuar deberíamos plantearnos una cuestión: ¿es esto bueno o es malo? ¿quiero hacer el bien (y así “hacerme” bueno) o hacer el mal (y “hacerme” malo)?, ¿cómo realizar el bien aquí y ahora? No se trata de pedir permiso para hacer algo, sino de decidir sobre mí vida.<br /><br /><em>La ley moral<br /></em>Una ley moral no es otra cosa que un enunciado breve acerca de la moralidad de ciertas acciones, como por ejemplo la expresión: “tomar algo ajeno, contra la voluntad razonable de su dueño, es ilícito”.<br />La ley moral tiene fundamentalmente una función pedagógica: enseñar, de un modo sintético y claro, qué es bueno y qué es malo.<br /><br /><em>¿De dónde sale la ley moral?<br /></em>La ley moral nace de las virtudes. A partir de ellas la razón encuentra comportamientos compatibles o incompatibles con ellas, que realizan ese ideal humano o lo destruyen.<br /><br /><em>¿Por qué las leyes suelen tener una sintaxis negativa?<br /></em>Muchas de las leyes morales expresan prohibiciones: no matar, no robar, etc. Esto se debe a que es más accesible concretar y definir comportamientos incompatibles con la virtud, que aquellos que la virtud prescribe positivamente.<br />Es posible determinar acciones que nunca es lícito realizar. En cambio, no es posible señalar acciones cuyo incumplimiento positivo constituyera siempre un pecado. Por esto los preceptos negativos obligan siempre, mientras que en el caso de los positivos podría darse que fuera imposible cumplirlos, sin culpa propia. Es decir, que los preceptos positivos no siempre pueden cumplirse -hay cosas buenas que en determinadas circunstancias no puedo hacer; incluso se me puede impedir que las haga-; mientras que hay cosas que nunca debo hacer y nadie puede obligarme a hacerlas.<br />Además la extensión de los preceptos positivos –hasta dónde obliga- es difícil de medir. Así, por ejemplo, ¿quién puede determinarme cuánta limosna tengo obligación de dar? En cambio los negativos se refieren a acciones que no debo hacer, como quitar la vida a una persona inocente.<br /><br /><em>Función de los preceptos negativos<br /></em>Los preceptos negativos, parecen negativos, pero en realidad son muy positivos, ya que protegen bienes fundamentales, que es preciso respetar: familia, matrimonio, vida, honra, justicia en la vida social, verdad, intimidad, etc.<br />Podríamos comparar la ley a una línea de mínimo: debajo de la cual no es posible amar.<br /><br />El objetivo de la vida moral no es no pecar, sino crecer en virtud, hacer el bien, vivir en el amor, dar lo mejor de nosotros mismos. El horizonte moral de una persona cuya meta moral fuera evitar el pecado sería muy pobre.<br /><br /><em>Libertad y ley<br /></em>La libertad nos da la posibilidad de ser artífices de nuestra realización personal. Somos libres porque no estamos determinados a obrar de una manera fija. Aquí reside la grandeza del hombre: poder adherirse libremente al plan de Dios.<br />Me hago “bueno” por la identificación con el bien: libremente adhiero a lo bueno y eso me hace bueno.<br />Somos libres para elegir el bien, para recorrer el camino que nos realiza, nos hace mejores. Los caminos del bien son enormemente amplios, de manera que la exigencia de obrar el bien para realizarme, no restringe mi libertad, sino que es condición de su perfección. La verdadera opción de la libertad no se da entre el bien y mal, sino entre una enorme variedad de bienes.<br />La elección del mal es un fracaso personal: el pecado es como una catástrofe espiritual y existencial, más allá de lo que pueda sentir en un determinado momento: el pecado hace mucho daño a la persona.<br />Carecería de sentido considerar la libertad como un estado de indeterminación ante el bien y el mal, como dos caminos igualmente elegibles. Soy libre para elegir el bien, para amar. La libertad no es un fin en sí mismo. Somos libres, sí, pero la pregunta fundamental sería: ¿libres para qué? Para llevar a cabo una vida realizada y plena. Sería una auténtica locura usar de la libertad para destruirnos.<br />En este sentido la ley es una guía para la libertad: le enseña de modo general donde está el bien y el mal; y así le facilita distinguirlos. Es lo que la brújula para el navegante. No determina el camino –las opciones son casi infinitas- de realización personal, sencillamente le indica los callejones sin salida: las acciones que no conducen a ningún lado y que le son perjudiciales.<br /><br /><em>¿Lo más importante es cumplir la ley?<br /></em>No, lo más importante es amar. La ley no santifica, el amor sí.<br />Un ejemplo aclara mucho la cuestión: ¿quién es el mejor esposo? ¿Quien fuera fiel a su esposa por miedo a irse al infierno, el que lo fuera por amor a su mujer, o el que fuera infiel? No es cuestión de “si se puede o no se puede”, ¿imaginan un esposo pidiéndole a su mujer que le permita serle infiel?<br />El cumplimiento de la ley es el primer escalón, ya que no es posible amar si no se cumple la ley. Jesús nos dice: “Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos” (Jn 14,15).<br />La cuestión que santifica es cumplir la ley por amor.<br /><br /><em>Amar es mucho más que no pecar<br /></em>Además el amor va mucho más allá de lo obligatorio. Y en el cristianismo lo que se nos “manda” es amar. Y amar es terriblemente positivo. Es un camino de crecimiento personal.<br />Amar no “encorseta” a la persona, encasillándole la vida, reduciéndole la libertad. Por el contrario le abre innumerables vías posibles.<br /><br /><em>¿Cómo podemos conocer los preceptos fundamentales de la ley natural?<br /></em>Estos preceptos –de por sí accesibles a la razón humana- Dios ha querido revelarlos para que todos los hombres tuvieran acceso a ellos, de modo completo, sin error y con certeza. Dios se los entregó a Moisés en el monte Sinaí cuando estableció su Alianza con el Pueblo de Israel. Son los Diez Mandamientos<br /><br /><em>¿Obligan moralmente otro tipo de leyes?<br /></em>Además de la ley natural, hay leyes “sancionadas” por Dios y leyes sancionadas por el hombre. Son las llamadas leyes positivas.<br />Una ley, en general, es una ordenación racional tendiente al bien común.<br />La sociedad civil para su vida necesita una autoridad y orden. Esa autoridad, en ejercicio legítimo del poder, sanciona leyes. Si estas leyes son justas –cosa que se presume- obligan en conciencia a los ciudadanos: existe un deber moral de obedecerlas.<br />La Iglesia para facilitar la vivencia de la vida cristiana también sanciona leyes (en este caso, leyes eclesiásticas), que obligan en conciencia. Tal es el caso de los mandamientos de la Iglesia y otras leyes (como la del ayuno eucarístico, las que regulan sacramentos, etc.). También estas leyes eclesiásticas obligan en conciencia.<br /><br /><em>¿Qué es el pecado?<br /></em>Una desobediencia voluntaria a la ley de Dios. Su malicia principal reside en que el rechazo de su ley, constituye una rebelión contra Dios mismo.<br />Desde el punto de vista humano, es contraria a la razón (recordemos que la recta razón es la “medida” del bien y del mal: todo pecado es irrazonable).<br />Y personalmente, es contrario al bien del hombre. Por ir tras un bien aparente, se renuncia al bien verdadero. Es un gran engaño, una verdadera trampa. El pecado es un fracaso en el camino de la realización personal.<br /><br /><em>¿Qué gravedad tiene el pecado?<br /></em>Siendo una ofensa a Dios, la gravedad del pecado no depende de cuestiones subjetivas (cuánto a mí me moleste o de cuánto mal yo me sienta después de cometerlo), sino de la ofensa a Dios que constituye y de los bienes que contrarío pecando.<br />Según las consecuencias que el pecado produce en el alma de quien lo comete, es importante distinguir entre el pecado mortal y el pecado venial, según nos prive o no de la vida divina (la gracia santificante).<br />El pecado venial es una falta leve, que no produce una separación radical de Dios. A pesar de ser leves, no deberíamos despreciarlos, ya que enfrían la caridad y –si no se los combate- son como un plano inclinado que conduce al pecado mortal.<br />El pecado mortal es una falta grave que aparta radicalmente de Dios, haciendo perder la gracia santificante. Con ella se pierden los méritos conseguidos en la vida hasta ese momento. Una vez cometido, el alma se encuentra en una situación de privación culpable de la gracia, que se llama “estado de pecado mortal”. Mientras permanezca en este estado no puede recibir lícitamente sacramentos (cometería un sacrilegio si lo hiciera), las obras buenas que realiza carecen de mérito (porque el principio del mérito es la gracia), se expone a perder la vida eterna (si muriera sin arrepentimiento).<br />Para ser capaz de reconocer si uno se encuentra en estado de gracia es muy importante saber distinguir los pecados veniales y los mortales.<br /><br /><em>¿Cómo medir la distinta gravedad del pecado?<br /></em>La gravedad de un pecado depende de su “materia”, es decir de su especie moral (robo, blasfemia, mentira, etc.).<br />Hay materias en las cuales cualquier violación de la ley moral constituye un pecado grave. En estos casos no cabe la posibilidad de hablar de faltas pequeñas. Es el caso, por ejemplo, de la blasfemia: cualquier insulto a Dios es una falta grave. La idolatría: cualquier adoración de una criatura, es falta grave. De estas materias se dice que “no admiten parvedad de materia”.<br />Otros temas admiten parvedad de materia, es decir, el pecado será leve si la materia es pequeña, y será grave si la materia es grave. Así es distinto mentir sobre una llamada telefónica a un hermano, que mentir en un juicio; robar 2 pesos será pecado venial, pero si robara el valor de un salario semanal, será mortal.<br /><br /><em>Si no hago mal a nadie, ¿qué tiene de malo?<br /></em>No es verdad que el único “criterio” de bien y mal sea la justicia. Una acción que no haga mal a nadie, puede hacerme mucho mal a mí mismo, y eso no puede ser bueno. Recordemos lo obvio: el bien hace bien y el mal hace mal.<br />El objetivo de la ley moral no es evitar el daño ajeno, sino conducir a la persona a su plenitud. Por eso la pregunta que deberíamos hacernos antes de actuar es la siguiente: ¿esto me enriquece como persona?<br /><br /><em>¿Cómo se recupera la gracia?<br /></em>El medio establecido por Dios para la obtención de la gracia es el Bautismo. Y para recuperar la gracia perdida por el pecado mortal después del Bautismo, el sacramento de la confesión.<br /><br /><em>Pecado, conciencia y prudencia<br /></em>El pecado es consecuencia de una decisión libre, contraria a la ley moral. No es consecuencia de un error de conciencia: la conciencia juzga “esta acción es mala”, pero mi libertad quiere hacerla.<br />En cambio el pecado siempre es un error de prudencia (quien “elige” la acción que es conveniente realizar). La persona, decide que es conveniente hacer esa acción, incluso sabiendo que se trata de un pecado.<br />“Forzar” a la conciencia a que juzgue como buena una acción mala, con la intención de quedarme tranquilo es muy mal negocio. Porque la conciencia es algo “sagrado”, el lugar de encuentro del alma con Dios. Corromper la propia conciencia es realmente malo. Es mucho mejor, obrar mal, sabiendo que obro mal, que autoconvencerme de que eso no es malo.<br /><br /></div><div align="center"><br />P. Eduardo María Volpacchio<br />2.10.07</div><div align="justify"><br />(1) Obviamente las virtudes teologales son más importantes, ya que permiten el acceso a Dios: son la fe, la esperanza y la caridad. Y entre ellas, la más perfecta es la caridad.</div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-17236288384932150122007-05-21T20:34:00.000-03:002007-05-22T19:35:11.677-03:00¿Tiene sentido estudiar de memoria el Catecismo?<div align="justify">Cada año, cuando llegan las reuniones de padres de chicos que se preparan para la Primera Comunión surge la misma pregunta, fruto de una cultura antimemoria. Incluso en algunos casos, con cierto tono inquisidor plantean ¿para qué les hacen estudiar de memoria las preguntas del Catecismo? Casi como diciendo, ¿todavía siguen con esos métodos prehistóricos de aprendizaje? ¿No se enteraron que hoy la memoria está mal vista y que su uso se ha pasado de moda?<br /><br />Para mostrar la actualidad de la memoria y del Catecismo, podríamos recurrir al argumento de autoridad y mostrar cómo documentos recientes del Magisterio de la Iglesia hacen referencia a ella (recogemos los dos principales textos sobre el tema al final). Pero hemos preferido explicar con cierto detenimiento su razón de ser.<br /><br />Una aclaración previa: estas páginas no pretenden defender la memoria por la memoria, sino algo muy concreto: la centralidad del aprendizaje de memoria del Catecismo.<br />Como se trata de aprender de memoria, no cualquier cosa, sino el Catecismo, tenemos que comenzar por explicar su sentido e importancia.<br /><br /><strong><em>¿Para qué sirve un Catecismo?</em></strong></div><strong><em></em></strong><div align="justify"><br />Partamos considerando la indudable utilidad de los resúmenes. Quien quiere saber lo más importante –lo decisivo de un tema-, encontrará en un buen resumen lo que necesita saber sobre la cuestión.<br />En el ámbito de la fe, sucede algo parecido. Ya desde el principio –la época de los Apóstoles- surgieron los Símbolos de la Fe: la lista de verdades más básicas que un cristiano debía creer. El Símbolo de los Apóstoles –el Credo que rezamos en Misa los domingos en Argentina- es una lista de los doce artículos fundamentales de la fe, se atribuye a los mismos Apóstoles. Allí está lo más básico, la mínima expresión de nuestra fe. La verdad es que la síntesis es fabulosa: que esté todo y no falte nada, que todo lo demás se pueda remitir a esos doce artículos es sorprendente. Y facilita mucho las cosas. Después uno puede ir profundizando y planteándose qué sabe de cada uno de ellos y tiene una guía para mejorar su conocimiento de la fe.<br />Hay que reconocer que esa lista básica de la fe es muy útil.<br /><br />Un segundo paso es poner la fe en preguntas y respuestas. Es antiquísimo. Y mirá si será práctico que el mundo de la computación también lo ha adoptado como sistema habitual. En todos los sitios de Internet encontrás una sección de “Help” (Ayuda), con toneladas de preguntas. Te enseñan a usar programas, a hacer cosas, etc., a base de preguntas y respuestas. Tienen secciones como “FAQ” (las preguntas más frecuentes con sus respuestas) o “Top questions”. Se podría decir que esas secciones de “Ayuda” son un “catecismo” de tal cosa o tal otra.<br />Eso es lo que ha hecho la Iglesia desde siempre. Enseñar la fe a base de preguntas y respuestas. Se hacen preguntas bien concretas. Y se responde de manera bien precisa.<br />De manera que todos tengan al alcance, de modo sintético y concreto, los contenidos más básicos de la fe.<br />De modo resumido y preciso, el Romano Pontífice explica la finalidad del Compendio del Catecismo (fue uno de sus primeros actos magisteriales, cumpliendo un encargo de Juan Pablo II que él mismo había realizado):<br /></div><blockquote><p align="justify">El Compendio, que ahora presento a la Iglesia Universal, es una síntesis fiel y segura del Catecismo de la Iglesia Católica. Contiene, de modo conciso, todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia, de manera tal que constituye, como deseaba mi Predecesor, una especie de vademécum, a través del cual las personas, creyentes o no, pueden abarcar con una sola mirada de conjunto el panorama completo de la fe católica.<br /><br />Benedicto XVI, <a name="MOTU_PROPRIO"><span style="color:#000000;">MOTU PROPRIO</span></a> para la aprobación y publicación del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (28.6.05)<br /></p></blockquote><p align="justify">Existen otros Catecismos más breves, que exponen de modo sintético los principales misterios que el cristiano cree, reza, vive y de los que se alimenta. Al estudio de estos Catecismos en la preparación de la Primera Comunión y de la Confirmación es a lo que se refiere este escrito.<br /><strong><em><br />El sentido y el valor de la memoria</em></strong><br /><br />¿Por qué la memoria? Porque es fundamental en el proceso del conocimiento humano.<br />¿Para qué sirve la memoria? Para “almacenar” vivencias, conocimientos, personas... Acordarse de algo es hacer uso de ese “depósito” (base de datos) que llevamos con nosotros. Estudiar –en el fondo- supone registrar datos, hechos, ideas... Y hablamos de estudiar de memoria cuando lo “grabamos” textualmente en nuestra mente.<br /><br /><em><strong>Ignorancia, ideas confusas, vagas, conocimiento preciso<br /></strong></em>Aprender es un proceso que lleva a conocer algo.<br />Una cosa es tener una idea vaga de algo y otra conocerlo con propiedad. No hablamos de ser un experto, pero sí de saber con precisión, de manera básica, de qué se trata.<br />A veces manejamos palabras de las que tenemos una idea vaga, pero no sabemos en realidad a qué se refieren exactamente, qué significan, qué alcance tienen. Pero si nos pidieran que las explicáramos nos pondrían en un aprieto, porque no seríamos capaces de hacerlo. Algunos ejemplos: “calentamiento global”, “capa de ozono”, “evolución”, “energía atómica”. Son cosas que “suenan”, de las que se tiene una idea super general… a veces, tan confusa que no es verdadera.<br /><br /><strong><em>Saber y entender. Saberlo con precisión. Con las palabras justas. </em></strong></p><p align="justify">Si preguntaras ¿qué es una heladera?, cabrían respuestas a distintos niveles, unas más precisas que otras. “Una cosa que sirve para enfriar” (también podría ser el radiador de un auto o un aire acondicionado). “Una especie de armario donde hace frío”. “Una máquina para almacenar artículos que necesitan conservarse fríos”.¿Qué es un ser humano? “Una cosa con pelo arriba y con patas” Bueno, sí..., pero sería mucho mejor decir que un “animal racional”. Es bastante más claro y preciso.<br />En los colegios los chicos suelen preguntar: “¿puedo decirlo con mis palabras?” (quieren decir que lo que no saben con palabras textuales, lo pueden expresar con otras diferentes). Habría que responderles: por supuesto que sí, siempre y cuando respondan a la realidad. Si tus palabras significaran algo distinto... no servirían para explicarlo porque no explicarían nada...<br />Las ciencias utilizan términos técnicos, que son bien precisos. Por ejemplo en Matemáticas: numerador (no es “la parte de arriba” que podría ser el techo...), denominador, integral, polígono... Cada una de estas palabras designa algo muy concreto y su uso facilita el entendimiento, evita confusiones y largas explicaciones.<br />En el ámbito de la fe sucede lo mismo. Usamos términos técnicos que tienen un significado bien preciso. Algunos ejemplos son las palabras naturaleza, persona, sacramentos, crisma, transubstanciación, presencia real, infalibilidad, etc.<br />Para pensar y hablar con propiedad de las realidades cristianas necesitamos de estas palabras. Y para poder usarlas, primero tenemos que aprenderlas.<br /><br />Cuando lo que se trata de aprender son misterios de fe (a los que no tenemos acceso por los sentidos), la precisión de los términos y de las definiciones es esencial.<br /><br />Los cristianos necesitamos conocer bien nuestra fe para poder vivirla. Entender qué creemos, qué sentido tienen las cosas que rezamos, hacemos, practicamos, etc. De otro modo nuestra vida religiosa sería un ritualismo carente de contenido.<br />No nos alcanza una idea vaga de quién es Jesucristo, qué son los sacramentos, el cielo o el purgatorio. Las ideas vagas con facilidad se distorsionan, porque les falta precisión. Por el mismo hecho de ser genéricas, en cuanto se trata de concretarlas, si no se hace con cuidado, se puede acabar en afirmaciones que no son verdaderas.<br />Para eso es necesario perfilar, delinear, definir con precisión las distintas realidades.<br />Los dogmas, por ejemplo, hacen eso: definen un misterio de fe: lo expresan en palabras precisas y concisas. Unas palabras diferentes no facilitarían el entendimiento sino que por el contrario lo oscurecerían. Palabras deficientes confunden.<br />No se trata de aprender fórmulas de memoria sin entender de qué se trata como si se tratara de palabras mágicas, sino de conocer las realidades sobrenaturales que definen. Los dogmas de fe son precisos, una pequeña diferencia de palabras con facilidad supondría un error (porque expresaría una realidad distinta). Así, no es lo mismo decir que la Santísima Trinidad es un solo Dios verdadero “en Tres Personas distintas”, que decir “con tres Personas distintas” (como si estuviera “formado” por la suma de tres personas). Y quien hiciera la señal de la cruz “en los nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” sería panteísta (estaría adorando a tres dioses...).<br />Cuando se olvida lo que se sabe de memoria, permanece la idea del asunto<br />Pero si sólo se tenía una idea del asunto, olvidada esta, se olvidó todo</p><p align="justify"><em><strong>Saber o no saber, esa es la cuestión</strong></em></p><p align="justify">A fin de cuentas la cuestión se reduce a la siguiente pregunta ¿sé de qué se trata o no lo sé? “Lo entiendo pero no sé explicarlo” significa que tengo una idea vaga del asunto, que “me suena” pero que no lo conozco. Llevando a niveles de caricatura la cuestión para ejemplificarla, podemos decir que la Eucaristía no es “una cosa que se come en Misa”, sino “un sacramento que contiene verdadera, real y sustancialmente, el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad” de Jesús. La Misa no es una reunión en la que rezamos, sino la “renovación incruenta del sacrificio del calvario”.<br />Para conocer los aspectos centrales de nuestra fe contamos con la ayuda de fórmulas breves y precisas de los Catecismos. Quienes los compusieron lo hicieron con el propósito de que se aprendieran de memoria; de ahí que para facilitarlo los hicieran breves y con cierta rima.<br />Si me preguntan qué es un sacramento, no necesito pensarlo: un “signo sensible y eficaz de la gracia instituido por nuestro Señor Jesucristo para santificarnos” (¡lo que aprendí para mi primera Comunión!). Después tendré que explicar qué significa esa definición, pero la idea fundamental está allí expresada.<br />Nos interesa mucho conocer las principales realidades de la fe. Y para saber qué es la Misa, qué son los Angeles, etc. no tengo que elaborar grandes y complicadas explicaciones, porque cuento con la fórmula sencilla, concreta y precisa que me enseña el Catecismo. Es fácil darse cuenta de que cuando no se sabe la definición del Catecismo, se hace mucho más difícil expresar esos misterios.<br />La memoria no lo es todo. Es un punto de partida. Terreno firme sobre el que edificar el conocimiento de la fe. No se trata de un aprendizaje mecanizado de palabras como en una grabación. Por supuesto que para que se pueda hablar de conocimiento habrá que entender –en la medida que lo permita el misterio- el sentido de las palabras. </p><p align="justify"><strong><em>Por sus frutos los conoceréis (Mt 7,16) </em></strong></p><p align="justify">Por último, para verificar la necesidad de la memoria en el aprendizaje del Catecismo podemos recurrir a la experiencia reciente y considerar los amargos frutos que ha producido su abandono (de ambos, del Catecismo y de la memoria): la generalización de una catequesis que desprecia la memoria ha “conseguido” que sus supuestos beneficiarios acaben con una gran ignorancia de la doctrina católica. Es decir, sin memoria, el fruto ha sido la ignorancia religiosa.<br /><br /><strong><em>Textos del Magisterio Pontificio sobre la memoria en el aprendizaje del Catecismo</em></strong></p><p align="justify">Juan Pablo II en la Ex.Ap. Catechesis tradendae (16.10.1979), n. 55 (el título “memorización” pertenece al documento, los subrayados son nuestros): </p><blockquote><p align="justify"><strong><em>Memorización<br /></em></strong>La última cuestión metodológica que conviene al menos subrayar -más de una vez se hizo alusión a ella en el Sínodo- es la memorización. Los comienzos de la catequesis cristiana, que coincidieron con una civilización eminentemente oral, recurrieron muy ampliamente a la memorización. Y la catequesis ha conocido una larga tradición de aprendizaje por la memoria de las principales verdades. Todos sabemos que este método puede presentar ciertos inconvenientes: no es el menor el de prestarse a una asimilación insuficiente, a veces casi nula, reduciéndose todo el saber a fórmulas que se repiten sin haber calado en ellas. Estos inconvenientes, unidos a las características diversas de nuestra civilización, han llevado aquí o allí a la supresión casi total -definitiva, por desgracia, según algunos- de la memorización en la catequesis. Y sin embargo, con ocasión de la IV Asamblea general del Sínodo, se han hecho oír voces muy autorizadas para reequilibrar con buen criterio la parte de la reflexión y de la espontaneidad, del diálogo y del silencio, de los trabajos escritos y de la memoria. Por otra parte, determinadas culturas tienen en gran aprecio la memorización. ¿Por qué, mientras en la enseñanza profana de ciertos países se elevan críticas cada vez más numerosas contra las lamentables consecuencias que se siguen del menosprecio de esa facultad humana que es la memoria, por qué no tratar de revalorizarla en la catequesis de manera inteligente y aún original, tanto más cuanto la celebración o "memoria" de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación exige que se tenga un conocimiento preciso? Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de algunas oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina..., lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad, como lo han recordado con vigor los Padres sinodales.<br />Hay que ser realistas. Estas flores, por así decir, de la fe y de la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin memoria. Lo esencial es que esos extos memorizados sean interiorizados y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria. La pluralidad de métodos en la catequesis contemporánea puede ser signo de vitalidad y de ingeniosidad. En todo caso, conviene que el método escogido se refiera en fin de cuentas a una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre, en una misma actitud de amor. </p></blockquote><p align="justify"><strong><em>De la Introducción del Compendio</em></strong> (cuyas preguntas son bastante largas y no está pensado primariamente para su memorización: sino para ser la base para la elaboración de Catecismos más breves que se puedan estudiar): </p><blockquote><p align="justify">Una segunda característica del Compendio es su forma dialogal, que recupera un antiguo género catequético basado en preguntas y respuestas. Se trata de volver a proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una apremiante secuencia de preguntas, que implican al lector, invitándole a proseguir en el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su fe.<br />Este género ayuda también a abreviar notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial, y favoreciendo de este modo la asimilación y eventual memorización de los contenidos.<br /><br />Joseph Ratzinger, Introducción al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (20.3.05), n. 4.<br /></p></blockquote><p align="justify"><strong><em>A modo de conclusión</em></strong><br />Sólo quería resaltar la importancia de dos textos fundamentales para un católico.<br /><br />Si me preguntaran cuáles son los tres libros más importantes para un católico, que no deberían faltar en ningún hogar y que todos deberíamos leer y releer con frecuencia, no necesitaría pensar la respuesta. El primero es absoluto: la Sagrada Escritura. Conteniendo la palabra de Dios, su importancia está fuera de duda y es al alimento básico de nuestras almas. </p><p align="justify">Respecto a los otros dos, diría que son el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio del mismo.<br />Después del Concilio Vaticano II se hacía sentir la ausencia de un Catecismo Universal, que contuviera la misma fe de siempre, expresada de modo actual, de acuerdo a las necesidades modernas, y que recogiera las enseñanzas del Concilio. Es lo que los Obispos pidieron a Juan Pablo II en el Sínodo reunido con motivo de la<br />conmemoración del 20º aniversario de la Clausura del Vaticano II. Hacía casi quinientos años que no se publicaba un Catecismo universal (el anterior había sido hecho por S. Pío V en el siglo XVI). Así se redactó el Catecismo de la Iglesia Católica en 1992. La idea es que sirviera de base y guía para la elaboración de Catecismos regionales, nacionales, etc.<br />La gran utilidad y difusión del Catecismo hizo surgir la necesidad práctica de contar con un resumen del mismo. Entonces Juan Pablo II encargó a una Comisión presidida por el Card. Ratzinger su elaboración. Y fue él mismo, devenido Benedicto XVI, quien lo sancionó a los dos meses de ser elegido Papa, entregando a la<br />Iglesia esta síntesis de la fe. Por esto es tan recomendada su lectura para mantener fresca la memoria de la fe, cómo consulta y también como inspiración para la meditación de los principales misterios de nuestra fe.<br /><br />Eduardo María Volpacchio<br />20.4.07P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-22269093049096019652007-03-10T10:45:00.000-03:002007-03-10T10:47:59.576-03:00¿De dónde sale la religión?El hombre es un ser inteligente, y por lo mismo, se plantea la explicación última de todas las cosas y el sentido de su vida.<br /><br />En lo más profundo, se da cuenta de que él no es -ni puede ser- el máximo ser en perfección (¡no soy Dios!) y que él mismo no explica su existencia (mi propia existencia no puede explicarse a partir de mí mismo), ni su vida (lo que soy y cómo soy no se debe a mi decisión).<br />Experimenta también una fuerza irresistible hacia la felicidad, y comprueba que nada ni nadie la puede satisfacer en este mundo.<br /><br />Todo esto lo hace un ser esencialmente religioso.<br /><br />Busca alguien más grande, más pleno, más perfecto... y cuando lo encuentra lo reconoce como ser supremo: el único que puede darle la felicidad para la que se da cuenta ha sido creado, y que anhela con todo su ser. Y por eso mismo se abre al El.<br /><br />Ahora bien, ¿es todo esto un mero invento destinado a saciar apetencias de grandeza y sueños de felicidad del hombre?<br /><br /><strong><em>¿Es razonable ser creyente?<br /></em></strong><br />Comencemos planeándonos la alternativa de fondo: Dios o el azar, la lógica divina o la irracionalidad, la causalidad divina (una causa inteligente) o la casualidad arbitraria. Aquí radica todo.<br />Así lo explicaba Benedicto XVI en Ratisbona:<br /><blockquote></blockquote>“Creemos en Dios. Esta es nuestra opción fundamental. Pero, nos preguntamos de nuevo: ¿es posible esto aún hoy? ¿Es algo razonable? Desde la Ilustración, al menos una parte de la ciencia se dedica con empeño a buscar una explicación del mundo en la que Dios sería superfluo. Y si eso fuera así, Dios sería inútil también para nuestra vida. Pero cada vez que parecía que este intento había tenido éxito, inevitablemente resultaba evidente que las cuentas no cuadran. Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cuadran; y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el universo, sin él no cuadran. En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón. Esta, sin embargo, no sería más que un resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo, también algo irracional.<br />Los cristianos decimos: "Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra", creo en el Espíritu Creador. Creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos necesidad de escondernos, no debemos tener miedo de encontrarnos con ella en un callejón sin salida. Nos alegra poder conocer a Dios. Y tratamos de hacer ver también a los demás la racionalidad de la fe, como san Pedro exhortaba explícitamente, en su primera carta (cf. 1 Pe 3, 15), a los cristianos de su tiempo, y también a nosotros.<br />Creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora surge inmediatamente la segunda pregunta: ¿en qué Dios? Pues bien, creemos precisamente en el Dios que es Espíritu Creador, Razón creadora, del que proviene todo y del que provenimos también nosotros”. (Homilía en Ratisbona, 12.9.06).<br /><blockquote></blockquote>Encontrar a Dios supone encontrar el origen de sí mismo; y, por tanto, la razón de la propia existencia.<br /><br /><strong><em>¿Qué es una religión?<br /></em></strong><br />Toda religión es un modo concreto de llegar a Dios: un camino de acceso a la divinidad, al Creador del universo (y de nosotros mismos).<br />Todas ellas implican una concepción de Dios y del mundo, a la que siguen unos modos de relacionarse con ambos, de rendir culto (ritos de adoración) y de vivir (un moral).<br /><br />Básicamente en esto consisten todas las religiones: hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo, islamismo, etc.<br /><br />En general, se podría decir que hay dos modos de plantearse la religión:<br /><br />1. Ascendente: el hombre busca caminos hacia su Creador: se esfuerza por llegar, se “estira” para alcanzar a Dios: conocerlo, agradarlo, honrarlo.<br /><br />2. Descendente: Dios que se dirige al hombre y se revela, lo salva y le muestra el camino de salvación.<br /><br />En el primer modo el hombre sigue el impulso interior que lo lleva a buscar a su Creador y su plenitud. Es elogiable y muestra una excelente intención. Pero por este camino podrá llegar tan lejos como sea capaz... lo que siempre será poco. El ascenso humano hacia Dios es claramente insuficiente para alcanzar a Dios de modo pleno. Por muy valioso que sea -y lo es-, su resultado no puede no ser una religión humana; es decir, hecha por hombres. Con muchos elementos verdaderos, algunos inventos de la imaginación humana, y también los inevitables errores reflejo de las limitaciones del hombre.<br /><br />Una religión a la “medida del hombre” es una religión solamente humana.<br /><br />En cuanto a su origen, resulta evidente que la religión verdadera sólo puede venir de lo alto: “de arriba”, de Dios. No puede ser creación del hombre: sólo si viene de Dios será divina.<br /><br />La religión verdadera necesariamente tiene que ser superior a nosotros: nos supera precisamente porque es divina. Dios es más grande que el hombre. Su ser y su verdad no pueden no superarnos. Lo que viene de El, supera nuestras capacidades. Los conceptos humanos son “chicos” para contener la verdad divina y las palabra humanas son incapaces de expresarla.<br />De manera que una religión que venga de Dios necesariamente deberá incluir elementos que no entiendo plenamente porque superan mi capacidad de entender: es lo que llamamos misterios. Su aceptación requiere de la fe.<br /><br />Este es un punto de partida claro: se necesita fe: ¡por definición! Mis razonamientos se quedan cortos ante lo divino. Acepto lo que Dios revela, no en base a planteamientos humanos, sino por su origen divino. Es bueno que sea así: si la religión cupiera en nuestra razón... sería demasiado pequeña.<br />Por tanto, no soy árbitro, no decido: acepto una realidad que viene de lo alto y que existe independientemente de mí. Una realidad grandiosa, que lejos de humillarme, me engrandece.<br /><br />Una religión que no viene de Dios es una producción humana. Esto es obvio. En cambio si viene de Dios, es divina. Una religión que no sea divina ¡no sirve!<br /><br />La religión divina no es una imposición, es un regalo. El mayor don posible: la llave de acceso a Dios.<br />Veámoslo con un ejemplo: un maestro en su colegio podría limitarse a mirar el trabajo de sus alumnos, su empeño para aprender a sumar, a escribir, etc. Si no mediara una enseñanza previa, por más notables que fueran los esfuerzos de los chicos, estaría muy claro que no llegarían a conseguir resultados satisfactorios. Quizás algunos más inteligentes se aproximaran un poco a la verdad, pero siempre de modo insuficiente: necesitarían mucho tiempo y esfuerzo para llegar a los conocimientos que tiene su maestro, que a su vez los recibió de sus propios maestros.... Todos necesitan -necesitamos- una guía. Y confiar en la enseñanza del maestro (máximamente cuando el “Maestro” es Dios mismo).<br /><br />De manera que podríamos concluir que la religión divina no se “construye” según opiniones humanas. No la hacemos los hombres. La religión viene de lo alto. Y sólo puede venir de lo alto. Todas las religiones humanas son un esfuerzo muy meritorio, pero no pueden llegar muy lejos.<br />La realidad no se “decide” por mayoría. Ni la intramundana ni la divina. Las cuestiones de religión tampoco dependen de estadísticas sociológicas. No son meras opiniones personales: hacen referencia a la realidad sobrenatural: el Creador, el sentido de lo creado, al proyecto divino para el mundo y el hombre, la realización personal, el acceso a Dios, la vida después de la muerte, etc.<br /><br />Además no todas las opiniones valen lo mismo: las hay verdaderas y falsas, más y menos fundadas, razonables o insostenibles. No es lo mismo torturar que dar de comer al hambriento, por más convencido que esté quien tortura de que así le hace un bien a la humanidad.<br />El relativismo no tiene sentido. No cierra por ningún lado. De hecho, no es posible “funcionar” en clave relativista en ningún ámbito de la vida concreta: ni para alimentarse, trabajar, tratar los seres queridos, hacer inversiones, usar una computadora, salir de viaje...<br />La cultura moderna circunscribe el relativismo (“todo es lo mismo”, “no hay opciones mejores o peores”, “todas las religiones conducen a Dios”, etc.) sólo al campo de las cuestiones más importantes de la existencia: las que hacen al sentido de su vida, la religión y la moral. Es una opción realmente no racional, que carece de sentido. Sólo tendría sentido si Dios no existiera y la religión fuera un cuento para niños.<br /><br />Pero existe un mundo superior a nosotros. Puede ser difícil buscarlo, pero renunciar a su búsqueda no es sensato.<br />En este terreno es obvio que necesitamos fe. Sin fe no se puede acceder a Dios. Sin fe no se puede reconocer la religión verdadera.<br />Por lo mismo, quien carece de fe, lejos de ser un privilegiado, tiene un problema muy serio: le falta lo que le permitiría el acceso a las verdades decisivas de su vida. Desconoce la verdad más profunda de sí mismo: de dónde viene, adonde va, cómo realizar su vida, qué sucede después de la muerte, etc. Lo qué más importa conocer, está fuera de su campo visual.<br />Tiene que buscar el sentido de su vida, de otro modo podría vivir “entretenido” con las cosas de la tierra, pero le faltará la clave de lectura de su existencia. Si busca con sinceridad, encontrará que Dios se hace el encontradizo y recibirá la fe: porque la da Dios, es un don que se recibe.<br /><br />El cristianismo es una religión revelada. Dios nos transmite la verdad sobre sí mismo y su plan para nosotros; y, además, se comunica El mismo. Es cuestión de fe. La fe se tiene o no se tiene. Es como un tesoro escondido en un campo: se encontró o no se encontró.<br />En materias de fe no se puede convencer a nadie: cada uno tiene que encontrar a Dios personalmente.<br />No se puede obligar a creer: libremente se debe aceptar a Dios y su revelación.<br />Se puede rezar por quien no cree para que lo encuentre. Y ayudarlo a buscar.<br /><br />Pero loco sería quien pretendiese imponer a Dios sus propios gustos y modas. Y, más todavía, quien se erigiera en juez de su Creador, exigiéndoles explicaciones sobre lo que hace o permite.<br />No, la religión no la hacemos nosotros, para nuestra fortuna viene de lo alto; y esto es lo mejor que nos podría haber sucedido.<br /><br /><strong><em>Pero hay más...<br /></em></strong><br />La religión no sólo enseña un conjunto de verdades sobre Dios, nosotros y el mundo; sobretodo comunica una vida divina: eleva al hombre sobre sí mismo para introducirlo en el mundo divino. Y nos conduce a la vida eterna. Este es el punto más importante: a través de la religión, la vida divina viene a nosotros.<br /><br />La religión -si es verdadera- no sólo brinda consuelo para esta vida sino que sobretodo nos conduce a la felicidad eterna: esta es su razón de ser.<br /><br />De esta manera, la religión no empequeñece la vida, llenándola de prohibiciones, sino que amplía sus horizontes, engrandeciendo las posibilidades vitales. Llena la existencia y le abre caminos insospechados. Y sobretodo nos introduce en la felicidad divina.<br />Por su grandeza no puede no ser exigente. Y esto, es parte de su belleza.<br /><br /><div align="right">Eduardo María Volpacchio</div><div align="right"><a href="http://algunasrespuestas.blogspot.com/">http://algunasrespuestas.blogspot.com/</a><br /></div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1166567707855344072006-12-19T19:17:00.000-03:002006-12-19T19:49:17.590-03:00El problema de quien no cree<blockquote><p align="justify">“Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos, en realidad está ciego porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial.<br />Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se apercibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible.” </p><p align="right">Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16</p><p align="justify"><br /></p></blockquote><p align="justify"><strong><em>Tener fe o no tener fe, esa es la cuestión<br /></em></strong><br />Hay personas con fe y personas sin fe. Personas que la tienen y viven como si no la tuvieran; y personas que no la tienen y quisieran tenerla.<br />Personas que nacen en el seno de una familia cristiana y son casi genéticamente cristianas. Personas a las que nunca nadie habló de Dios, no lo conocen y por falta de experiencia “divina” carecen de sensibilidad para las cosas espirituales. La fe no les dice nada, porque no pueden imaginar lo que es tenerla.<br />Personas que perdieron la fe que alguna vez tuvieron; se les quedó por el camino y no les interesa mucho por dónde. No les dice nada porque se aburrieron de lo que creían.<br />Personas ansiosas por encontrar un sentido a la rutina de sus vidas.<br /><br />En estas breves páginas, quisiera explicar al creyente (que más allá de crisis coyunturales nunca ha experimentado lo que es vivir sin fe) el problema de quien carece de fe. Porque, digámoslo de entrada, aunque no sea conciente, quien no tiene fe tiene un problema muy serio.<br /><br /><em><strong>¿Cuál es el problema de quien carece de fe?<br /></strong></em><br /></p><p></p><blockquote></blockquote><div align="justify">Para comenzar, se pierde de conocer mucho de la realidad. Y, en concreto, lo más elevado.<br />Puede alcanzar sólo una visión muy superficial de la vida humana: lo que se ve, se oye, se come, engorda, enferma, etc. Pero el hombre es bastante más que una máquina que procesa comida, trabaja y se reproduce. Quien pierde el espíritu humano (lo más valioso del hombre) pierde mucho (y la relación con Dios es la expresión más alta del espíritu humano).<br /><br />Pierde, además, la trascendencia y su vida queda así encerrada en la “cárcel” de la inmanencia de este mundo. Podrá disfrutar muchas cosas, divertirse, etc., pero su vida -considerada globalmente- se ha convertido en un camino hacia el cáncer y la tumba. Es duro, pero no cabe esperar otra cosa.<br /><br />Pierde el sentido más profundo del amor, que sin espíritu queda reducido a mero placer.<br />Se le escapa el sentido más profundo de la vida (para qué vivo, dónde voy…). No sabe de donde viene ni adonde va.<br /><br />No es capaz de alcanzar lo único que, en definitiva, realmente importa. No tiene una sola respuesta para los problemas cruciales de la existencia humana. Como reconocía un premio Nobel español, agnóstico, lleno de tristeza hacia el final de su vida: “no tengo una sola respuesta para las cosas que realmente me interesan. Soy un sabio muy especial. Un sabio que no sabe nada de lo que le importa”.<br /><br />Quien dice que sólo creerá lo que toque y vea (“si no lo veo no lo creo”), en realidad no sabe lo que está diciendo. La realidad más profunda de las cosas no está a nivel superficial y, por tanto, está fuera del alcance de los sentidos. No se ve con los ojos, no se pesa en una balanza, ni siquiera se alcanza con un microscopio. Se “ve” con la inteligencia, pero más allá de donde llegan los sentidos. Y, la verdad más grande -cómo es la vida íntima de Dios-, supera incluso esta capacidad intelectual de “ver”: sólo se accede a ella por la fe.<br />De modo brillante y resumido se lo explica el zorro al Principito cuando le dice: “no se puede ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos” (Antoine de Saint-Exupery, El Principito, XXI). </div><div align="center"><br />El hombre sin fe nunca llega a entender<br />algunas de las cosas más importantes de su vida </div><div align="justify"><br />Como por ejemplo:<br /><br /></div><blockquote><p>La felicidad y las ansias de infinito<br />Las realidades espirituales<br />El sentido de la vida (para qué estamos acá)<br />Los anhelos más profundos de la persona<br />El fracaso<br />El dolor<br />La muerte (tanto en general, como la propia y la de los seres queridos)<br />Y sobretodo lo que viene después.<br /></p></blockquote><div align="justify"><br />Quien se cierra en su no-creeencia tiene cerrado el acceso a Dios, a la redención, a la salvación.<br />Cerrado a la trascendencia, está cerrado a su desarrollo más pleno, y sobretodo a la felicidad perfecta.<br />En el ser humano hay unas ansias de infinito que no es posible reprimir: nada de este mundo lo satisface plenamente, porque las cosas de aquí le “quedan chicas”. Esas ansias de infinito serán saciadas después de esta vida. Por eso quien está cerrado a la trascendencia, está frustrado existencialmente, pues le resulta imposible concebir como posible la satisfacción de la tendencia más radical de su ser: su tendencia a la plenitud.<br /><br /><strong><em>Sólo quien sabe quién es puede vivir con plenitud </em></strong></div><strong><em><div align="justify"><br /></em></strong>En la Misa inaugural de su Pontificado Benedicto XVI recordó que “únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo” (Benedicto XVI, Homilía del 24.4.05).<br /><br />El hombre sin fe, se pierde lo mejor de la vida (que no necesariamente es lo más divertido): Dios y la vida eterna quedan fuera del horizonte de su vida y de su alcance.<br /><br />Algunos, con buen corazón, puede ocuparse de cosas muy nobles, como la ciencia o el arte; también contribuir al bien temporal de los demás. Todo esto es muy bueno. Pero, les falta algo, en realidad mucho: la apertura al infinito y la perfección, que da sentido y valor a lo que hacen. Para ellos, este bien, en cierta manera, se convierte en un camino hacia Dios.<br /><br />Otros -quizá coherentemente con su visión materialista de vida (quien no cree en la trascendencia queda “encerrado” en la materia)- viven en la frivolidad (“comamos y bebamos que mañana moriremos”) pueden distraerse (dis-traerse: alejar la atención de lo importante), entretenerse (entre-tener: pasar ligeramente un rato entre dos cosas), divertirse (ocuparse jugando de cosas livianas), vivir en y para la pavada.<br />La sociedad actual (tecnológica) les ofrece todo tipo de medios para conseguirlo... y pueden distraerse, entretenerse y divertirse con bastante éxito... y de a ratos olvidarse de quienes son, pero no se realizan: pierden la vida.<br />Pueden pasar su existencia distraídos, entretenidos y divertidos (con la atención fuera de lo que lo conduciría a una vida realizada).<br />Incluso morir sin darse cuenta. Pero al final, se desvelará el misterio y se verá cómo han frustado su existencia llenándola de nada.<br /><br /><strong><em>¿Es cómodo ser creyente?<br /></em></strong></div><div align="justify">Hay quienes repiten una frase gastada: “es duro ser no creyente”.<br />Como si la postura de los creyentes fuera más cómoda. Como si los no creyentes fueran más honrados al no creer al precio de su inseguridad (cosa realmente dolorosa).<br /><br />Esta expresión tiene dos partes.<br />Ser creyente es mucho más seguro y, al mismo tiempo, exigente.<br />Es cierto que sin fe se carece de la seguridad del creyente. Y esto no puede no ser duro. Pero también puede resultar muy cómodo. No se puede conocer el interior de las personas. Hay quienes para estar cómodos “pagan” el precio de vivir en la oscuridad. No se comprometen con la verdad, no la buscan. Viven tranquilos en su ignorancia para no exponerse a tener que hacer aquellas cosas que les exijiría la fe si la encontraran… y por eso prefieren no buscarla.<br /><br />No están condenados a no creer. Quienes son honestos consigo mismo no nunca abandonan la búsqueda de la verdad.<br /><br />La curiosa pretensión del agnóstico Resulta realmente curioso el planteo del agnóstico: afirmar la imposibilidad de conocer lo que él no conoce...<br />¿No sería más razonable afirmar simplemente que él todavía no pudo conocer lo que no conoce? Hace una extrapolación que no es válida: pasar de un dato particular (su no-conocimiento personal de Dios) a la afirmación general de la imposibilidad del mismo. Pero que él no conozca no demuestra en lo más mínimo que sea imposible conocer.<br />La fe es el tesoro escondido en un campo.<br />No haberlo encontrado todavía no alcanza para negar su existencia. Sólo prueba que debo seguir buscando. En cambio, parece bastante irrefutable el hecho de que muchas personas cuerdas (no están locas) han vendido todo lo que tenían para comprar ese campo...<br /><br /><strong><em>La fe y las apuestas<br /></em></strong></div><div align="justify">Quien no cree arriesga demasiado.<br />La fe no es cuestión de probabilidades, tampoco de cálculos de intereses y conveniencias, pero hace ya mucho tiempo, una mente matemática como la de Pascal planteó las siguientes alternativas:<br /><br /></div><blockquote>Si creo en Dios y Dios existe, lo he ganado todo.<br />Si creo en Dios y Dios no<br />existe, no pierdo nada.<br />Si no creo en Dios y Dios existe, lo pierdo todo.<br />Si no creo en Dios y Dios no existe, no gano nada.<br /></blockquote><div align="justify"><br />Pero no es cuestión de apuestas. La fe no es una apuesta, aunque por cálculo de probabilidades tenga más chances de ganar.<br /><br />No cree el que quiere sino el que puede La fe es un don que Dios no niega a nadie. Es un misterio de la gracia y la libertad humana.<br /><br />Impresiona ver a Jesús dar gracias al Padre celestial porque se ha mostrado a los humildes y ha ocultado a los que se tienen a sí mismos por sabios y prudentes (cfr. Mt 11,25). Dios se esconde y se muestra. Sólo los humildes son capaces de ver.<br /><br />La verdad no se impone: cada uno debe recorrer el camino que conduce a ella. Un camino muy personal. Buscar la verdad y ponerse en condiciones de poder encontrar a Dios.<br /><br />No se trata de conseguir entender a Dios, sino de encontrarlo.<br />Y cuando se lo encuentra, entonces, se entiende y sobretodo se lo ama.<br /><br />Ser capaz de escuchar a Dios y ser capaz de hablar a Dios<br />¿Cómo se llega a encontrar a Dios, a escucharlo y hablarle?<br />“¿Hay que aprender a hablar con Dios?”<br />Uno puede ser -o volverse- sordo para las cosas de Dios. “El órgano de Dios, explica el Card. Ratzinger, puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido”.<br />“Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van unidas”. Entonces habrá que aprender -hacerse capaz- a comunicarse con Dios. “Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a enteder a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera infantil -en cierto modo siempres seremos niños-, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras” (Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16).<br /><br /><strong><em>¿Cómo?<br /></em></strong></div><div align="justify">No hay fórmulas mágicas, hay recorridos.<br />En primer lugar, con la apertura a la trascendencia: quien descartara de entrada la posibilidad de lo sobrenatural, cerraría la puerta a la verdad. Estaría rechazando apriorísticamente la existencia de algo que no es irracional. Y con esta actitud obviamente, difícilmente encontrará aquello cuya existencia rechaza voluntariamente. Pero no es que la verdad se le oculte, sencillamente la niega.<br /><br />Después con todo lo que favorece la actividad del espíritu: arte, poesía, música, etc. Las expresiones del espíritu humano.<br />Con el realismo filosófico.<br />Con la lectura de vidas ejemplares (los santos), y en particular con el recorrido de los grandes conversos de la historia.<br />Con la lectura de la Sagrada Escritura: Dios habla en ella.<br />Con la oración. Incluso aunque parezca que no sirve para nada: Dios escucha aunque yo no sea consciente de su presencia.<br /><br /><em><strong>Un secreto </strong></em></div><div align="justify"><br />Georges Chevrot nos explica que “Dios se hace amar antes que hacerse comprender” (El pozo de Sicar, Ed. Rialp, p. 291). En efecto, a Dios lo conocemos más a través del amor que de la inteligencia. Juan entendió más a Jesús no porque fuera más inteligente sino porque amó más y, por tanto, tuvo más intimidad con El. Quien no lo entiende, debería comenzar a tratar de amarlo y lo acabará entendiendo. El camino inverso no es de éxito seguro: con facilidad se enreda por la soberbia, y para encontrar la fe, la humildad es requisito fundamental.<br />Y a quien lo entiende –aquel a quien el cristianismo le “cierra” perfectamente– todavía le queda camino por recorrer, para llegar a amarlo con todo el corazón.<br /><br />Buscarlo, intentar dirigirse a El, incluso antes de creer en El.<br />La fe es un acto de conocimiento, pero también supone el ejercicio de la voluntad: hay que querer creer. Es difícil que alguien queriendo no creer llegue a creer. Dios no fuerza nuestra libertad. Son muy raros los encuentros inesperados como los de San Pablo o André Frossard (en su libro “Dios existe, yo me lo encontré” cuenta su historia personal).<br />Pero la fe, es sobretodo un encuentro. No se alcanza por razonamientos intelectuales, sino que la inteligencia se rinde cuando se encuentra delante de Dios. En concreto, un encuentro personal con Cristo (de quien los cristianos afirmamos que vive y por eso es “encontrable”).<br /><br /><strong><em>Un riesgo frecuente<br /></em></strong></div><div align="justify">No pocas personas caen en la tentación de crearse una fe a su medida, según su propio gusto. Pero esto sería un auto-engaño notable.<br />La verdad tiene que venir de afuera. En el caso de Dios, sólo puede provenir de El. Por mi cuenta puedo llegar a conocer algunas cosas de Dios, pero lo más importante es lo que El revela, que es inaccesible a nuestra inteligencia.<br /><br /><em><strong>La grandeza de la fe<br /></strong></em></div><div align="justify">Permite ir más allá de las apariencias, más allá de este mundo. Descubrir las realidades más profundas, el verdadero sentido de las cosas, el sentido de la vida. Y penetrando en el misterio, encontrarse con Dios.<br /><br />Los cristianos deberíamos tener una sano complejo de superioridad... que en realidad no es un complejo propiamente dicho. Es simplemente el gozo de vivir una realidad superior. Saberse llamados a algo muy grande, a la vida eterna.<br /><br />La fe da respuesta a los interrogantes más importantes de la persona.<br />Los más vitales, acuciantes, agudos. Los que el hombre no puede dejar de plantearse. Los que modelarán su vida según la respuesta que les dé.<br /><br />Quien carece de fe no los resuelve, sencillamente necesita negarse a planteárselos porque sabe que no puede encontrar respuesta para ellos.<br /><br />Las cuestiones de fe requieren fe. Esto es obvio. Para creer hay que tenerla. Quien no la tiene no puede “ver”.<br />Pero también es cierto que muchas cosas no “cierran” sin fe (la existencia del mal, la vida después de la muerte, el sentido del dolor, y un largo etc.) y las cosas de la fe “cierran” (no son fábulas descolgadas): llegan a explicar el mundo de un modo totalmente coherente. </div><div align="justify"><br /></div><div align="center">La fe no es demostrable, pero creer es razonable.<br />Mucho más razonable que no creer.<br /></div><div align="right"><br />27.11.06<br /></div></span><p align="justify"></p><blockquote></blockquote><blockquote></blockquote><blockquote></blockquote><blockquote></blockquote><blockquote></blockquote><blockquote></blockquote>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1163966816729361642006-11-19T17:05:00.000-03:002006-11-19T17:06:57.076-03:00¿Para qué me sirve ser cristiano?<div align="justify">Es frecuente que en momentos de cansancio, frustración o desconsuelo cruce por la cabeza una pregunta punzante: “Pero entonces, ¿para qué me sirve ser cristiano?”<br />Se puede plantear con tonos muy distintos: rebelde, desafiante, desanimado o dolorido. Puede ser una mera queja, una búsqueda de respuesta, un planteo de fondo o la declaración enojada de que no sirve para nada…<br />De tono en que se haga y de la respuesta que se le dé, dependerá en muchos casos, qué tipo de cristiano se sea –santo, tibio o frío– o que se deje de serlo del todo…<br /><br />Desde una perspectiva quizá utilitarista y desafiante, equivale a la pregunta sobre el sentido de ser cristiano.<br />Hay otras preguntas equivalentes. Por ejemplo: ¿para qué me sirve creer en Dios (o amarlo, o rezar…)? ¿qué gano con ir a Misa (o si me confieso, casarme por la Iglesia…)? Y un largo etcétera de otras similares a las que queremos analizar y responder en este artículo.<br />Preguntas planteadas en términos del interés, conveniencia o beneficios que me produciría ser o vivir como cristiano. Y que justificaría el serlo, de manera que sería cristiano precisamente para conseguir esas ventajas. Y tendría que dejar de serlo si se demostrara que “no funciona” porque no reporta los beneficios que cabría esperar de él.<br />Una pregunta importante, que va a la raíz de la propia identidad cristiana: ¿para qué soy cristiano? ¿Qué espero del cristianismo? ¿Qué me ofrece?</div><div align="center"><br /><strong><em>Una primera respuesta rápida:<br />Cara a esta vida, y en clave materialista, posiblemente ser cristiano sirva de poco.<br />Nosotros esperamos otra cosa mucho más grande: la felicidad perfecta en la vida eterna.</em></strong></div><strong><em><div align="justify"><br /></em></strong>Ser cristiano, en principio, no nos proporciona más salud, ni más dinero, ni mejor carácter, ni se nos garantiza el éxito profesional o deportivo o familiar…<br />Obviamente vivir como Dios nos pide –precisamente porque responde a las exigencias de la naturaleza humana– nos hará mucho bien. Pero no radica en esos bienes la razón del ser cristiano.<br /><br /><strong><em>El asunto del fin último<br /></em></strong></div><div align="justify">Quien busca, por encima de todo, como objetivo de su vida, cuestiones que ocurrirán antes de su muerte (ser valorados, triunfar profesionalmente, ganar plata, pasarla bien, disfrutar de bienestar… o cualquier otra cosa del estilo) posiblemente encontrará en el cristianismo un peso; y fácilmente lo considerará como un obstáculo para sus objetivos (porque nos “saca” tiempo, exige ser generosos, honestos, sinceros…).<br /><br />Pero los cristianos (si hemos entendido bien qué es el cristianismo) no somos cristianos con expectativas solamente terrenales; es decir, para conseguir beneficios materiales o simplemente temporales.<br />Con San Pablo estamos convencidos que “si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres” (1 Cor 14,19). Es decir, que seríamos muy tontos si fuéramos cristianos primariamente con la esperanza de ventajas para aquí abajo.<br /><br /><em><strong>Promesa de vida eterna.<br /></strong></em></div><div align="justify">Las cosas claras de entrada. Cristo no es un Mesías temporal: promete la vida eterna.<br />Esta es la razón que impidió a los fariseos reconocerlo y aceptarlo. A los Apóstoles les costó mucho desprenderse de esta visión temporalista del Reino. En su amor a Jesús se mezclaban las mejores intenciones con ambiciones terrenales imbuidas de egoísmo (¡esas discusiones sobre quién sería el mayor cuando por fin se instaurara el Reino!).<br />El cristianismo es una gran promesa: pero no una promesa chiquitita sino una promesa divina: de plenitud, de gloria, de unión con Dios, de divinización en la participación de la misma vida divina. Una promesa que trasciende absolutamente esta vida.<br />Jesús lo repite una y otra vez en el Evangelio: “la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,40);<br />“Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54); “Quien cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn 3,36).<br /><br />El camino no es fácil: la senda es estrecha, la puerta angosta; hay que llevar la cruz no de vez en cuando, sino cada día. Requiere entrega, es exigente… pero al final nos espera la gloria. Y estamos convencidos de que vale la pena. Bien experimentado lo tenía San Pablo –quien sufrió mucho en su vida–: “considero que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rom 8,18).<br /><br />El Reino que Jesús predica es el Reino de los cielos. El mismo día de su muerte Jesús tiene que aclararle a Pilato que su reino no es de este mundo (cfr. Jn 18, 36).<br /><br />Aquí no hay engaño: no son ventajas temporales lo que se nos ofrece.<br />El cristiano no busca de Dios primariamente bienes temporales, de los que –para empezar–hay que estar desprendidos para seguir a Cristo.<br />Esto resulta patente cuando los judíos admirados y felices por haber comido gracias al milagro de la multiplicación de los panes lo buscan para hacerlo rey (con un rey así ¡qué vida maravillosa nos podemos dar!), Jesús desaparece y corrige su entusiasmo: “trabajad no por el alimento que perece, sino por el que dura hasta la vida eterna” (Jn 6,27).<br />El mismo Jesús que cura algunos enfermos, nos dice “no temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Lo corporal no es el principal asunto.<br />Los bienes temporales no deberían ocupar el primer sitio en nuestras peticiones e intereses. Y cuando los pedimos y buscamos, lo hacemos siempre subordinados a los bienes espirituales y eternos.<br /><br /><strong><em>La eternidad llena de contenido esta vida<br /></em></strong></div><div align="justify">La vida del cristiano aquí en la tierra está tejida de sucesos temporales y eternos. Nuestra vida transcurre en el tiempo, pero lo trasciende: se “mete” en la eternidad.<br />La esperanza de la vida eterna no pone la mirada en un futuro lejano, sino que impregna la vida cotidiana. No es una huida de los problemas de esta vida, refugiándose en un posible mundo futuro, en el que se encuentra un relativo consuelo. No lleva a despreocuparse de las cosas de la tierra, sino que nos ocupemos de ellas por un motivo más elevado.<br />Nos impulsa a la conquista de ese Reino que no es de este mundo, precisamente en las vicisitudes de aquí abajo.<br /><br />De manera que la vida terrenal necesita la referencia a la eterna. Sin ella se quedaría vacía. Y la vida eterna se consigue con el compromiso en esta vida.<br /><br />El Card. Ratzinger explicaba a un grupo de universitarios en España: “Si perdemos completamente de vista lo eterno, entonces también lo intramundano pierde su valor, porque se agota en ese breve período en el que vivimos. Por tanto, también desde un punto de vista humano es necesario abrirse a la eternidad y abrirse a Dios. Ahora bien, si a partir de ahí se descuida lo terreno, entonces se ha entendido de forma equivocada a Dios y a la eternidad, porque precisamente la fe en Dios y la fe en la eternidad lleva a reforzar la responsabilidad por lo terreno, porque en cada momento de mi vida yo voy creando eternidad y si descuido ese devenir terreno, ese hacer eternidad en lo temporal, entro en una contradicción conmigo mismo. Me parece que eso es lo que tenemos que aprender: que sin la eternidad no se puede vivir porque el tiempo se queda vacío, pero que sólo si ese saber de la eternidad llega a llenar plenamente este tiempo, entonces eso adquiere sentido”<a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=17699445#_ftn1" name="_ftnref1">[1]</a>.<br /><br />Es un ida y vuelta de referencias.<br /><br />Hemos sido creados para amar, para alcanzar una plenitud a la que se llega por la entrega de sí. Y en nuestra existencia se verifica la paradoja de que quien busca egoístamente su felicidad no la encontrará nunca.<br /><br /><em><strong>¿Un cristianismo materialista?<br /></strong></em></div><div align="justify">Un cristianismo materialista –en el que se recurre a la religión sólo en busca de beneficios temporales, incluyendo una vaga esperanza futura– no se sostiene.<br /><br />José P. Manglano recoge un brillante diálogo de Guitton, que aquí sintetizo:<br />- Richelieu sufría muchos dolores de cabeza y rezaba a Dios que lo librara de ellos.<br />- Supongamos, por un instante, que sólo rezara por ello. ¿Qué idea tendría de Dios?<br />- Supongo que la de una aspirina celestial.<br />- Invente la aspirina y Richelieu dejará de rezar. Seguirá creyendo en Dios, pero el suyo será un Dios ocioso, un Dios que está pero que no tiene ningún papel en nuestra vida.<a title="" style="mso-footnote-id: ftn2" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=17699445#_ftn2" name="_ftnref2">[2]</a><br /><br />Este es el problema. Es lícito, muy bueno, conveniente y necesario acudir a Dios para la solución de nuestros problemas terrenales –¡es nuestro Padre!–, pero si sólo acudimos con intereses temporales… antes o después nuestra fe se encontrará en aprietos. Porque es ¡un planteo egoísta y materialista!<br /><br /><strong><em>Cuando fallan las expectativas…<br /></em></strong><br />En nuestros días no es raro encontrar personas que se siente defraudadas por Dios y por el cristianismo.<br />Quienes primariamente esperara beneficios temporales de la religión, es posible que termine desencantado con Cristo.<br />En efecto, correríamos este peligro si viéramos la vida religiosa en términos de una contraprestación con Dios: yo cumplo su voluntad, hago lo que El quiere, voy a Misa, etc. A cambio, El escucha mis oraciones, me protege del mal, me evita males temporales, hace algún milagrito de vez en cuando para sacarme de apuros, etc. Cuando la vida transcurre sin sobresaltos, todo va bien. Pero un problema grave se presenta cuando Dios no “cumple” su parte (o mejor dicho la parte que a nuestro entender debería cumplir…) o cuando encuentro otra manera de resolver el problema.<br /><br />En ese caso, uno podría acabar apartándose de Dios, víctima de la desilusión. Es posible que sienta que Dios le ha fallado, que no ha cumplido con su parte. Y entonces se sienta con derecho a abandonar la suya: dejan de rezar, de ir a Misa, de vivir como cristianos, o incluso abandonan su vocación.<br />Visitando enfermos en un hospital encontré una mujer que no practicaba la fe, aunque, como ella misma se ocupó de señalar enseguida, la había vivido intensamente con anterioridad. Le pregunté qué le había pasado. Su respuesta me dejó helado: “Dios me defraudó”. Y pasó a explicarme que ante una serie de problemas serios había rezado intensamente; y que a pesar de sus rezos no había pasado nada. Era como decirme: “¿qué quiere que haga? con un Dios así no voy a ningún lado. No me sirve”.<br /><br />Es duro que una persona se sienta decepcionada por Dios. Almas que lo dejan porque sienten que Dios no estuvo a la altura de lo que se esperaba de El...<br /><br />Son los que –frustrados por no conseguir lo que pedían– preguntan: “¿para qué sirve rezar?, si muchos no rezan y les va muy bien”. O “¿para qué portarse bien, qué te reporta?” Igual les sucede a quienes luchan espiritualmente con la perspectiva de que Dios les hará felices. Cuando sienten que Dios no está cumpliendo “su parte” del contrato implícito –porque sufren–, se desconciertan y un terremoto tira abajo su vida espiritual.<br /><br />Para evitar equívocos habría que analizar bien qué esperamos de Dios. Porque podría darse que esperáramos cosas que Dios no ha prometido…<br />Pero en realidad Dios no ha fallado. Lo que fallaron fueron las expectativas. Esperaron mal. Secularizaron la virtud de la esperanza: la “metieron” dentro de esta vida y la “redujeron” a asuntos temporales (búsqueda de salud, un buen trabajo, dinero, aprobación de exámenes, éxito profesional, familiar, etc.). Estaban equivocados. Tuvieron la mirada puesta en Dios cara a bienes temporales (salud, trabajo, apuros económicos, etc.) que Dios nunca había prometido, y se olvidaron de los eternos (a los que quizás esas carencias hubieran contribuido). Y no llegaron a enterarse de cómo funciona la lógica de Dios -única verdadera lógica-.</div><div align="center"><br /><strong><em>Las falsas expectativas conducen al desencanto y a la desilusión.</em></strong></div><strong><em><div align="justify"></em></strong><br />Por eso en realidad se trata de decepciones humanas.<br /><br /><em><strong>Entonces, ¿para qué me sirve rezar?<br /></strong></em></div><div align="justify">Rezar siempre sirve. Principalmente para unirnos con Dios (principal fin de la oración). Cuando pido algo no trato de “cambiar” la voluntad de Dios, de convencerlo de que me haga caso, de que tengo razón… Le pido algo porque estoy convencido de que Dios quiere que le pida eso (¡es mi Padre!). Lo pido porque es bueno, me alegrará la vida, me ayudará a servirlo mejor, se lo puedo ofrecer…: en dos palabras, entra en sus planes de santidad. Y, al mismo tiempo, como sé que Dios me ama con locura y no se equivoca, estaré contento cuando juzgue –precisamente porque me escucha y me quiere– que lo mejor para mí es no contar con lo que pido.<br />Alguno argumentará que para creer esto hace falta fe. Por supuesto que sí.<br />Con Dios todo es cuestión de fe: de creer y confiar en su inteligencia, bondad y omnipotencia.<br />Dios escucha siempre. También cuando no entiendo, cuando no puedo escucharlo, cuando me duele, incluso cuando me enojo. La fe incluye confianza: y esto le da sentido al dolor, enseña a santificar la cruz.<br />Dios ama siempre, también cuando no me da lo que le pido. Dios no se equivoca nunca, tampoco cuando parece que “piensa” distinto que yo o no lo entiendo.<br />Obviamente uno de los temas claves de nuestra vida es descubrir el sentido de la cruz. Tiene sentido, vale mucho. Debemos tratar de buscarlo y encontrarlo.<br /><br />Si queremos saber qué es lo mejor, busquemos en el Evangelio y encontraremos qué quiso para sí mismo y para las personas que más amó.<br /><br />Dios no falla. No puede fallar: si es Dios, lo es de verdad.<br /><br />Rezo porque amo a Dios. Porque sé que me ama y quiere lo mejor para mí.<br />Rezo confiado en su voluntad y en su amor. Sé que no me falla, tampoco cuando me toca sufrir, tampoco cuando no me concede lo que le pido: porque entonces me concede algo mucho más valioso cara a la vida eterna.<br />Rezo para unirme a El: lo busco porque quiero estar con El, encontrar su ayuda, su consuelo, se amor, su paz, su ayuda para ser mejor hijo suyo. Para ser capaz de darle lo mejor de mí mismo: es lo que me reclama el amor.<br /><br /><strong><em>¿Un cristianismo egoísta?<br /></em></strong></div><div align="justify">El error del asunto está al comienzo, en la raíz en el planteo.<br />¿Qué es el cristianismo? Una cuestión de amor.<br />¿Y para qué sirve amar? Amar es lo más importante en la vida, de lo que dependerá la felicidad y plenitud de la propia vida. Pero, desde la pregunta “¿para qué me sirve amar? ¿qué gano si amo?” nunca conseguiremos amar de verdad.<br />Hemos de estar atentos porque no se puede amar con un planteo egoísta (y no hay nadie exento de la tentación del egoísmo). No se puede amar buscando primariamente qué me aporta ese amor.<br /><br />Amar a Dios sobre todas las cosas. Ese es el fin. Pero si me planteo “¿para qué me sirve Dios? ¿para qué quiero amarlo?” estamos comenzando mal el recorrido de la fe y del amor. Estamos poniendo a Dios en función de nuestros intereses. Pero Dios no es un sirviente de lujo. Y es imposible crecer en el amor recorriendo el camino de la búsqueda del propio beneficio egoistón.<br /><br /><br /><em><strong>Conclusión<br /></strong></em></div><div align="justify">No te hagas esta pregunta porque no tiene sentido. Y cuando se te cruce por la cabeza, respondele con generosidad, rechazando los planteos mezquinos que supone.<br />Al mismo tiempo debés saber que ser cristiano sirve “demasiado” (¡es lo único necesario!).<br /><br /><strong><em>De hecho Dios y la vida eterna existen<br /></em></strong></div><div align="justify">El cristianismo no es una apuesta al futuro, como la de quien jugara a la lotería a ver si el número le sale. No es un jugarse a ver qué pasa…<br />Hay algunos “pequeños” detalles a tener en cuenta: Dios existe, nos vamos a morir, nos encontraremos con El, que en su presencia sacaremos cuentas de cómo hemos usado la vida que nos ha dado…<br /><br />Vivir como si Dios no existiera es fatal… sencillamente porque es una suposición demasiado falsa: no hay ninguna posibilidad de que no exista.<br />Vivir como si no fuéramos a morirnos nunca… es muy ridículo… sencillamente porque lo único que está claro en nuestra vida es que vamos a morirnos.<br /><br /><em><strong>¿Entonces, para qué sirve ser cristiano?<br /></strong></em></div><div align="justify">Hemos sido creados para amar. El cristianismo realiza el fin de la creación del hombre: nos conduce a la plenitud para la que existimos y en la que alcanzaremos la felicidad perfecta. Ahora bien, eso no ocurrirá en esta vida: la felicidad perfecta consiste en la posesión de Dios, cosa que sucederá en la vida eterna.<br />Pero esto no significa que cara la vida presente no sirva para nada, y que estemos “condenados” a aguantarnos una vida cruel consolándonos en lo bien que lo pasaremos después de la muerte.<br />La vida eterna comienza a realizarse en germen desde ahora. Esa vida eterna ya se vive aquí. La gracia es una participación de la vida divina. No se siente, no se mide en términos económicos, de salud, etc. Tampoco en éxitos profesionales. Pero es más real que lo que tocamos. Y se mide en términos de amor y de talentos.<br /><br />El cristianismo da sentido a la vida, le da valor y la “llena” de contenido. Hace que las cuestiones intramundanas no sean intrascendentes, sino que se abran a la eternidad.<br />Permite vivir esta vida abiertos a la plenitud, trascendiéndola.<br /><br />Sin el cristianismo esta vida es muy pobre. Demasiado. Está encerrada en la inmanencia, en las coordenadas espacio-temporales. La vida sin perspectiva de eternidad es una película que acaba mal. ¿Cómo se presenta el futuro personal? Desde una perspectiva de culto al cuerpo, bastante mal: con el paso de los años, cada vez con menos fuerzas, más enfermos, más limitados… hasta la muerte. Las perspectivas “materiales” no son las mejores.<br />Pero las perspectivas sobrenaturales son inmejorables, y cada vez son mejores: más cerca de obtener la vida por la que anhelamos, cada vez más maduros, más sabios, más enamorados, más llenos de obras de servicio y amor.<br /><br />La virtud de la esperanza sobrenatural es más necesaria de lo que muchos imaginan. Nos abre horizontes de plenitud y amor. Llena esta vida de contenido ya ahora, y nos conduce a la que vale la pena, aquella para la que estamos hechos, donde se harán realidad las aspiraciones más profundas del corazón humano.<br />Pero esperanza sobrenatural, completa. Es mucho más que una vaga aspiración o deseo: es la certeza de que Dios nos dará lo que nos promete: una vida eternamente feliz, con El, en la gloria.<br /><br />Pero ser cristiano sólo cara a esta vida resultaría una estafa cruel. La peor de las estafas: quitarle lo más valioso, su sentido más profundo, la razón por la que Dios se hizo hombre, murió, resucitó y ascendió al cielo por nosotros.<br /><br /><strong><em>En definitiva ser cristiano sirve para:<br /></em></strong></div><div align="justify">Descubrir el sentido de nuestra vida (¡para qué vivimos!)<br />Vivir como Dios quiere y así realizar el sentido de nuestra existencia<br />Hacer posible una vida plena en el terreno humano<br />Disfrutar de la amistad con Dios y vivir en intimidad con El<br />Recorrer el camino la vida eterna y ser santos<br />Llenar de valor sobrenatural a esta vida terrenal<br />Alimentar nuestra vida con la Palabra de Dios<br />Fortalecer nuestra vida con la gracia de los sacramentos<br />Conseguir el perdón de nuestros pecados<br />Divinizar nuestra vida comiendo el cuerpo de Dios hecho hombre<br />Que el Espíritu Santo habite en nosotros como en un templo y santifique nuestra vida.<br />Vivir de amor a Dios<br />Unirnos a Dios y vivir en comunión con El<br />Además, que su exigencia “saque” lo mejor de nosotros<br />Abrirnos horizontes de vida eterna<br />Dar sentido al dolor y a la muerte<br />Tener la ayuda de la gracia divina<br />Que nos sostenga con la ayuda de los demás<br /><br />Y sobretodo sirve para hacernos infinitamente felices en la vida eterna.<br /><br /><br /><a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=17699445#_ftnref1" name="_ftn1">[1]</a> Joseph Ratzinger, Coloquio en el Colegio Mayor Belagua (Pamplona), Nuestro Tiempo, IV-98, p. 54.<br /><a title="" style="mso-footnote-id: ftn2" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=17699445#_ftnref2" name="_ftn2">[2]</a> Cfr. J.P. Manglano, Vivir con sentido, Ed. Martínez Roca, Barcelona 2001, p. 198.</div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1161816161371912002006-10-25T19:24:00.000-03:002006-10-25T19:42:41.780-03:00Los buenos modales con Dios<strong><em>Urbanidad de la piedad</em></strong><br /><br />En la vida social hay unas formas, unas "reglas" de buena educación, unas maneras de tratarse, y hasta un protocolo. Una persona se muestra a sí misma, también a través de ellas.<br />En la religión también hay unos modos de relacionarnos con Dios, mostrarle nuestra fe, nuestra reverencia y nuestro amor. Se la podría llamar la urbanidad de la piedad.<br />Cuando Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente, lo primero que le dice es "sácate las sandalias... el lugar que pisas es santo". Nos habla del necesario respeto de lo divino, del sentido de lo sagrado. Jesús se vio obligado a poner orden en el Templo de Jerusalén, echando a los mercaderes y cambistas que deshonraban la casa de Dios.<br />Hay una distancia infinita entre Dios y el hombre: el amor y la confianza que proceden de la filiación divina no conllevan -sería un contrasentido- una falta de respeto o igualdad de situación delante de nuestro Creador.<br />Padres y colegios formamos gente joven (chicos y adolescentes). Parte de esa formación consiste en enseñarles a comportarse delante de Dios y a tratar las cosas santas.<br />Es por esto que debemos cuidad las posturas, gestos, etc. de manera particular: no es cuestión de reglas fijas (algunas cosas no están prescriptas por la Iglesia), pero cierta "rigidez" es necesaria al principio: porque son chicas y porque son muchas, para que les quede grabado un estilo.<br />"Las formas forman" si se les pone contenido -es amor, no mera formalidad- y si se entiende la razón de ser de cada una. Por eso no es exagerado. Mucho de lo que acá se dice tiene una finalidad pedagógica. Todo pretende ser expresión de respeto y amor a Dios.<br />Jesús resume toda la ley de Dios en un solo mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con toda tu alma". Amar a Dios con todo nuestro ser y nuestra vida. Obviamente incluye nuestros gestos. El amor se nota. Y si no se nota... es que es demasiado débil.<br />En la Iglesia hay unas normas litúrgicas que garantizan el cuidado del culto a Dios. Una especie de "protocolo" para lo sagrado: modos cómo debemos tratar a Dios y las cosas de Dios.<br />Ante muchos descuidos e irreverencias con la Eucaristía el Magisterio de la Iglesia se ha visto obligado a recordar e insistir repetidamente en los últimos años en estos temas.<br />En concreto: Enc. Ecclesia de Eucharistia<br /> Instrucción Redemptionis Sacramentum<br /> Instrumentum laboris del Sínodo de Obispos del 2005<br /><br />También hay una serie de cuidados que no están preceptuados como leyes litúrgicas, pero que siempre han vivido los cristianos piadosos como expresión de reverencia y amor. Es parte del tesoro del patrimonio espiritual de la Iglesia.<br />Hemos de estar atentos para que la confianza no degenere en falta de respeto: sería ofensivo para con Dios. Nadie en sus cabales podría decir "porque te quiero tanto, no te respeto, te trato mal y te ofendo".<br />La dignidad, la delicadeza son necesarias, ya que como seres compuestos de alma y cuerpo, expresamos nuestros afectos, nuestra fe y todo lo espiritual a través del cuerpo..No es verdad que la espontaneidad sea de por sí buena. Depende de qué espontaneidad: la hay buena y la hay salvaje.<br />No es verdad que las formas reflejen falta de confianza.<br />El amor tiene una línea de mínima que es el respeto y la veneración. No puedo amar lo que no respeto. Tampoco lo que no venero. El mismo respeto y veneración serán camino hacia el amor, y expresiones de amor mismo.<br />Nos mostramos a nosotros mismos. Así como el cumplimiento de los modales y normas de buena educación muestran la "calidad humana" de una persona. La urbanidad de la piedad muestra nuestra fe, esperanza y amor. Es respeto y elegancia, aplicado a las cosas de Dios.<br /><br /><em><strong>1. Buena educación en iglesias y capillas:<br /></strong></em><br /><em><strong>Cuidado de las iglesias<br /></strong></em>Por respeto a lo sagrado (todo lo que tiene que ver con el culto de Dios, tiene un cierto sentido<br />sagrado) y para que los objetos dedicados al culto luzcan bien para Dios debemos ser extremadamente delicados en el cuidado de las iglesias:<br /><br /><em><strong>Cuidar la limpieza </strong></em>(papelitos en el suelo por ejemplo) <em>y los bancos</em>: si se apoyan los pies en los reclinatorios se arruina el tapizado, se ensucia, etc. Por supuesto no escribir, no dejar papelitos en el lugar para Misales, no pegar chicles...<br /><em></em><br /><em><strong>Obviamente el buen comportamiento no se limita a la duración de las celebraciones litúrgicas</strong></em>.<br />Una vez que se ha entrado en la iglesia, se está en un lugar sagrado. Es para rezar. Hay que estar en silencio. Quien no quiere rezar que no entre, o al menos que respete a los que rezan con su silencio. Incluso cuando no está reservado el Santísimo Sacramento en el sagrario.<br /><br /><em><strong>Silencio sagrado</strong></em>. Desgraciadamente se descuida bastante en muchas iglesias, donde la gente charla con demasiada soltura. Esto hace que por más que insistamos nunca insistiremos demasiado...<br />Silencio no es un mero no hablar. Expresa respeto, veneración. Es ya una forma de culto, ante Jesús presente en la Eucaristía. Es necesario para descubrir a Dios y poder escucharlo. Tiempo de recogimiento y meditación.<br />Tenemos que ser capaces de silencio. Muchas personas son incapaces. Nuestra riqueza interior hará que podamos entretenernos con la mirada dentro de nosotros sin aburrirnos.<br /><br />No correr. Caminar despacio dentro de la iglesia.<br />Obvio: no comer, chicles..., jugar, muecas, bromas, molestar a otras (tirar del pelo...).<br />Evitar distracciones. Curiosidad de mirar quién entra o sale. Quien estornudó...<br /><br /><em><strong>Elegancia en el vestir</strong></em>: cuanto más elegantes, mostramos más respeto y amor (¡hombres con bermudas...! ¡Personas en ojotas!). No es sólo cuestión de no usar prendas indecentes: hay cosas superdecentes que son demasiado deportivas: nadie se las pondría para una sesión de gala en un teatro.<br /><br />No es cuestión de si se puede o no: es cuestión de amor. Quien ama trata de dar lo mejor a quien ama.<br /><br /><em><strong>Al entrar en una iglesia<br /></strong></em>Lo primero, buscar el sagrario, para ir a saludar el Señor.<br />¿Cómo saber si está reservado el Santísimo? Por la lámpara votiva que debe haber encendida..<br /><br /><em><strong>Uso de agua bendita</strong></em>. Es un sacramental. Hacer la señal de la cruz con la mano derecha con alguna gota de agua bendita es un gesto tradicional, que quiere pedir a Dios nos bendiga.<br />Su uso piadoso perdona los pecados veniales de los que estemos arrepentidos.<br />Siendo que el uso de agua bendita nos recuerda también nuestro bautismo (que representó nuestra incorporación a la Iglesia) se suele usar al entrar en la iglesia.<br /><br /><strong><em>2. Gestos y posturas litúrgicas<br /></em></strong><br /><em><strong>Posturas</strong></em>: no hace falta estar firmes... pero tampoco apoyados en la pared, ni sentados en el piso...<br /><br /><em><strong>Genuflexiones</strong></em>. Es un acto de adoración, por lo que sólo se hace delante de Dios. Sería un acto idolátrico hacerla ante la Virgen, o ante una imagen. Se hace sólo ante el Santísimo Sacramento: se reconoce que está en el Sagrario por la vela encendida indicando su presencia. El viernes santo se hace la genuflexión también ante la cruz, adorando a Cristo que en ella ese día murió por nuestra salvación.<br />La rodilla derecha toca el suelo, con el cuerpo erguido, mirando hacia el sagrario.<br /><br /><em><strong>Inclinaciones de cabeza</strong></em>. Señal de respeto y veneración. Se hace ante el altar (que representa a Cristo) y ante imágenes.<br />Hay que distinguir el sentido de la genuflexión y el de la inclinación de cabeza. La genuflexión es un acto de adoración; la inclinación de cabeza, de reverencia. Sólo se adora a Dios (hacer la genuflexión ante una imagen de la Virgen sería un pecado de idolatría).<br />Cuando no está el Santísimo en el Sagrario se hace reverencia ante el altar. Si está el Santísimo, se hace genuflexión.<br />El sacerdote hace una inclinación de cabeza al nombrar el nombre de Jesús, de María y del santo que se celebra ese día.<br />En el Credo está previsto que los fieles se inclinen al proclamar el artículo de la Encarnación.<br />Se hace una inclinación, de cabeza antes de comulgar, ante la Eucaristía (cuando se comulga de pie).<br /><br /><em><strong>Arrodillados</strong></em>. Actitud de adoración. Apoyados en las rodillas, derechos (obviamente sin apoyar el cuerpo en los talones). En la Misa permanecemos arrodillados desde la epíclesis hasta después de la consagración en la Plegaria Eucarística.<br /><br /><em><strong>De pie</strong></em>. Actitud de respeto y atención. Derechos, sin apoyarse en los bancos ni en las paredes.<br />Cuando el sacerdote entra revestido para la Misa nos ponemos de pie, como señal de respeto a Cristo, a quien representa.<br /><br /><em><strong>Sentados</strong></em>. Actitud receptiva, para escuchar y meditar, durante las lecturas. Durante el ofertorio –hasta el "Orad hermanos para que este sacrificio…", cuando nos ponemos de pie– y la acción de gracias.<br />Cuidar la forma de sentarse. Derechos, sin "acostarse" en los bancos. Sin apoyar los pies en los reclinatorios (se arruinan, los zapatos llenan de polvo los reclinatorios que después manchan las rodillas de los pantalones).<br />Es mejor no sentarse en el piso: no es una actitud digna para un acto de culto.<br />No cruzar las piernas: es un signo de distensión. No es elegante hacerlo.<br />En las ceremonias litúrgicas es necesario saber cuando sentarse, pararse, arrodillarse.<br /><br /><em><strong>En la fila para comulgar</strong></em>. No es una cola, es una procesión hacia Jesús. Vamos preparándonos a recibir al Señor. Supone recogimiento interior (concentrados, sin la curiosidad de mirar para todos lados, darse vuelta, etc.). No llevar las manos en los bolsillos (postura poco reverente).<br /><br /><em><strong>Lecturas</strong></em>. Leer con voz clara, fuerte y pausada. Sería bueno ensayarlas antes. No olvidar que se proclama la Palabra de Dios.<br /><br /><em><strong>Elegancia en los gestos litúrgicos</strong></em>:<br /><br /><em><strong>Señal de la cruz</strong></em>: signo del cristiano, señal de nuestra pertenencia a la Santísima Trinidad y de haber sido redimidos por Cristo en la Cruz. Trazar realmente una cruz con la mano (de otra manera no sería signo de nada). Llevándola de la frente al pecho, y del hombro izquierdo al derecho. Sin apuro, sin "atajos" (en línea recta).<br /><br /><em><strong>Golpes en el pecho</strong></em>: en el acto de contrición, señal de dolor del corazón por haber ofendido a Dios.<br /><br /><em><strong>Saludo de paz</strong></em>. Es un signo de nuestro amor a los demás. Se da sólo a quienes están a nuestro lado. No se sale del banco para saludar a otras personas. No perder de vista que estamos en una ceremonia litúrgica, y que sobre el altar está Cristo realmente presente en la Eucaristía. No es un saludo: es un gesto litúrgico de desearse la paz de Cristo mutuamente.<br /><br /><em><strong>Oraciones</strong></em>. Recitarlas con pausa y atención. Con dignidad. Ni muy lento que aburre, ni tan rápido que imposibilita fijar la atención. Acoplándose al ritmo de los demás (al unísono), de manera que suba una sola oración al cielo.<br /><br /><em><strong>Canciones</strong></em>: el canto es oración. Debería ser nuestra oración. Cantar con dignidad.<br /><br /><em><strong>Respeto al traslado del Santísimo</strong></em><br /><br />Cuando se traslada el Santísimo los fieles debes mostrar su adoración cuando pasa frente a ellos.<br />Tener en cuenta de que es Dios realmente presente en la Eucaristía quien está delante nuestro. Sería una irreverencia quedarse como si no pasase nadie.<br /><br />Ejemplo 1: van a llevar la Comunión a un enfermo a la casa. El sacerdote lleva el Santísimo.<br />Obviamente se trata de no darle conversaciones frívolas, ofrecerle algo para tomar, etc., ya que está llevando a la Eucaristía.<br /><br />Ejemplo 2: pasa el sacerdote con el Santísimo para trasladarlo a otro sagrario. Si pasa delante nuestro revestido con ornamentos, lo normal será ponerse de rodillas o al menos quedarse de pie con respeto mirando en silencio hasta que termine de pasar.<br />También corresponde arrodillarse cuando se abre el sagrario para exponer el Santísimo, para llevar la Comunión a un enfermo, etc.<br /><br /><br /><div align="center">P. Eduardo Volpacchio<br />capellania@colegioelbuenayre.edu.ar<br />25.10.06</div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1160611826375789322006-10-11T21:05:00.000-03:002006-10-11T21:10:26.850-03:00¿Comulgar sin confesarse?<strong><em>¿Es necesario confesarse para comulgar?<br /></em></strong><br />Y depende... Quien va a tomar la primera Comunión debe confesarse antes de hacerlo. Quien ha cometido un pecado mortal, también debe hacerlo, para recuperar la gracia antes de comulgar. Quien está en estado de gracia no necesita hacerlo.<br /><br /><strong><em>Premisa<br /></em></strong>“Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Se recibe al mismo Cristo.<br />Es necesario hacerlo con dignidad.<br /><br /><em><strong>Dos condiciones<br /></strong></em>La Comunión no es un premio. No se precisa ser santo para comulgar. Es una necesidad espiritual, pero tiene unos requerimientos básicos.<br />Las dos primeras condiciones son de origen divino, surgen de la realidad de la Eucaristía y están consignadas en la Sagrada Escritura: 1) estado de gracia; 2) saber a quien se recibe.<br /><br />Dice San Pable en I Corintios 11, 27-29:<br />“Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del<br />Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así<br />el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el<br />Cuerpo, come y bebe su propio castigo.”<br /><br />Es necesario distinguir -saber a quién se recibe- y estar en estado de amistad con Dios. La Teología lo llama “estar en estado de gracia”. Se pierde por el pecado mortal, que rompe la comunión de vida con Dios. Se recupera en el sacramento de la Penitencia.<br /><br />Respecto a la confesión y la Eucaristía, la Iglesia concretó explícitamente dos preceptos:<br />· antes de la Primera Comunión es necesario confesarse.<br />· si se ha cometido un pecado grave, es necesario confesarse antes de comulgar.<br /><br /><strong><em>¿Conveniente o necesario?<br /></em></strong><br />Salvo los dos casos señalados no es necesario confesarse antes de comulgar. Si una persona está en gracia, aunque haga mucho tiempo que no se confiesa, puede comulgar con toda tranquilidad. No debemos añadir más condiciones que las que realmente existen. La confesión frecuente es una práctica muy recomendable para el crecimiento espiritual, tener el alma más purificada, etc. Pero esto es otra cuestión. Una cosa es la conveniencia de la confesión frecuente y otra distinta que sea necesidad para recibir la comunión si uno está en gracia (que no lo es).<br /><br />Hasta aquí todo resulta bastante claro.<br /><br /><strong><em>¿Donde surge el problema?<br /></em></strong><br />En que una persona en estado de pecado mortal puede recuperar la gracia de Dios incluso antes de confesarse.<br /><br />¿Cómo es eso? Haciendo un acto de contrición perfecta con el propósito de confesar cuanto antes se pueda, se recupera la gracia perdida.<br /><br /><strong><em>¿Qué es un acto de contrición perfecta?<br /></em></strong><br />Es un acto de arrepentimiento del pecado cometido, movido por amor de Dios. Dolor de haber ofendido a Dios, tan santo, digno de amor, grande, bueno, etc.<br />¿Qué es un acto de contrición imperfecta?<br />Es el mismo acto, realizado por motivos sobrenaturales, muy buenos todos, pero que no son el amor de Dios: miedo al infierno, fealdad del pecado, deseos de comulgar, peso de la conciencia, etc.<br /><br />El dolor de la contrición imperfecta es suficiente para recibir el perdón de los pecados en la confesión. Si al dolor de la contrición perfecta se le une el propósito de confesar, se obtiene la gracia -podríamos decir- por adelantado, antes de la confesión.<br /><br />Entonces, ¿puedo comulgar después de cometer un pecado mortal, antes de confesarme, si hago un acto de contrición perfecto?<br />- No<br />- ¿Y por qué no?<br />Los sacramentos dignamente recibidos dan la certeza de acceder a la gracia de Dios. Actúan “ex opere operato” según explica la Teología: en virtud -por eficacia- de lo actuado que no falla. Si no pongo un obstáculo a su acción, la realiza eficazmente.<br />En cambio cuando hago un acto de contrición perfecta, estoy en un ámbito no sacramental, en el cual dependo de -por decirlo de alguna manera- la “calidad” de mi acción. No tengo certeza de haber hecho realmente un acto de contrición perfecta. No tengo cómo medir la perfección/imperfección de mi acto de contrición.<br />Si comulgara así me podría exponer a recibir al Señor indignamente, y cometer así un sacrilegio. El problema no es sólo mi pecado, es problema sobretodo es el respeto que Dios merece: no puedo exponer la Eucaristía a semejante afrenta. Sin necesidad no sería lógico correr ambos riesgos.<br /><br />Por esto la Iglesia, para cuidar la dignidad del Sacramento y el alma de los fieles, impuso un precepto en el Concilio de Trento: que nadie con conciencia de haber cometido un pecado mortal se acercara a comulgar, por muy contrito que se sienta, sin haberse confesado antes.<br />Es decir, que hay una ley de la Iglesia que lo manda.<br /><br /><em><strong>¿Tiene excepciones?<br /></strong></em><br />Sí, porque los preceptos eclesiásticos no obligan cuando hay una dificultad grave.<br />El precepto divino no tiene excepción: no se puede comulgar en estado de pecado.<br />El precepto eclesiástico puede tenerla: se podría comulgar en el estado de gracia obtenido mediante un acto de contrición perfecta aún antes de confesarse, si hubiera alguna dificultad grave. En este caso, una grave necesidad de Comulgar.<br />Es decir, que si una persona tiene obligación de comulgar y no puede confesarse, puede hacer un acto de perfecta contrición y comulgar.<br />Un ejemplo: el sacerdote debe celebrar los sacramentos en estado de gracia. Si no lo estuviera cometería un sacrilegio. Además, cuando celebra Misa no puede no comulgar (la comunión del sacerdote forma parte de la ceremonia). Si, en un pueblo, el sacerdote estuviera en estado de pecado mortal, no tuviera con quien confesarse, y debiera celebrar la Misa para el pueblo, ¿qué tendría que hacer? Ese sacerdote debe hacer un acto de contrición perfecta y celebrar la Santa Misa.<br />Otro ejemplo: si omitir la comunión procurara un grave escándalo o infamia. Es el caso de una persona está en la cola para comulgar y de repente recuerda estar en pecado mortal (no lo sabía antes). Si no puede alejarse sin llamar gravemente la atención de los demás, puede comulgar haciendo un acto de perfecta contrición. Obviamente no es el caso de quien no quiere confesarse, sino de quien, de buena fe, se encuentra en esa situación.<br /><br />Obviamente sin una necesidad real, y una dificultad grave también real, sería un grave abuso el incumplimiento de este precepto de la Iglesia, cuyo fin no es impedir a la gente la comunión, sino conseguir que lo haga dignamente, evitando todo peligro de sacrilegio. Sería absurdo exponerse a cometer un sacrilegio, para satisfacer las ganas de comulgar, o para evitar la vergüenza de dejar de hacerlo, o por la “necesidad” de recibir al Señor, etc., sin una necesidad grave de recibir la Eucaristía. De hecho, casi nunca hay obligación de comulgar (es el caso del sacerdote que celebra y algún otro caso excepcional).<br /><br /><strong><em>¿Y si el sacerdote me deja?<br /></em></strong><br />A veces se escucha decir: “Pero, un sacerdote me dijo que comulgara...”.<br />Entonces nos preguntamos, ¿puede un sacerdote eximir del cumplimiento de esta ley? No, porque no tiene ninguna potestad sobre ella. Si te lo dijo, se equivocó, no tendría que habértelo dicho. Hay cosas para las que se tiene poder, y cosas para las que no. Si no tengo poder de hacer algo, e intento hacerlo, el intento es vano, ya que lo hecho no tendrá ninguna validez. Sería como si un diácono quisiera consagrar: por mejor voluntad que le pusiera nunca conseguiría que el pan se convierta en el Cuerpo de Cristo, porque no tiene el poder de hacerlo.<br />Si un sacerdote da permiso para hacer algo, en lo que no tiene potestad, el permiso es absolutamente inválido. Además un mal consejo no te excusa de pecado.<br />Por tanto, no pierdas el tiempo pidiendo permiso para comulgar: estar en condiciones de comulgar o no estarlo no depende del sacerdote que tengas delante.<br />Por otro lado, salvo el caso de personas que viven en situaciones irregulares, la solución es muy sencilla: acudir a confesarse.<br /><br /><em><strong>¿Para qué ir a Misa si no puedo Comulgar?<br /></strong></em><br />Para ofrecer a Dios el sacrificio redentor de Cristo. Es cierto que la Iglesia recomienda -para una participación más plena- que aquellos que están en condiciones de hacerlo, comulguen. Pero esto no quita que se pueda participar activamente en la Misa sin comulgar. Son dos cuestiones distintas. Y la comunión siempre presupone las debidas disposiciones, sin las cuales, haría daño, mucho daño al alma de quien comulga.<br />Además en el caso de la misa dominical, no asistir a Misa añadiría otro pecado mortal a la persona. El cumplimiento del precepto dominical es absolutamente independiente de la Comunión: se lo cumple con la asistencia a Misa y punto.<br /><br /><strong><em>La insistencia de la Iglesia<br /></em></strong><br />La Iglesia ha insistido tanto en este tema en documentos recientes que resulta realmente doloroso que haya quienes propongan una práctica contraria a esta enseñanza.<br /><br />Lo que la Iglesia enseña y quiere está clarísimo para quien sepa leer y quiera obedecer.<br />Le pediría a quien difunda lo contrario, que tenga al menos la honestidad de decir a los fieles que no es eso lo que la Iglesia sostiene. De lo contrario estaría engañándolos en su buena fe.<br />Decirle a un fiel: “comulgá y después te confieso” (salvo los casos excepcionales de necesidad grave de comulgar) es descabellado, significa tanto como decirle: “cometé un sacrilegio y después te confieso”. No, mejor no cometas el sacrilegio.<br /><br /><br />P. Eduardo Volpacchio<br />capellania@colegioelbuenayre.edu.ar<br /><br /><br /><strong><em>ANEXO: Algunos textos del Magisterio reciente<br /></em></strong><br /><strong><em>Catecismo de la Iglesia Católica, n 1385:<br /></em></strong><br />Debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" ( 1 Cor 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.<br /><br /><em><strong>Instrucción Redemptionis Sacramentum</strong></em><br />De la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía (25.3.2004)<br /><br />n. 81. La costumbre de la Iglesia manifiesta que es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad, para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes.<br />n. 87. La primera Comunión de los niños debe estar siempre precedida de la confesión y absolución sacramental.<br /><br /><strong><em>Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (28.6.2005)<br /></em></strong><br />291. ¿Qué se requiere para recibir la sagrada Comunión?<br />Para recibir la sagrada Comunión se debe estar plenamente incorporado a la Iglesia Católica y hallarse en gracia de Dios, es decir sin conciencia de pecado mortal. Quien es consciente de haber cometido un pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. Son también importantes el espíritu de recogimiento y de oración, la observancia del ayuno prescrito por la Iglesia y la actitud corporal (gestos, vestimenta), en señal de respeto a Cristo.<br /><br /><em><strong>Juan Pablo II, Encíclica Ecclesiae de Eucaristía (17.4.2003)<br /></strong></em><br />36. La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4), así como la práctica de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la gracia santificante y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el «cuerpo» y con el «corazón»; es decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, «la fe que actúa por la caridad» (Ga 5, 6).<br /><br />La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: «Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa» (1 Co 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo».<br /><br />Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: «Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar». Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, «debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal».<br /><br />37. La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: «En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Co 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena participación en el Sacrificio eucarístico.<br /><br /><strong><em>Instrumentum laboris del XI Sínodo de Obispos (Octubre, 2005)<br /></em></strong><br />13. (...) La pertenencia a la Iglesia es prioritaria para poder acceder a los sacramentos: no se puede acceder a la Eucaristía sin haber antes recibido el Bautismo o no se puede retornar a la Eucaristía sin haber recibido la Penitencia, que es el «bautismo laborioso» para los pecados graves. Desde los orígenes la Iglesia, para expresar tal urgencia propedéutica, instituyó respectivamente el catecumenado para la iniciación y el itinerario penitencial para la reconciliación.<br /><br />22. El sacramento de la Reconciliación restablece los vínculos de comunión interrumpidos por el pecado mortal. Por lo tanto, merece una particular atención la relación entre la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación. Las respuestas indican la necesidad de proponer nuevamente esa relación en el contexto de la relación entre Eucaristía e Iglesia, y como condición para encontrar y adorar al Señor, que es el Santísimo, en espíritu de santidad y con corazón puro. Él ha lavado los pies a los Apóstoles, para indicar la santidad del misterio. El pecado, como afirma San Pablo, provoca una profanación análoga a la prostitución, porque nuestros cuerpos son miembros de Cristo (cf. 1 Co 6,15-17). Dice, por ejemplo, San Cesáreo de Arles: «Todas las veces que entramos en la iglesia, reordenamos nuestras almas, así como quisiéramos encontrar el templo de Dios. ¿Quieres encontrar una basílica reluciente? No manches tu alma con la inmundicia del pecado».<br />La relación entre Eucaristía y Penitencia en la sociedad actual depende mucho del sentido de pecado y del sentido de Dios. La distinción entre bien y mal frecuentemente se transforma en una distinción subjetiva. El hombre moderno, insistiendo unilateralmente sobre el juicio de la propia conciencia, puede llegar a trastrocar el sentido del pecado.<br />23. Son muchas las respuestas que se refieren a la relación entre Eucaristía y Reconciliación. En muchos países se ha perdido la conciencia de la necesidad de la conversión antes de recibir la Eucaristía. El vínculo con la Penitencia no siempre es percibido como una necesidad de estar en estado de gracia antes de recibir la Comunión, y por lo tanto se descuida la obligación de confesar los pecados mortales.<br />También la idea de comunión como «alimento para el viaje», ha llevado a infravalorar la necesidad del estado de gracia. Al contrario, así como el nutrimento presupone un organismo vivo y sano, así también la Eucaristía exige el estado de gracia para reforzar el compromiso bautismal: no se puede estar en estado de pecado para recibir a Aquel que es «remedio» de inmortalidad y «antídoto» para no morir.<br />Muchos fieles saben que no se puede recibir la comunión en pecado mortal, pero no tienen una idea clara acerca del pecado mortal. Otros no se interrogan sobre este aspecto. Se crea frecuentemente un círculo vicioso: «no comulgo porque no me confesé, no me confieso porque no cometí pecados». Las causas pueden ser diversas, pero una de las principales es la falta de una adecuada catequesis sobre este tema.<br /><br />Otro fenómeno muy difundido consiste en no facilitar, con oportunos horarios, el acceso al sacramento de la Reconciliación. En ciertos países la Penitencia individual no es administrada; en el mejor de los casos se celebra dos veces al año una liturgia comunitaria, creando una fórmula intermedia entre el II y el III rito previsto por el Ritual.<br />Ciertamente es necesario constatar la gran desproporción entre los muchos que comulgan y los pocos que se confiesan. Es bastante frecuente que los fieles reciban la Comunión sin pensar en el estado de pecado grave en que pueden encontrarse. Por este motivo, la admisión a la Comunión de divorciados y vueltos a casar civilmente es un fenómeno no raro en diversos países. En las Misas exequiales o de matrimonios o en otras celebraciones, muchos se acercan a recibir la Eucaristía, justificándose en la difundida convicción que la Misa no es válida sin la Comunión.<br />24. Ante estas realidades pastorales, en cambio, muchas respuestas tienen un tono más alentador. En ellas se propone ayudar a las personas a ser conscientes de las condiciones para recibir la Comunión y de la necesidad de la Penitencia que, precedida del examen de conciencia, prepara el corazón purificándolo del pecado. Con esta finalidad se retiene oportuno que el celebrante hable con frecuencia, también en la homilía, sobre la relación entre estos dos sacramentos. »P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1156980499427509232006-08-30T20:28:00.000-03:002006-08-30T20:34:03.736-03:00La realidad del aborto<embed src="http://youtube.com/v/m0ICFxKy8S0" width="425" height="350" type="application/x-shockwave-flash"></embed><br />Acá tenemos una película corta sobre el aborto. Las discusiones comienzan después de ver qué es en realidad un aborto.P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1151764134328303732006-07-01T11:21:00.000-03:002006-07-02T12:26:06.816-03:00¿Qué es en realidad un aborto?Una sociedad que acepta el aborto está muy enferma. Hoy en día el lugar más peligroso para la vida de un chico puede ser el vientre de su madre. Si consideramos las probabilidades de supervivencia desde su concepción hasta su nacimiento, con las probabilidades desde el nacimiento hasta los 70 años, nos daremos cuenta que algo realmente malo está pasando. El vientre de su madre puede ser más peligroso que el barrio mafioso más peligroso…<br />Muchas organizaciones internacionales luchan por reducir la mortalidad infantil –un muy buen trabajo– pero posiblemente la causa más frecuente de muerte infantil no es registrada por sus estadísticas: el aborto.<br />Se debate mucho sobre el aborto. Es este artículo se desarrollan ideas básicas, elementales, que apuntan a lo esencial del asunto.<br /><br /><em><strong>¿Qué es "eso": un embarazo o un niño?</strong></em><br />La primera y fundamental idea: Cuando vemos una mujer embarazada, nos damos cuenta de que lo que está creciendo en su vientre es un ser humano. Esto es obvio. No es simplemente un embarazo. El embarazo es un estado, el estado de una mujer que tiene un hijo. El embarazo no significa que una mujer va a tener un hijo, significa que ya lo tiene ahora.<br />¿Qué es esa “cosa” que hace que la mujer engorde? La ciencia nos dice:<br />Genéticamente, eso es un ser humano. No hay en absoluto duda sobre esto. Si alguien niega esta afirmación, debería responder la siguiente pregunta: ¿qué es entonces? ¿un conejo? ¿a lo mejor un gusano? ¿quizá una masa informe de células? Debería explicar como algo que no es humano puede transformarse en humano después de un tiempo. La genética nos dice que ese ser tiene 46 cromosomas humanos, que genéticamente pertenece a la raza humana.<br />Este ser humano está completo. Aunque le esté faltando desarrollo, desde la primera célula, tiene toda la información genética para crecer: todo está en la primer célula: raza, sexo, órganos, carácter, etc. El tiempo le permitirá crecer, pero genéticamente no cambiará. Desde la primera célula hasta la edad adulta la única diferencia será de edad.<br />Este ser humano es diferente de su madre y su padre. Si fecundás in vitro un óvulo de una mujer blanca con espermatozoides de un hombre blanco, y lo implantás en una mujer africana, ella dará a luz a un chiquito blanco, mostrando que la africana sólo le ha dado un lugar para vivir y lo ha alimentado. Por tanto, ese ser humano no es parte de la mujer que lo lleva y alimenta.<br />Este ser humano es único e irrepetible. Su madre puede tener otros hijos, pero nunca puede tenerlo a él de nuevo. Para él existen sólo dos posibilidades: que le den la oportunidad de crecer o que lo asesinen a pesar de su inocencia.<br /><br /><em><strong>Pero entonces ¿qué es un aborto?</strong></em><br />El aborto consiste en la eliminación voluntaria de un ser humano que está creciendo en el vientre de su madre. No se puede definir como "la terminación de un embarazo " porque esto no es la esencia del acto sino sólo su consecuencia. Es verdad que el embarazo se termina con un aborto, pero sólo porque alguien ha matado al bebé; no hay fin del embarazo sin destrucción del chico. Es un eufemismo hablar de fin del embarazo sin referencia al sistema para terminarlo, es decir el asesinato del bebé. Quienes buscan razones para justificar este homicidio, deberían considerar que este ser humano es inocente, no puede defenderse, ni siquiera llorando, no puede pedir ayuda, sufre…<br />Por tanto, cuando discutamos sobre el tema del aborto, nuestra atención debe estar centrada en el chico, porque el punto en discusión es: si permitimos a este chico vivir o no. Otras consideraciones -la situación de la madre, sus problemas, su futuro, si ama o no al chico, etc.- pueden ser muy interesantes y deben ser tenidas en cuenta, pero no se puede centrar la atención exclusivamente en ellas: sería escapar del núcleo de la cuestión. En realidad, estamos hablando de matar a un chico. Pensar en la madre olvidando su hijo es, al menos, estar fuera de foco. Cuando discutas sobre el aborto, no te confundas con argumentos que llevan la conversación fuera del hecho real en discusión: si es bueno o malo matar a un chico en el seno de su madre.<br />Se puede ver qué es un aborto en el video “Dura realidad” en <a href="http://www.hispanicsforlife.org/">http://www.hispanicsforlife.org/</a><br /><br /><em><strong>Aborto y maternidad</strong></em><br />Hay muchas razones por las que un embarazo puede resultar incómodo para una mujer. Pero si ella está embarazada no puede evitar ser madre, porque ya lo es… No es que ella vaya a ser madre, ella ya es madre de un bebé muy chiquito y simpático que está creciendo en su vientre. El aborto no es un viaje en el túnel de tiempo, no la va a llevar al pasado unos momentos antes de las relaciones sexuales. No va a cambiar el pasado. El aborto no evita el embarazo, solamente mata un bebé. El aborto no salva a una chica de convertirse en madre. Nunca olvides que para mujer embarazada la verdadera alternativa no es "ser madre" o "no ser madre", sino "ser madre de un chico vivo" o "ser madre de un chico muerto", porque ella ya es madre del bebé que tiene en su seno.<br /><br /><em><strong>Diferencia entre aborto e infanticidio</strong></em><br />Nadie duda de que el aborto sea la eliminación de un ser humano, porque nadie duda la naturaleza de lo que es eliminado por el aborto. Entonces, la aceptación del aborto implica la aceptación de que el asesinato de un ser humano en cierto estadio de su crecimiento, es una acción lícita. Por supuesto, los partidarios del aborto no defienden la eliminación de un ser humano de cualquier edad, sino sólo cuando éste está viviendo en el seno de su madre y no después. Esta distinción no parece muy coherente porque la única diferencia es estar dentro o fuera del útero. Podemos decir que lo que determina la bondad o maldad de este homicidio es el "domicilio". Parece ser el único caso en la historia en la que la dirección determina el derecho a vivir o no.<br />¿Cuál es la diferencia entre el aborto y el infanticidio? ¿La media hora del parto? Si una madre mata a su hijo justo después del nacimiento, cometería un asesinato e iría a parar a la cárcel. Si lo mata media hora antes, el asesinato sería lícito, hasta se hablaría de "maternidad segura", "derechos reproductivos", etc. Esta increíble diferencia de evaluación del mismo hecho -la eliminación de un bebito como ejercicio de un derecho o asesinato- en tan poco tiempo no parece ser muy coherente.<br />La vida humana es sagrada porque es vida humana. Esta es la razón por al que un ser humano tiene derecho a vivir. Es un derecho absoluto. Todos y cada ser humano tiene derecho a la vida independientemente de su edad, raza, religión, nacionalidad, etc. Cuando se comienzan a hacer distinciones para justificar la eliminación de un chiquito, considerando excepciones o tratando de establecer cuando la vida humana es sagrada y cuando su sacralidad desaparece, el derecho a la vida se convierte en un asunto arbitrario. Una de las cosas más peligrosas que pueden pasar en la sociedad es que alguien se atribuya el poder de decidir qué clase de persona tiene derecho a vivir y cuál no. Hoy el derecho a la vida es negado a los chicos en el vientre de su madre, mañana a aquellos que tienen deformidades o están enfermos, el día de mañana a aquellos que no tienen los ojos azules… La alternativa es clara: el ser humano tiene derecho a la vida o no lo tiene, porque ese derecho no depende de la edad, salud, dinero, energía, capacidades, raza. Es anterior a toda otra consideración, procede del simple hecho de ser humano.<br /><br /><em><strong>El "precio" de un aborto: ¿hay algún aborto "seguro"?</strong></em><br />No debemos olvidar que en un aborto hay dos víctimas: el bebé y su madre. Aparentemente el aborto soluciona un problema de la madre –ella no necesitará cuidar a su hijo porque ha muerto–, pero en realidad le crea un montón de problemas. Oirás hablar de abortos "inseguros" que necesitan ser hechos "seguros", y por tanto legalizados como si la ley les aportara seguridad. Los promotores del aborto identifican ilegal e inseguro por un lado; y seguro y legal, por otro. Una identificación absolutamente arbitraria. La realidad es que no existen tales abortos seguros porque hay mujeres que mueren a causa de abortos legales, y porque para el bebé siempre es inseguro toda clase de aborto sin distinción de status legal. Veamos algunas de las consecuencias más corrientes de aborto en relación a la mujer:<br />Consecuencias físicas del aborto. Los riesgos inmediatos son dolor intenso, perforación del útero, excesivo sangrado, infecciones, partes del bebé dejadas adentro, shock/coma, daño de otros órganos, muerte. Riesgos posteriores son la imposibilidad de quedar embarazada posteriormente, pérdidas de bebés, embarazos ectópicos, partos prematuros, enfermedad de la inflamación de la pelvis, histerectomía, cáncer de pecho, etc.<br />Las consecuencias psicológicas más comunes son sentimiento de culpa, deseos de conseguir un nuevo embarazo, depresión, llanto, incapacidad de perdonarse a sí misma, intensa tristeza y duelo, bronca, insensibilidad emocional, disfunción sexual, baja autoestima, pesadillas, anorexia u otros desórdenes alimentarios, abuso de alcohol o droga, deseos de suicidio, etc.<br />En Medicina se habla del Post Abortion Syndrome (Mujeres que sufren angustia mental y emocional después de un aborto): "El aborto tiene un doloroso después, independientemente de las creencias religiosas de la mujer, o cuán positivo ella puede haber sentido su decisión de abortar antes del aborto." (Vincent Rue, Ph.D. - Psicólogo).<br />La Dra. Anne Speckhard, en su estudio sobre Post Abortion Syndrome, encontró los siguientes efectos en la mujer:<br /><br />EFECTOS RELACIONADOS CON EL ABORTO<br /><br />- 23% tuvo alucinaciones relacionadas con el aborto<br />- 35% percibió visitas del chico abortado<br />- 54% tuvo pesadillas relacionadas con el aborto<br />- 69% experimentó sentimientos de "locura "<br />- 73% tuvo flashbacks de la experiencia del aborto<br />- 81% tuvo preocupaciones por el chico abortado<br /><br />MÁS COMUNES PROBLEMAS DE COMPORTAMIENTO DESPUES DEL ABORTO<br /><br />- 61% aumenta su consumo de alcohol<br />- 65% tiene pensamientos de suicidio<br />- 69% estuvieron sexualmente inhibidos<br />- 73% tuvieron flashbacks del aborto<br />- 77% experimentó incapacidad para comunicarse<br />- 81% experimentó llanto frecuente<br /><br />Considerá solo la esterilidad: entre el 5 y el 10% de las mujeres que abortan quedan estériles… ¿Te das cuenta del dolor que esas madres sufren por haber matado el único chico que ellas podrían haber tenido?<br />En esta discusión los defensores del aborto tratan de presentar el tema como una disyuntiva: los derechos de la madre contra los derechos del chico. Y urgen a la opinión pública a apoyar los primeros. No debemos entrar en esta polémica porque la alternativa que presentan es falsa. El aborto daña a la mujer con heridas que durarán toda su vida. Para poner el tema en términos de derechos, podríamos hablar de los derechos de los aborcionistas a hacer negocios con la industria del aborto, contra el derecho del chico a la vida y los derechos de la mujer a la salud mental y física.<br />Podemos concluir que el aborto es "seguro" solo para el aborcionista que obtiene grandes beneficios económicos del mismo.<br /><br /><em><strong>Las comunes excusas aducidas para justificar el aborto</strong></em><br /><br />1. Los promotores del aborto usan los "casos extremos" -“hard cases”- para justificar el aborto.<br />Se trata de tres situaciones muy duras: el caso de peligro para la vida de la madre y los casos de embarazo como consecuencia de violaciones o de incesto. ¿Sabés que porcentaje de los abortos se deben a estas razones en los Estados Unidos? Menos del 1%. Impresionante, ¿no es cierto? Moviendo la sensibilidad de la gente con los casos difíciles, abren la puerta para el aborto libre que es lo que los aborcionistas realmente quieren. En los casos de violación e incesto hay muchas razones para no abortar en defensa de la salud mental de la madre (podés encontrar abundante bibliografía en Internet sobre el tema). Y el caso de riesgo para la vida de la madre con los avances de la medicina, prácticamente no existe. Además, en los casos difíciles la respuesta es exactamente la misma que para el resto de los casos: ninguna razón puede justificar el asesinato de un chico inocente.<br /><br />2. Otras veces oímos hablar de anormalidades en el bebé.<br />Quizás, si el chico tuviera algún defecto o fuera retrasado mental… ¿no sería un acto de piedad abortarlo? En realidad quien piensa así, está diciendo que si el chico no pasa un control de calidad, habría que eliminarlo, no merecería vivir… esto por el bien de la Humanidad, por supuesto. No ser perfecto, no quita el derecho a la vida. Habría que pensar que harías frente un chico de 10 años ciego, paralítico y sordo… ¿lo matarías? ¿Qué diferencia hay entre eso y hacerlo antes de que nazca? Estas circunstancias nos deben mover a querer más a esos chicos. De hecho, todas las asociaciones de chicos con discapacidades están en contra del aborto.<br /><br />3. Otra excusa es la existencia de abortos ilegales.<br />El hecho de que algo malo sea hecho por la gente, no justifica su legalización, y menos todavía la legalización soluciona el problema. Este argumento podría ser aplicado al asesinato, robo, violaciones, contrabando, corrupción, etc., pero nadie lo hace. La triste experiencia de los países que han legalizado el aborto muestra que en todos ellos el número de abortos se ha incrementado como consecuencia de la ley, porque la ley tiene un valor pedagógico: dice a la sociedad qué es correcto. Además aprobar el aborto empuja a muchas mujeres en crisis hacia la solución aparentemente más fácil, algo que ellas después lamentarán toda su vida.<br /><br />4. Frecuentemente se oye hablar de «embarazos no deseados».<br />En primer lugar tendrían que explicar por qué el hecho de que un embarazo pueda sorprender a una mujer, ésta tendría derecho a eliminar al chico y para así reponerse de la sorpresa… Hay un salto muy grande, sin relación lógica.<br />Por otro lado, este concepto es tan genérico que da lugar a muchos equívocos. Debemos clarificar el término porque embarazo siempre refiere a un chico (no hay embarazo sin chico) y aunque se pueda hablar de «embarazos no deseados», uno no debería hablar de «chicos no deseados», aunque los enemigos de los niños lo hacen. Puede ser verdad que un chico sea inesperado y una sorpresa para la madre, pero si uno aplica el concepto de «no querido» al chico, estamos en problemas. Casi siempre embarazos «inesperados» son seguidos por chicos «muy queridos» (¡quizá nuestra misma madre se sorprendió al descubrir que estaba embarazada con nosotros!)<br />Veamos tres consideraciones sobre el término.<br />La consecuencia natural de una relación sexual es un embarazo. ¿Qué otro fin puede tener introducir semen en la vagina de una mujer (porque es lo que dos personas hacen cuando tienen relaciones sexuales)? Una mujer debería saber que después de tener sexo con un hombre puede quedar embarazada (suponiendo que no es estéril). ¿No es ridículo hablar de «no querido» la consecuencia natural de algo que la mujer hizo «queriéndolo»? Entonces, deberíamos concluir que ese embarazo no es tan «no deseado».<br />Hablar de chicos «no deseados» es muy peligroso. En primer lugar porque el concepto de «no deseado» no es médico, ni biológico, sino fruto de una decisión personal. Una persona se transforma en «no deseada» sólo cuando alguien lo declara tal. Si fuera correcto eliminar el derecho a la vida de aquellas personas consideras no queridas por alguien, la vida en la sociedad se tornaría muy difícil. ¿Porqué no declarar «no deseada» a una abuela enferma? ¿A un vecino molesto que no permite dormir de noche con sus ruidos? ¿A un cliente que no paga las deudas? ¿A un conductor que me cierra en una curva? Los ejemplos se pueden suceder hasta el infinito. También podría pasar que el bebé que fue muy «querido» durante el embarazo, unos años después se vuelva «no querido» porque en el colegio no le va tan bien como sus padres esperaban y no satisface sus expectativas…<br />La "aparición" de un chico puede ser "inesperada", pero cuando está aquí, la única respuesta correcta es brindarle amor y la oportunidad de vivir. Incluso en el caso de una chica que no quiere conservarlo con ella, le debe, al menos, dar el amor de ofrecerle unos padres adoptivos que lo amen. El chico en su vientre no pide demasiado, solo nueve meses de cuidados. Un chico no es una enfermedad, cuando una mujer tiene una gripe porque un virus ha entrado en su organismo, se la cura matando el "intruso" con antibióticos. Pero un chico no puede ser considerado un virus «no deseado» que está atacando la madre.<br />Por lo tanto, quien no quiera correr el riesgo de ser declarado «no querido» y, por lo mismo, eliminado por otra persona, no debería hablar de embarazos o hijos «no deseados», mejor será hablar de chicos inesperados, y tratar de amarlos como a uno mismo.<br /><br />5. Otro caso es el de una chica estudiante que queda embarazada y no quiere perjudicar su futuro académico. No es verdad que tener un hijo le impida estudiar. Deberá quizá interrumpir su estudio unos meses… y después de dar a luz puede continuar sus estudios. Ella debería haber pensado en el asunto antes de tener relaciones sexuales -entonces hubiera evitado quedar embarazada, evitando lo que lo produce- pero ahora que su hijo está viviendo en su vientre, la única decisión humana es darle amor y la posibilidad de vivir. Esperar nueve meses no es demasiado.<br /><br /><strong><em>Tácticas pro-aborto </em></strong><br /><br /><strong><em>Los promotores del aborto no tienen ningún problema en mentir para que cambiar la ley.</em> </strong><br />No hay que olvidar que en muchos países las campañas pro-aborto han hecho uso de mentiras para conseguir el apoyo de la opinión pública. El sistema ha sido presentar estadísticas inventadas sobre el número de mujeres que morían como consecuencia de abortos "inseguros" (en su esquema sinónimo de ilegal), del número de abortos ilegales que exigirían ser legalizados (¿?) y el porcentaje de gente que apoyaría dicha legislación. En la mayoría de los casos las estadísticas fueron falsas. Para mayor datos los remito al testimonio del Dr. Nathanson (<a href="http://www.buzoncatolico.org/actualidad/abortocartadeldrbernardnathanson.html">http://www.buzoncatolico.org/actualidad/abortocartadeldrbernardnathanson.html</a>).<br /><br /><strong><em>Confundir el vocabulario</em></strong><br />Los pro-aborto hablan de "salud reproductiva", "derechos reproductivos, maternidad segura y otros términos similares para ocultar la cara real del aborto. Nunca hablan de niños ni de bebés, o de las consecuencias del aborto para la madre, quieren –necesitan– que la gente se olvide de la realidad de lo que es un aborto. Por eso se vuelven locos cuando los defensores de la vida muestran películas o fotos de chicos abortados, porque muestran gráficamente la realidad. Nunca apoyarán planes de adopción, darán ayuda a chicas embarazadas o tratamientos post-aborto porque su objetivo –su negocio– es que aborten cuantas más mejor.<br />Dicen estar a favor de la decisión (pro-chioce) para presentar con una cara simpática la promoción del aborto, porque nadie quiere ser pro-aborto. Pero, si analizás qué clase de elección promueven, te darás cuenta de que es una elección muy mala: matar a un inocente bebé.<br /><br /><em><strong>Desviar la discusión a otros ámbitos</strong></em><br />Por eso, te dirán que no quiera imponerles tu religión. Pero, ¿quién está hablando de religión? Este no es un tema religioso, es de derechos humanos. No se trata de discutir entre distintas religiones.<br />Te dirán que respetes su libertad, que si no quieres, no abortes, pero dejes abortar a los demás. Falso, no es cuestión de respeto de libertades, es cuestión de proteger la vida indefensa.<br /><br /><strong><em>La batalla contra el aborto</em></strong><br /><br />Salvar chicos del aborto es una tarea que nos involucra a todos. Nadie puede mirar indiferente, o hacerse el distraído mirando para otro lado. Cuando se matan chicos uno no puede excusarse en la libertad ajena y quedarse tranquilo pensando que yo no los mato.<br /><strong><em>La batalla de la defensa de la vida humana tiene varios frentes</em></strong>. En general, esforzarse por crear una cultura que ame la vida. En lo operativo concreto, cara al aborto, hay cuatro tipo iniciativas básicas: apoyar las leyes que defienden la vida e impedir las que favorezcan el aborto, ayudar a mujeres embarazados que se encuentran en dificultades, colaborar con los organizaciones que se ocupan de la adopción de chicos, y enseñar a la gente a vivir la castidad, que es la solución definitiva.<br /><br /><strong><em>Es muy útil ayudar en un movimiento pro-vida</em></strong>: hace que los esfuerzos sean mucho más eficaces, brindan formación, animan, aportan material para propaganda, etc., etc., etc., y, además ¡uno se lo pasa en grande! (me refiero sobre todo a los movimientos de jóvenes pro-vida).<br /><br /><em><strong>Ayudar a mujeres embarazadas con problemas</strong></em>. "Lo que es bueno, es bueno; lo que es malo, es malo". Debemos aplicar esta sencilla proposición al caso del aborto. Tener relaciones sexuales sin estar casado es moralmente malo. Un bebé es siempre bueno. No podemos confundir una acción con una persona. A veces la sociedad puede ser hipócrita: cuando considera normal la vida sexual activa de los adolescentes, y se sorprende de los embarazos de los mismos. No olvidemos en la mayoría de los casos el aborto es consecuencia del miedo, la angustia o la desesperación; y que es buscado como una vía de escape. ¿Cuántas chicas matarían a sus hijos si encontraran comprensión, ayuda y cariño? Muy pocas.<br />Muchos abortos son consecuencia de presión de la sociedad.<br />Hay muchas soluciones para el resolver los problemas que el aborto pretende resolver, pero eliminar un chico inocente, nunca es parte de la solución. Los problema son cosas que les suceden a los seres humanos, pero una persona no es un problema. Eliminar un ser humano para resolver un problema personal... no soluciona nada. Sólo crea un nuevo problema: me convierto en un asesino. Busquemos soluciones para los problemas reales -ayuda económica, cuidados médicos, quizá adopción...- ¡Todos los problemas tienen solución!<br /><br /><strong><em><strong>La solución definitiva al problema del aborto</strong></em></strong><br />La principal causa del aborto es la promiscuidad sexual. Y esto no hay quien pueda negarlo. ¿Cómo evitar que se maten chicos con abortos? Enseñando a la gente a vivir la castidad. La prevención real y definitiva al aborto es la pureza: la abstinencia sexual antes del matrimonio y la fidelidad después. Si una persona no está preparada para tener un chico, no debe tener relaciones sexuales. Esto es simple y evidente. Quien no quiera enfrentarte con un embarazo, no debería hacer lo necesario para tener un chico. La abstención del uso de la sexualidad antes del matrimonio es el sistema más efectivo para evitar abortos.<br />Con frecuencia se oye decir que el camino para luchar contra el aborto es la anticoncepción. Nos dicen que cuantos más anticonceptivos se consuman, menos abortos serán necesarios. Esto parece lógico, pero la realidad muestra lo contrario: las estadísticas dicen que los países con más alto índice de anticoncepción, son los que tienen más abortos.<br /><br /><em>Esto es así por tres razones:</em><br />No hay anticonceptivo que sea 100% seguro. El índice de fallo varía según el tipo de anticonceptivo y la “habilidad” del usuario, pero ninguno garantiza con el 100% no tener un bebé. De manera, que la anticoncepción necesita tener el aborto, como cobertura para el fallo anticonceptivo. De hecho, el 40% de las personas que acuden a las clínicas abortistas de Marie Stopes en Gran Bretaña, culpan del embarazo a fallos anticonceptivos.<br />Además, muchos anticonceptivos, no conducen al aborto... porque ellos mismos son abortivos. Anticonceptivos sin efectos abortivos son los de barrera -previenen el encuentro del óvulo con los espermatozoides-; y éstos son los que tienen más alto índice de falla. Todos los anticonceptivos hormonales (diferentes tipos de pastillas o inyecciones) tienen además de efectos anticonceptivos -procurar evitar la ovulación y tratar de impedir el ascenso de los espermatozoides hacia las trompas de Falopio-, otro que "cubre" los posibles fallos de los dos anteriores: hacer imposible la implantación del minúsculo ser humano en caso de ser concebido. De forma que tienen un potencial efecto abortivo.<br />La mentalidad anticonceptiva y el aborto tienen la misma raíz: ver el embarazo como una enfermedad y al bebé como un enemigo que hay que combatir a cualquier precio.<br /><br />Eduardo M. Volpacchio<br />NOTA: Podés encontrar abundante material sobre el aborto en <a href="http://www.vidahumana.org/">http://www.vidahumana.org/</a>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1149459830076519522006-06-04T19:22:00.000-03:002006-06-04T19:26:55.096-03:00Cómo elegir padrinosAl presentarse el Bautismo y la Confirmación, nos encontramos con la necesidad de elegir padrinos/madrinas. ¿A quien elegir? ¿Qué condiciones tendría que reunir el candidato/a?<br /><br /><em><strong>Función de los padrinos</strong></em><br />Normalmente se los suele elegir por cuestiones de amistad, simpatía, reciprocidad (alguien elegido como padrino del hijo de un amigo, se siente obligado a retribuir nombrándolo padrino de un hijo) u otros motivos sociales. Todos estos motivos son válidos, siempre y cuando la persona tenga las condiciones que le permitan cumplir su tarea de padrino. No olvidemos que esta elección no es un premio, ni una distinción, ni un honor, sino una responsabilidad, para la cual hay que ser idóneo. Obviamente los lazos afectivos son importantes y ayudan a cumplir esta misión, pero deben ir acompañados por otros requerimientos.<br />Para comenzar habría que ver qué función cumple un padrino/madrina, ya que si queremos que cumpla bien su función, tendrá que tener las condiciones necesarias para ser capaz de llevarla adelante.<br /><br />Los dos textos del Magisterio de la Iglesia que constituyen la referencia obligada son el Catecismo de la Iglesia Católica y el Código de Derecho Canónico.<br /><br /><em>El Catecismo de la Iglesia dedica dos números: </em><br />“Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana. Su tarea es una verdadera función eclesial” (n. 1255).<br /><br />“Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos” (n. 1311).<br /><br /><em>Las condiciones exigidas por el Código de Derecho Canónico:</em><br />- "En la medida de lo posible, a quien va a recibir el bautismo se le ha de dar un padrino, cuya función es asistir en su iniciación cristiana al adulto que se bautiza, y, juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo". (872)<br />- "Téngase un solo padrino o una sola madrina, o uno y una". (873)<br />- "Para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que:<br />1. haya sido elegido por quien va a bautizarse o por sus padres o por quienes ocupan su lugar o, faltando éstos, por el párroco o ministro; y que tenga capacidad para esta misión e intención de desempeñarla;<br />2. haya cumplido dieciséis años, a no ser que el Obispo diocesano establezca otra edad, o que, por justa causa, el párroco o el ministro consideren admisible una excepción;<br />3. sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el santísimo sacramento de la Eucaristía y lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir;<br />4. no esté afectado por una pena canónica, legítimamente impuesta o declarada;<br />5. no sea el padre o la madre de quien se ha de bautizar” (874 § 1).<br /><br /><em>Al ocuparse de la Confirmación señala:</em><br />"En la medida de lo posible, tenga el confirmando un padrino, a quien corresponde procurar que se comporte como verdadero testigo de Cristo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al sacramento” (892).<br />En el canon 893 remite a las condiciones indicadas para los padrinos de Bautismo, añadiendo que "es conveniente que se escoja como padrino a quien asumió esa misión en el bautismo".<br /><br /><em><strong>Vida cristiana coherente</strong></em><br />Como vemos estos documentos, además de las condiciones específicas de edad y de recepción de los Sacramentos de la Iniciación cristiana, señalan una condición general de llevar una vida congruente con la fe. <br />Con esto quedan directamente excluidos como candidatos a padrinos: <br />- quienes viven en una situación matrimonial irregular (ya sea porque viven en concubinato o son divorciados vueltos a casar), <br />- quienes han incurrido en penas canónicas, o que han apostatado de la fe (adhiriendo a cultos de otras confesiones religiosas), etc. <br />E indirectamente quedan excluidos quienes no practican la fe. En efecto, una persona que no va a Misa los domingos, o que no se confiesa ni comulga, difícilmente pueda ser una ayuda espiritual en el camino hacia la madurez cristiana. Sería como contratar como maestro a una persona que a penas sabe leer y escribir. <br />Resulta obvio que no puede ponerse como ejemplo y modelo de la vida cristiana a quien no la vive con coherencia. Difícilmente pueda ayudar a recorrer el camino cristiano, quien haya decidido libremente no recorrerlo él mismo. Por eso el Catecismo señala que los padrinos deben ser "deben ser creyentes sólidos", y "capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana".<br /> Cualquier cristiano practicante, coherente con su fe, puede ser padrino/madrina. No hacen falta otros requisitos especiales.<br /><br /><em><strong>Estado de gracia</strong></em><br />Aun que no es un requisito requerido por la Iglesia, se desprende de la función que cumple: es casi una cuestión de coherencia personal. Acudir en estado de pecado a asumir la responsabilidad de ayudar en la vida cristiana a alguien, sería algo realmente extraño: constituiría un contrasentido.<br /><br />En el caso de la Confirmación se añadiría el hecho de que si el padrino careciera del estado de gracia, no estaría en condiciones de recibir la Eucaristía. Se daría así la “curiosidad” de que no podría acompañar a su ahijado en la Comunión. <br /><br />La tarea de los padrinos es una verdadera función eclesial. La Iglesia les da un encargo, una tarea. Con la consiguiente responsabilidad: Dios pedirá cuenta a los padrinos de cómo han cumplido su tarea, y también los premiará especialmente por lo que hayan hecho por sus ahijados.<br /><br /><em><strong>Cómo cumplen su función</strong></em><br />Fundamentalmente de cuatro formas:<br />1. Oración. Siendo una tarea espiritual, la primera ayuda que brindan a sus ahijados es la oración. Deben rezar por ellos con frecuencia, para conseguirles la gracia necesaria para su vida cristiana.<br />2. Buen ejemplo <br />3. Orientación: enseñando, acompañando, corrigiendo, aconsejando.<br />4. Suplencia. En ausencia de los padres (porque no estuvieran presentes, o porque no se ocuparan) debe velar por la formación cristiana de sus ahijados, su práctica religiosa, etc.<br /><br />Eduardo M. Volpacchio<br />capellania@colegioelbuenayre.edu.arP. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1146614660726632442006-05-02T20:48:00.000-03:002007-05-22T19:31:56.555-03:00Links útiles para un cristiano<span style="font-size:130%;"><strong><em>¿Dónde buscar datos, artículos, explicaciones...?</em></strong><br /></span>Estos son los sitios de Internet que que más uso para temas relativos a la fe<br /><br /><strong><em>1. Lo mejor, tienen de todo<br /></em></strong><br /><a href="http://www.interrogantes.net/">Interrogantes</a> <br /><a href="http://www.arvo.net/">Arvo</a> <br /><a href="http://www.conelpapa.com/">Con el Papa</a> <br /><a href="http://www.buenasideas.org/">Buenas ideas</a> <br /><a href="http://www.ideasrapidas.org/">Ideas rápidas</a> (guiones para charlas sobre todos los temas: sexualidad, noviazgo, alcoholismo, etc.) <br /><a href="http://www.fluvium.org">Fluvium</a> <br /><a href="http://www.encuentra.com/">Encuentra</a> <br /><a href="http://es.catholic.net/">Catholic.net</a> <br /><a href="http://www.churchforum.org/">Church forum</a> <br /><a href="http://www.corazones.org/">Corazones</a><br /><a href="http://www.darfruto.com/">Dar fruto</a><br />(Los sitios de este primer apartado podrían figurar en casi todos los demás)<br /><br /><em><strong>2. Apologética: respuestas a acusaciones, defensa de la fe, etc.<br /></strong></em><br />Apologética <a href="http://apologetica.org/">http://apologetica.org/</a><br />Conoze <a href="http://www.conoze.com">http://www.conoze.com</a><br /><br /><strong><em>3. Artículos teológicos, filosóficos, doctrinales<br /><br /></em></strong><strong><em></em></strong>Arguments <a href="http://homearguments.blogspot.com/">http://homearguments.blogspot.com/</a><br />Cauce <a href="http://cauce.blogspot.com/">http://cauce.blogspot.com/</a><br /><br /><em><strong>4. Doctrina Católica<br /></strong></em><br />Para Salvarte (libro del P. Loring) <a href="http://www.spiritusmedia.org/para_salvarte/edicion_56.htm">http://www.spiritusmedia.org/para_salvarte/edicion_56.htm</a><br /><a href="http://www.conocereisdeverdad.org/">http://www.conocereisdeverdad.org/</a><br /><a href="http://www.e-cristians.net/">http://www.e-cristians.net/</a><br />Algunas Respuestas <a href="http://algunasrespuestas.blogspot.com/">http://algunasrespuestas.blogspot.com/</a><br />Visión cristiana <a href="http://visioncristiana.blogspot.com/">http://visioncristiana.blogspot.com/</a><br /><br /><strong><em>5. Bases de datos<br /></em></strong><br />Documentos y libros <a href="http://virgofidelis.com.ar/">http://virgofidelis.com.ar/</a><br />Magisterio de Juan Pablo II <a href="http://www.juanpablomagno.org/">http://www.juanpablomagno.org/</a><br />Servidoras (todo el Magisterio de la Iglesia) <a href="http://www.servidoras.org.ar/">http://www.servidoras.org.ar/</a><br /><br /><em><strong>6. Sexualidad, pureza, noviazgo, educación sexual<br /></strong></em><br />Sólo para jóvenes <a href="http://www.soloparajovenes.org/">http://www.soloparajovenes.org/</a><br />Sexualidad sana <a href="http://www.sexualidadsana.com.pe/">http://www.sexualidadsana.com.pe/</a><br />Ideas Claras <a href="http://lasideasclaras.blogspot.com/">http://lasideasclaras.blogspot.com/</a><br />Comité Independiente Antisida <a href="http://www.sinsida.com/">http://www.sinsida.com/</a><br />Más alto <a href="http://www.masalto.com/">http://www.masalto.com/</a><br /><br /><strong><em>7. Artículos para adolescentes<br /></em></strong><br />Crecer para adentro <a href="http://groups.google.com.ar/group/crecerparaadentro">http://groups.google.com.ar/group/crecerparaadentro</a><br /><br /><em><strong>8. Sobre temas de familia y educación<br /></strong></em><br />Crecer con los hijos (colección de artículos) <a href="http://groups.google.com.ar/group/crecerconloshijos">http://groups.google.com.ar/group/crecerconloshijos</a> La familia <a href="http://www.lafamilia.info/">http://www.lafamilia.info/</a><br />Hacer familia (Arg.) <a href="http://www.hacerfamilia.com.ar/">http://www.hacerfamilia.com.ar/</a><br />Hacer familia (Chile) <a href="http://www.hacerfamilia.net/">http://www.hacerfamilia.net/</a><br />Vida de familia <a href="http://www.vidadefamilia.org/">http://www.vidadefamilia.org/</a><br />Escuela de Familias <a href="http://www.sontushijos.org/">http://www.sontushijos.org/</a><br />Padres en red <a href="http://www.padresenred.org/">http://www.padresenred.org/</a><br />Sembrar familia <a href="http://www.sembrarfamilia.org/">http://www.sembrarfamilia.org/</a><br />Proyecto Padres <a href="http://www.proyectopadres.org/">http://www.proyectopadres.org/</a><br />Escuela Virtual para Padres <a href="http://www.evpp.org/">http://www.evpp.org/</a><br />Mujer Nueva <a href="http://www.mujernueva.org/">http://www.mujernueva.org/</a><br /><br /><strong><em>9. Temas pro-vida<br /></em></strong><br />Vida Humana Internacional <a href="http://www.vidahumana.org/">http://www.vidahumana.org/</a><br />Enlaces pro-vida <a href="http://www.vidahumana.org/vidafam/aborto/enlaces_index.html">http://www.vidahumana.org/vidafam/aborto/enlaces_index.html</a><br />Aciprensa <a href="http://www.aciprensa.com/">http://www.aciprensa.com/</a><br />Sobre el aborto <a href="http://www.nonato.org/">http://www.nonato.org/</a><br />La vida antes de nacer <a href="http://www.lavida.cl/">http://www.lavida.cl/</a><br />Noticias globales <a href="http://www.puertovida.com/noticiasglobales/">http://www.puertovida.com/noticiasglobales/</a><br />Notivida <a href="http://www.notivida.com.ar/">http://www.notivida.com.ar/</a><br /><br /><em><strong>10. Piedad – devocionarios<br /></strong></em><br />Oraciones y devociones <a href="http://www.oracionesydevociones.info/index.html">http://www.oracionesydevociones.info/index.html</a><br />Hablar con Dios <a href="http://www.hablarcondios.com/">http://www.hablarcondios.com/</a><br /><br /><strong><em>11. Noticias </em></strong><br /><strong><em></em></strong><br />Vatican Information Service <a href="http://www.vatican.va/news_services/press/vis/vis_sp.html">http://www.vatican.va/news_services/press/vis/vis_sp.html</a><br />Zenit <a href="http://www.zenit.com/">http://www.zenit.com/</a><br />Aciprensa <a href="http://www.aciprensa.com/">http://www.aciprensa.com/</a><br /><br /><em><strong>12. Varios </strong></em><br /><strong><em></em></strong><br />Guía de cine <a href="http://www.bloggermania.com/">http://www.bloggermania.com/</a><br />Actualidad <a href="http://www.aceprensa.com/">http://www.aceprensa.com/</a><br />Anecdonet <a href="http://www.anecdonet.com/">http://www.anecdonet.com/</a><br /><br /><strong><em></em></strong><strong><em>13. Organizaciones oficiales de la Iglesia<br /></em></strong><br />Santa Sede <a href="http://www.vatican.va/">http://www.vatican.va/</a><br />Conferencia Episcopal Argentina <a href="http://www.cea.org.ar/00-home/index_cea.htm">http://www.cea.org.ar/00-home/index_cea.htm</a><br /><br /><em><strong>14. Indices de sitios católicos<br /></strong></em><br /><a href="http://www.iglesia.org/">http://www.iglesia.org/</a><br /><a href="http://autorescatolicos.org/nuevaInicio.htm">http://autorescatolicos.org/nuevaInicio.htm</a><br /><a href="http://www.iglesia.info/">http://www.iglesia.info/</a><br /><a href="http://www.esglesia.org/">http://www.esglesia.org/</a><br /><br /><strong><em>15. Opus Dei<br /></em></strong><br />Sitio oficial del Opus Dei <a href="http://www.opusdei.org.ar/">http://www.opusdei.org.ar/</a><br />San Josemaría <a href="http://www.josemariaescriva.info/">http://www.josemariaescriva.info/</a><br />Romana <a href="http://es.romana.org/">http://es.romana.org/</a><br />Opus Dei, verdades, críticas y secretos <a href="http://www.pontealdia.net/datos.htm">http://www.pontealdia.net/datos.htm</a><br />Muchos enlaces sobre el Opus Dei <a href="http://usuarios.lycos.es/opusdei/">http://usuarios.lycos.es/opusdei/</a>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1142606788393667652006-03-17T11:46:00.000-03:002006-03-17T11:46:28.910-03:00¿Tiene sentido la mortificación?<div align="justify"><strong><em>Para quienes se horrorizan de la mortificación cristiana<br /></em></strong><br />Cada año con la llegada de la Cuaresma -tiempo que los católicos dedicamos a intensificar la oración y la penitencia- se reavivan las críticas, burlas o incomprensiones, hacia las prácticas cristianas de mortificación, llegando en ocasiones al escándalo: no faltan quienes se sorprenden indignados de que todavía en el mundo secularizado y moderno haya quienes se mortifican.<br /><br /><strong><em>Problemas de entendimiento<br /></em></strong>No deja de resultar curioso el rechazo que siente la cultura postmoderna por la mortificación ajena. En el fondo, parecería encerrar una buena dosis de hipocresía.<br /><br />Si se lo mira, desde un punto de vista meramente terrenal, se trata de algo libre que además beneficia a quien lo practica. En efecto:<br />· supone el ejercicio de la libertad personal: nadie es obligado a hacerlo, sino que se hace de buena gana<br />· se realiza por motivos espirituales: de elevación y mejora personal<br />· no perjudica a nadie: por el contrario, muchas mortificaciones favorecen a los demás (uno se niega a sí mismo en beneficio del prójimo).<br />· no daña la propia salud: es más, muchas mortificaciones contribuyen a su mejora.<br />· se practica privadamente: no tiene por qué molestar, ya nadie hace gala de sus mortificaciones, ni las muestra, ni las hace en público, sino que intenta ser lo más discreto posible por una cuestión de humildad, siguiendo la enseñanza del Maestro: “cuando ayunéis, no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfiguran sus rostro para que la gente vea como ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes perfuma tu cabeza y lava tu cara, para que los hombres no adviertan que ayunas, sino tu Padre que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará” (Mt 6,16-18).<br /><br />Así mirado, en realidad debería mover a la admiración y alabanza ajena.<br />Por el contrario, es llamativo que en una cultura que se dice tolerante con todas la opciones personales, la mortificación produzca semejante rechazo: debería entrar entre lo buenamente tolerado.<br />Este escándalo es por lo menos contradictorio. Se da en un mundo que “bendice” -por ejemplo- la eutanasia, lo que podría considerarse la peor de las mortificaciones (obviamente no lo es, ya que no es un acto de generosidad, en el que uno se ofrece por los demás). Y paradójicamente se da que quien no ve con malos ojos que quien está harto de vivir (o sufre) se mate a sí mismo y que la sociedad lo ayude a hacerlo, se horroriza porque una persona decide sufrir un poco por motivos altruistas.<br /><br />El sacrificio es parte de la vida de cualquier persona. Cambian las motivaciones y las prácticas concretas. De hecho, la cultura que rinde culto al cuerpo tiene también su “mortificación” secularizada:<br />· piercing: agujerearse el cuerpo y llevar colgando todo tipo de metales en las partes más variadas del cuerpo: lengua, ceja, cintura, pechos, etc.<br />· tatuajes: marcarse el cuerpo como antiguamente se hacía a los esclavos con inscripciones que duran para toda la vida<br />· cinturones gástricos que impiden comer más de al cuenta<br />· costosas cirugías estéticas para mejorar el perfil de la cara<br />· la competición deportiva exige a los atletas sacrificios dietéticos y de entrenamientos muy duros.<br />· dietas extenuantes para lucir el cuerpo exageradamente flaco que exigen a las mujeres los cánones estéticos actuales; y que no pocas veces conducen a enfermedades psiquiátricas como la anorexia o la bulimia<br />· horas agotadoras de gimnasio para conseguir una musculatura “dibujada” y una pancita plana.<br />· exposición solar por horas sufriendo un calor a veces insoportable para lucir un bronceado que teóricamente mejore la propia imagen (esto sólo lo hacen los blancos, paradójicamente las personas de otras razas intentan blanquear el color de su piel)<br />· encierro por horas en boliches sin luz, sin aire, llenos de humo, con música ensordecedora, en horarios que exigen horas de paciente espera...<br /><br />¿No será que lo no se entiende y hasta escandaliza no sea la mortificación en sí misma, sino el motivo por el que se realiza?<br />En efecto, lo que no se entiende de la mortificación cristiana es el por qué: no se hace para ganar dinero, ni para adquirir fama, ni gloria, ni poder, ni para triunfar profesional o deportivamente, ni para tener un cuerpo más atractivo, ni por motivos egoístas. Todo sacrificio hecho por motivos terrenales es elogiado. Pero, si la motivación dice ser espiritual, la cosa cambia. Desconcierta... y hasta indigna.<br /><br />Y a ese mismo mundo de las dietas estrictas le parece un horror el ayuno: que una persona deje voluntariamente de comer por amor a Dios le suena como un acto oscurantista, retrógrado, masoquista y superado... Y le molesta que haya gente que lo practique. De la práctica de la mortificación corporal ni hablemos.<br /><br />Y los que se escandalizan por el celibato (que haya quienes no se casen por el Reino de los Cielos les parece una afrenta a la humanidad), son los mismos que no quieren casarse para no atarse a nadie (¿para qué casarse, se preguntan, si se puede gozar de una mujer/hombre sin compromisos y sin hijos, y cambiarlo/a cuando se quiera, sin más trámite?)<br /><br />La sorpresa de algunos de nuestros contemporáneos ante la mortificación resulta más curiosa todavía si se tiene en cuenta que no es algo nuevo: los cristianos se han mortificado ininterrumpidamente durante los 2000 años del cristianismo. No se trata de un invento reciente de algunos cristianos, sino de una práctica dos veces milenaria de todos ellos. Sin ir más lejos, la Cuaresma (ese tiempo de preparación para la Pascua que se caracteriza por la práctica de la mortificación más intensa) procede de los primerísimos siglos: consta que ya en el siglo II los cristianos ayunaban como preparación a la fiesta de la Resurrección.<br /><br />Esta incapacidad para entender la mortificación es una limitación cultural. Ya pasará, es consecuencia de las modas imperantes.<br />La cultura hedonista es un fracaso antropológico, que hace mucho daño al hombre. Basta ver sus frutos: depresión, soledad, odio a los bebés, disminución de matrimonios, plaga de divorcios, abortos, promiscuidad, exaltación de la pornografía y de la prostitución, sida, masacres de embriones, experimentación con seres humanos, intentos de “producción” de seres humanos para la provisión de órganos a personas enfermas...<br />El hedonismo hace mucho daño al hombre. Ya pasará, como todas las modas. Es una lástima la gran cantidad de gente que destruye su vida (¡la única que tiene!) encandilados por la cultura de la muerte, con un proyecto vida tan dañino para ellos mismos. Es cuestión de paciencia porque sabemos que después de una generación viene otra... y las modas pasan.<br /><br />Los cristianos entendemos que quienes tienen una planteo materialista de la vida no puedan entender la mortificación y muchas otras cosas. El mismo Jesús, cuando reprendió a Pedro por intentar convencerlo de que eso de la cruz era una locura, le dijo “tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres” (Mt 16,23). Por ese camino no se entiende. Y San Pablo señala: “el hombre animal no puede entender las cosas que son del espíritu de Dios, son necedad para él” (1 Cor 3, 14). Sucede que quien está saturado de materialismo, piensa y juzga todas las cosas según esas solas coordenadas: según el antiguo adagio, ya citado por el mismo San Pablo: “comamos y bebamos que mañana moriremos” (1 Cor 15,32).<br /><br /><strong><em>¿Por qué los cristianos se mortifican?<br /></em></strong>La mortificación pertenece a la esencia misma del cristianismo: no hay cristianismo sin cruz. Así consta en la Sagrada Escritura y así lo vivieron los cristianos desde el comienzo.<br /><br />Es más, fue también así en el Antiguo Testamento. En efecto Dios envía a los profetas a predicar la penitencia. Baste pensar en Jonás y su predicación en Nínive: “dentro de cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3,4). Y como la penitencia de sus habitantes movió la misericordia divina (Jonás 3,10).<br /><br />Y los tiempos mesiánicos, se abren con San Juan Bautista, que “curiosamente” vive en el desierto, se alimenta de manera rudimentaria, viste penitentemente, etc. (Mt 3,4). Y no es casualidad, es parte del plan divino. Su predicación precisamente es “haced penitencia, pues el reino de los cielos está al llegar” (Mt 3,3).<br />Y el mismo Mesías comienza su vida pública, con cuarenta días de ayuno en el desierto (Mt 4,2). Invita a llevar la cruz. Anuncia la persecución a sus discípulos (Lc 21,12). Duerme a la intemperie en sus viajes (no tiene donde reclinar su cabeza: Mt 8,20). Afirma que nadie tiene amor más grande que dar la vida por sus amigos (Jn 15,13). El mismo se entrega a la muerte para salvarnos: téngase en cuenta que todos los sufrimientos soportados por Cristo en la Pasión deben considerarse voluntarios, no sólo como el ofrecimiento de algo sucedido contra la propia voluntad y que no puede evitarse: “por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo”. Como explica a sus discípulos que era necesario que así sucediese (Lc 24,25-26): no había otro camino.<br /><br />Es tan necesario que resulta incluso una condición básica para poder ser cristiano. El mismo Jesús lo subraya cuando invita a seguirlo: “Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Y los discípulos, a quienes les costó mucho aceptarlo al principio, acabaron entendiendo: poco después de Pentecostés cuando son azotados por el Sanedrín, salen felices de haber sido considerado dignos de sufrir por Cristo (Hechos 5,41) y sus cartas están llenas de referencias optimistas y hasta gozosas a la cruz. Un ejemplo entre muchos, en San Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).<br /><br />Por eso los cristianos desde muy temprano adoptaron la cruz -el instrumento donde su Dios fue torturado y asesinado- como el signo cristiano por excelencia. Y no por masoquismo, sino por piedad: es la máxima manifestación del amor de Dios.<br />Y, aunque nadie busca serlo, los mártires son los héroes cristianos: se considera el martirio una gracia.<br />Y nos preparamos para la fiesta más grande (la Resurrección de Cristo) con un largo tiempo de penitencia: cuarenta días de Cuaresma, que conmemoran los cuarenta días de ayuno de Jesús en el desierto (en los que –además de la oración, sacrificio y caridad personales- se nos manda hacer dos días de ayuno). Y todos los viernes del año son días penitenciales, en los que a través de la abstinencia nos unimos a la Pasión Redentora<a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=17699445#_ftn1" name="_ftnref1">[1]</a>.<br /><br />Y Dios perdona nuestros pecados en el sacramento de la penitencia, donde la misericordia divina nos “aplica” los méritos de la Pasión y Muerte de Cristo. Y la purificación de las “secuelas” del pecado se realiza uniéndose personalmente a la cruz de Jesús a través de la penitencia en sus dos dimensiones: la principal -interior, el cambio de corazón- y su manifestación externa -la mortificación- (Catecismo de la Iglesia n. 1431).<br /><br />En la doctrina cristiana la salvación eterna pasa por la cruz. Ahí nos redimió el Salvador, y por allí debemos pasar también los discípulos. Santa Rosa de Lima lo decía de un modo gráfico: “fuera de la cruz no hay otra escalera por la que subir al cielo”.<br /><br />La mortificación tiene dos “versiones”. La “pasiva” consiste en la aceptación generosa y alegre de las penas, dolores y sufrimientos que nos vienen sin buscarlas. La “activa” son las que nos buscamos por propia iniciativa (sobre formas de penitencia, cfr. Catecismo de la Iglesia, nn. 1434-1439).<br /><br />Una aclaración. Los cristianos no estamos locos. Nadie piense que sentimos placer en el dolor -nos duele como a cualquiera, aunque obviamente con el tiempo uno se acostumbra-. Tampoco pensamos que es un “precio” que hemos de pagar por nuestra salvación.<br />Nos mueve el amor. Siendo el primer mandamiento el amor a Dios (Mt 22,37-40) -y a fin de cuentas el único, ya que todos los demás se dirigen a eso- no podía ser de otra manera: nos mortificamos por amor: como expresión de amor y para hacernos capaces de amar mejor.<br />Y, aunque es muy necesaria, la mortificación está muy lejos de ser la principal práctica cristiana. Tiene una función de purificación interior, y, por lo mismo no es un fin en sí misma: nos purificamos para ser más gratos a Dios y disponernos a ser más dóciles a la acción del Espíritu Santo.<br />La mortificación sólo tiene sentido y valor en un contexto de amor a Dios. Quien se mortificara por otros motivos -por soberbia o vanidad, para sentirse puro, superior, o lo que sea- perdería todo el mérito de su acción, que quedaría vaciada de contenido.<br /><br />Y la verdad es que tampoco es para tanto... No somos mártires, ni nos sentimos héroes, ni víctimas. Nos parece que es lo menos que podemos hacer por quien ha sufrido tanto por nosotros.<br /><br /><strong><em>Los beneficios de la mortificación<br /></em></strong>Los principales beneficios de la mortificación son espirituales.<br />¡Hace tanto bien al alma! Purifica de los propios pecados y de sus consecuencias, “espiritualiza” aumentando la sensibilidad para la oración, da dominio sobre uno mismo, aleja las tentaciones, libera de caprichos, inmuniza contra el consumismo y la frivolidad, es escuela de generosidad. Lleva a superar defectos y a crecer en virtudes.<br />Y como la mejor mortificación es la que nos ayuda a mejorar nuestro carácter y a darnos a los demás, tiene muchas consecuencias en el plano humano. Nos ayuda a trabajar mejor (la puntualidad y el orden, por ejemplo, son excelentes mortificaciones). A vivir mejor la caridad y la convivencia (soportar pacientemente las bromas inoportunas, escuchar a personas pesadas, etc. son otros tantos ejemplos de mortificación). Incluso ayuda a disfrutar más las cosas buenas de la vida (la falta de negación de uno mismo lleva a que las cosas “empalaguen”), de la misma manera que cuando éramos chicos, los caramelos que nos gustaban, los disfrutábamos más cuanto menos los comíamos.<br /><br />La mortificación no nos amarga la vida, ni nos empequeñece el ánimo, sino que acaba siendo fuente de alegría.<br /><br />Así lo vivieron los santos y millones de cristianos “comunes” que ven en la cruz una bendición de Dios.<br /><br />Para comprender el sentido de la mortificación del cristiano es muy recomendable, por ejemplo, leer los textos de la Liturgia de Cuaresma: las oraciones y lecturas de las Misas de cada uno de esos cuarenta días. Se puede encontrar allí un tesoro de doctrina.<br /><br />Y si tenemos en cuenta que Dios sólo nos pide lo que necesitamos, descubriremos que paradójicamente la mortificación es clave para la consecución de la felicidad<br /></div><div align="center"><br />Pbro. Dr. Eduardo María Volpacchio<br />15.3.06<br /></div><br /><a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=17699445#_ftnref1" name="_ftn1">[1]</a> En la Argentina, la Conferencia Episcopal autoriza a reemplazar la abstinencia de carne por la abstinencia de bebidas alcohólicas, o por una obra de caridad o por una práctica de piedad.P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1142380264073123112006-03-14T20:50:00.000-03:002006-03-14T21:01:25.516-03:00¿Ayuno antes de comulgar?<div align="justify"><strong><em>¿Cuántos minutos tiene una hora?<br />El tercer requisito ¿es de verdad necesario?<br /></em></strong><br />Para recibir la Sagrada Eucaristía hacen falta tres condiciones: 1) estar en gracia de Dios; 2) saber a quien se va a recibir, acercándose a comulgar con devoción; 3) y guardar una hora de ayuno antes de comulgar. Nos ocuparemos de la última para analizar si es realmente importante.<br /><br /><em><strong>Qué dice la ley de la Iglesia<br /></strong></em><br />El Catecismo de la Iglesia Católica señala en el número 1387 la tercer condición para comulgar dignamente: «Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped».<br /><br />El Código de Derecho Canónico contiene la ley de la Iglesia de rito latino (hay otro Código para los de rito oriental). El canon al que remite el Catecismo dice:<br /><br />«CIC 919 #1 Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes de la sagrada comunión, a excepción de agua y de medicinas.<br />CIC 919 #3 Las personas de edad avanzada o enfermas, y asimismo quienes las cuidan, pueden recibir la santísima Eucaristía aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior.»<br /><br />No es sólo un consejo, es mucho más. Es una disposición jurídica: “deben observar el ayuno” y “ha de abstenerse de cualquier alimento” son expresiones de obligatoriedad que prescriben que no se debe comulgar sin cumplir esta condición.<br /><br /><strong><em>¿Pasado de moda?<br /></em></strong><br />Algunos piensan que la necesidad de una hora de ayuno antes de comulgar “no corre más”. Dicen que “eso era antes”, como si ya no estuviera vigente en la Iglesia. Lo ven como algo de la época de nuestras abuelas…<br />Sólo querría recordarles que el Código de Derecho Canónico del que hablamos no es el viejo de 1917, sino el sancionado en 1983. Y el Catecismo de la Iglesia publicado en 1992. Y que están ambos vigentes en la Iglesia. El último documento que habla del ayuno eucarístico es el Instrumentum laboris del Sínodo sobre la Eucaristía (octubre de 2005). Es decir, que la actualidad del precepto está fuera de toda duda.<br /><br /><em><strong>¿Caben excepciones?<br /></strong></em><br />La ley meramente eclesiástica –ley humana de la Iglesia– no obliga cuando hay una dificultad grave. En este tema, no parece fácil imaginar un caso así, fuera de la situación de enfermedad expresamente prevista en el canon citado.<br /><br /><strong><em>Una pregunta frecuente<br /></em></strong><br />No es raro oir esta pregunta: “¿cuántos minutos tiene la hora de ayuno antes de comulgar?” O, “si me faltan cinco minutos, ¿puedo comulgar?”<br />Primero, lo obvio: en principio las horas son de 60 minutos.<br /><br />Además el texto de la ley, no dice escuetamente una hora, como si pudiéramos comenzar a regatearle algunos minutos, sino “al menos una hora antes”, es decir, que apunta a que sea más de una hora. No exige que sea una hora, sino que señala un límite inferior.<br />No olvidemos que hasta tiempos de Pío XII el ayuno regía desde el día anterior. Por esto no había entonces Misas vespertinas. En la década del 50 del siglo pasado, dicho Papa redujo el ayuno a tres horas; y, después del Concilio Vaticano II, se pasó a una hora.<br /><br /><em><strong>Sentido del ayuno<br /></strong></em><br />La Iglesia no pretende limitar la Comunión –que sean menos los fieles que comulgan– sino velar por el respeto y la veneración a tan gran sacramento porque recibimos al mismo Cristo.<br /><br />En el Instrumentum laboris del XI Sínodo sobre la Eucaristía (octubre de 2005), se señala que “Ha sido expresado el deseo de restituir en todos los lugares al ayuno eucarístico aquella rigurosa atención que todavía está en uso en las iglesias orientales. En efecto, el ayuno, como dominio de sí, exige el concurso de la voluntad y lleva a purificar la mente y el corazón. San Atanasio dice: «¿Quieres saber cuáles son los efectos del ayuno?... expulsa los demonios y libra de los malos pensamientos, alegra la mente y purifica el corazón». En la liturgia cuaresmal se invita a menudo a la purificación del corazón mediante el ayuno y el silencio, como recomienda San Basilio. En alguna respuesta a los Lineamenta se pregunta acerca de la oportunidad de reconsiderar la obligación de las tres horas de ayuno eucarístico.”<br /><br /><strong><em>¿Me voy a perder de comulgar por cinco minutos?<br /></em></strong><br />Sí, porque nadie te obligó a comer.<br />En realidad nadie te prohíbe comulgar. Sencillamente no te has preparado lo suficiente: te faltan unos minutos de preparación y por respeto a la Eucaristía, no querrás ser descortés con el Señor. Es precisamente el amor a la Eucaristía lo que te lleva a no comulgar.<br /><br /><em><strong>Comunión y obediencia<br /></strong></em><br />Hoy no pocas personas incumplen este precepto de la Iglesia, escudándose en que comulgar es muy importante.<br />Sí que lo es, pero más importante es la obediencia.<br />Te cuento el caso del Rey Saúl. Dios le encarga que después de derrotar a los amalecitas, destruyera todo lo de este pueblo. Después de la victoria, Dios envía a Samuel a recriminarle no haber cumplido su mandato. La conversación, si no fuera trágica, resultaría divertida. Samuel le pregunta: ¿por qué no has cumplido lo que Dios te ordenó? Saúl comienza a responder que cumplió perfectamente... Samuel lo corta con una ironía: ¿Qué es entonces ese mugir de vacas, ese balar de ovejas, etc., que escucho? A lo que el rey intenta justificar, diciendo que reservó lo mejor del ganado para sacrificarlo en honor de Dios. Aparentemente, un loable proyecto. Respuesta de Dios a través de Samuel: “Vale más la obediencia que las víctimas”. De hecho, por esta desobediencia Dios rechazó a Saúl como rey, y eligió a David para que lo sustituya. Una desobediencia que tenía aparentemente una buena excusa, una desobediencia con una aparente buena intención: “prefiero la obediencia al sacrificio”.<br /><br /><strong><em>Es mejor no comulgar obedeciendo a la Iglesia que comulgar desobedeciendo<br /></em></strong><br />Es imposible que sea grato a Dios que comulguemos desobedeciendo.<br />Seguro, sin lugar a la menor duda, es más grato a Dios que no comulgues si te falta el tiempo de ayuno como expresión de respeto y obediencia, que comulgar por capricho yendo en contra de la ley de la Esposa de Cristo: ¿te acordás del "todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo"?<br /><br />Conclusión: tiene más mérito delante de Dios (es decir, es más valioso) el acto de obediencia consistente en dejar de comulgar para obedecer a la Iglesia, que comulgar desobedeciendo (si es que esto tuviera algún mérito y no fuera una falta...).<br /><br /><em><strong>¿Se puede dispensar?<br /></strong></em><br />Algunos fieles pretenden que el sacerdote, les autorice a Comulgar sin el debido tiempo de ayuno. Debemos decir que no corresponde, ya que el sacerdote no tiene potestad para dispensar de una ley eclesiástica: no puede hacerlo, y, si lo hiciera, el permiso sería nulo (como si yo te diera permiso para casarte siendo menor de edad: no tengo este poder; si diera el permiso, sería falso, inválido, nulo).<br /><br /><strong><em>Motivos pastorales y prácticos<br /></em></strong><br />Además de los motivos jurídicos, morales y de méritos para no comulgar sin el ayuno correspondiente, también hay un motivo práctico: quien deja de comulgar por que "no le dio el tiempo", calculará mejor la próxima vez y se preparará con más delicadeza a comulgar. No le sucederá más, ya que estará más atento.<br />Quien comulga sin el tiempo debido, cada vez será más laxo en su cálculo… e irá estirando el tiempo… Y vivirá en el "filo de la navaja".<br /><br /><em><strong>La Eucaristía merece respeto.<br /></strong></em><br />Hemos de hacer bien las cosas buenas. No ser chantas para hacer el bien.<br />Alguno podría pensar “da igual”, “cómo te vas a hacer problema por unos minutitos?”, “no seas exagerado”.<br />No, no da igual. Es respeto. Es delicadeza. Muestra cuanto valoras el Sacramento.<br />Comulgar no es cualquier cosa. Es lo más grande que podemos hacer en esta vida.<br />La liturgia hace rezar al sacerdote antes de recibir la Comunión en la Santa Misa una oración con un pedido singular: que esa Comunión “no sea para mí motivo de juicio y condenación”. Por algo lo pide, y el que lo pide es el sacerdote, y lo pide para sí mismo.<br /><br />Si no comulgás un día por no llegar al ayuno mínimo requerido de una hora, no pasa nada. No es pecado, no es una falta de respeto, no es una falta de interés. No es obligación comulgar y, por lo mismo, no es falta no hacerlo. Si tenés tantas ganas de comulgar, ofrecé a Dios el no poder hacerlo; hacé una Comunión espiritual. Y cumplí con lo que está mandado para custodiar la dignidad de este sacramento.<br /><br />Es absurdo cometer un pecado por comulgar sin las debidas disposiciones, sin ninguna necesidad de hacerlo<br /><br />Dejame que lo repita: dejar de comulgar no es pecado. Desobedecer la ley eclesiástica sí lo es. Obedecer la ley de la Iglesia es meritorio. Cometer un pecado intentando hacer algo bueno es totalmente ridículo.<br /></div><div align="center"><br /><br />P. Eduardo Volpacchio<br /><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</a><br />28.10.05</div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1135860495496282662005-12-29T09:45:00.000-03:002005-12-29T10:04:16.850-03:00¡Viva el Papa!<span style="color:#330099;"><strong><em>Reflexión sobre el año 2005 que termina</em></strong><br /><br />En la Ultima Cena, después de tres años de convivencia, en un clima de despedida y de ternura, Jesús hace a sus discípulos una promesa conmovedora: "no os dejaré huérfanos" (Jn 14,18).<br />Palabras que encierran un misterio sobrenatural.<br />Huérfano es quien al no tener padres, carece de familia.<br />Así, con esas palabras, Jesús está prometiendo a los apóstoles una familia maravillosa.<br /><br />Hasta ese momento, lo había sido todo para sus discípulos: un maestro, un padre, un hermano, un amigo. Ahora se va al Padre, pero no los deja solos.<br />Se queda “escondido” en la Eucaristía.<br />Además, nos envía desde el Padre al Espíritu Santo.<br />Ambos nos hacen hijos de Dios.<br />Y, al hacernos hijos, nos hacen miembros de la mejor de las familias, la familia de Dios.<br /><br />Efectivamente cumplió. No nos deja huérfanos porque nos da una familia –la Iglesia– de la que Él es la cabeza y el Espíritu Santo, el alma. La familia de los hijos de Dios.<br /><br />Y para que la familia esté completa en la tierra le da un padre: ¡el Papa! (que significa "papá"). Quién lo representa en la tierra. Su persona. Su cariño. Su autoridad.<br /><br />Este año 2005 Dios nos ha hecho vivir una experiencia espiritual muy intensa de la realidad familiar de la Iglesia.<br /><br />La agonía de Juan Pablo II.<br />Todos los hijos e hijas de la Iglesia, en todo el mundo, reunidos en torno a su Padre agonizante. Unidos en la oración. Unidos en el amor. Todos con la mirada y el corazón en Roma. Acompañándolo en su entrada en la casa del Padre. ¡Qué experiencia de unidad más enriquecedora! ¡Qué gracia imponente!<br /><br />Y en los funerales de Juan Pablo II, al ver el amor del concelebrante principal, el pensamiento de muchos –de muchísimos– fue "aquí tenemos el nuevo Papa", "éste es el Papa". Y, de hecho, el Espíritu Santo en el Cónclave eligió, al que ya había puesto en el corazón de todos: Benedicto XVI.<br /><br />Y a los pocos meses ¡la Primera Jornada Mundial de la Juventud de Benedicto XVI!<br />¡Cuántas expectativas!<br />En el colegio, estuvimos felizmente representados por las de 3° de Polimodal. ¡Qué viaje de egresadas! ¡Con un Papa alemán en Alemania! ¡Otra experiencia de unidad!<br />El Papa, mucho más que un líder, un personaje, un referente moral… ¡un padre!<br /><br />2005. Dos Papas. Dos regalos de Dios. Tan padres. Tan distintos por fuera y tan iguales en su misión. Detrás de sus diferencias personales, vemos a Cristo, que una vez más –como siempre– ha cumplido: no nos ha dejado huérfanos.<br /><br />Y con San Josemaría, también nosotros podemos decir: "Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón" (Camino 537).<br /><br />P. Eduardo M. Volpacchio<br /></span><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar"><span style="color:#330099;">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</span></a><br /><span style="color:#330099;"><br />Artículo publicado en el Anuario del Colegio El Buen Ayre 2005</span>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1134565429219119902005-12-14T09:57:00.000-03:002005-12-14T10:03:49.236-03:00¿Ir a Misa sin sentirlo?<div align="center"><span style="color:#330099;"><strong><em>La Misa y los sentimientos<br />Sobre una confusión quizá demasiado extendida. </em></strong></span></div><span style="color:#330099;"><div align="justify"><br /> Me preocupa haber encontrado no pocas personas a las que les han aconsejado –incluso algún sacerdote– no asistir a Misa el domingo si “no lo sentían”. De ser cierto estos consejos, significaría que el criterio moral para evaluar la conveniencia de la asistencia a Misa sería el siguiente: “Si lo sentís, tenés el deber de ir a Misa; si no lo sentís no tenés que ir (o al menos podrías no ir)”. Es un planteo que hace decisivos, desde el punto de vista moral, los sentimientos.<br /><br /> Si, con una pizca de ironía, nos colocamos en un contexto de buscar excusas para no ir a Misa, el asunto sonaría de tal manera que sentirse bien en Misa sería una carga, que me obliga a ir; y sentirse mal con la Misa, una fuerza liberadora del precepto. Ya se vé que hay algo que no funciona.<br /><br /> En efecto, si consideramos racionalmente la postura, nos daremos cuenta de que es sencillamente un disparate. Es lo que trataremos de analizar en estas líneas.<br /><br /> De entrada hay que decir que el criterio señalado es inaplicable. Para poder usarlo tendríamos que descubrir primero de qué sentimientos se trata: sentir ganar de ir a Misa, sentir emoción en Misa, aburrirse en Misa, sentir pereza, sentir simpatía o enojo con el sacerdote, sentir más ganas de otras cosas y un largo etcétera de posibles sentimientos. Una vez aclarado qué tipos de sentimientos aconsejarían no asistir a Misa; habría que preguntarse qué intensidad de sentimiento sería necesario para excusar de pecado o cometerlo.<br /> De más está decir que todo este planteo carece de sentido.<br /><br /> Sabemos qué nos pide Dios en primer lugar: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". No nos pide buenos sentimientos, sino que amemos "con obras y de verdad".<br /><br /> La superficialidad del argumento usado como justificante del abandono de la práctica religiosa, supone además ignorar varias realidades:</div><div align="justify"><br />· Desconocer el valor salvífico de la Misa más allá de los sentimientos de los asistentes.<br />· Desconocer el valor de la obediencia a las leyes de la Iglesia.<br />· Desconocer el sentido del deber.<br />· Desconocer el valor del sacrificio como expresión de amor.<br />· Desconocer la psicología humana, ya que si dejo de hacer cosas buenas -está fuera de discusión la bondad del sacrificio Eucarístico- que me cuestan, difícilmente tendré ganas de hacerlas después. Y menos de apreciarlas.<br /><br /><strong><em>El valor de la Misa<br /></em></strong><br /> El consejo sería válido si la única función de la Misa fuera suscitar en quienes participan buenos sentimientos. Si fracasara en tal intento –que sería su única razón de ser– efectivamente sería inútil, y no nos serviría para nada la asistencia a la misma.<br />Pero la Misa es una acción divina, que santifica al mundo. Hay en ella mucho más de lo que veo, de lo que toco, de lo que siento. De manera que la Misa me sirve mucho más de lo que puedo darme cuenta, es más, no sólo me sirve, la necesito para tener vida eterna.<br /><br /><strong><em>Preceptos y sentimientos<br /></em></strong><br /> En el caso de la Misa dominical hay en juego algo más que la piedad: un precepto de la Iglesia. Y el cumplimiento de las leyes va más allá de los sentimientos. En este caso, además, se trata de un precepto que obliga gravemente (es decir, que su incumplimiento, en principio, es grave). Un legislador jamás contemplaría entre las causas excusantes del cumplimiento de la ley la carencia de sentimientos: los sentimientos no tienen lugar en el ámbito jurídico porque no pueden ser medibles objetivamente.<br /><br /> Si una persona flaquea y por debilidad falta a Misa el domingo, con humildad pedirá perdón al reconocer su falta, y Dios lo perdonará. El problema aparece cuando se intenta justificar la falta, para que deje de ser falta. Entonces, se confirma en el camino del abandono del cumplimiento de sus deberes religiosos. Y esto, lejos de acercarlo al amor de Dios, lo alejará de su presencia.<br /><br /><strong><em>La falta de sentimientos puede ser ofensiva<br /></em></strong><br /> En las relaciones humanas, la falta de sentimiento no exime del cumplimiento de deberes familiares o sociales. Por el contrario, si ése es el motivo del incumplimiento, lo hace más ofensivo. Si no asisto a la celebración del cumpleaños de un amigo, seguramente podrá entender las razones que me lo impiden. Pero si me justifico diciendo que no me dice nada su persona y su celebración, lejos de excusarme, la explicación hará más dolorosa mi ausencia, la convertirá en un auténtico desprecio.<br /><br /> Me parece que a Dios lejos de agradarle que un cristiano no vaya a Misa porque no lo siente, le resulta más ofensivo. Y le “duele” que no haga ningún esfuerzo por superar esa falta de sentimiento para estar con El.<br /><br /> Sería muy egoísta la actitud de quien dejara de ir a Misa cuando deja de “sentir”: como si sólo buscara “sentirse bien” y cuando no lo consigue, la abandonara porque “ya no me sirve”. No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar del mayor acto de amor de Dios por los hombres; no vamos a pasárnoslo bien, sino a dar Dios el culto que merece ofreciéndole nada menos que la entrega de Cristo y a buscar la gracia que necesitamos para ser buenos hijos de Dios. El valor de esto está mucho más allá de lo que yo pueda sentir.<br />A Dios no le molesta que no sienta nada. El sabe bien cómo es mi estado interior. Quiere que lo ame, incluso cuando mis sentimientos no me facilitan ese amor.<br /><br /><em><strong>La solución verdadera<br /></strong></em><br /> Quizá sea cierto que la mayor parte de la gente que deja de ir a Misa, lo haga por motivos “afectivos”: no siente nada, se aburre, no tiene ganas. Tienen fe, dicen amar a Dios, pero no los llena, no sienten nada. Y es la mayor donación de Dios a los hombres. Es una lástima, pero está muy lejos de justificar la falta de práctica religiosa.<br /><br /> Quienes están en esta situación tienen un problema, y tendrían que buscar cómo resolverlo. Quizá deberían plantearse que la Misa no tiene la “culpa”. Que la solución no es dejar de asistir, sino intentar que les diga algo, entenderla mejor, vivirla con más intensidad. Dejar de ir a Misa es la peor de todas las “soluciones” posibles a su falta de sentimientos, porque no soluciona nada. Nunca “gracias” a dejar de participar en la Misa conseguirán amar más a Dios, y sentir más intensamente ese amor.<br /><br /> Quien ama se lo pasa bien con el amado, pero no es eso lo que busca (el amor egoísta se busca a sí mismo). Quien busca dar gloria a Dios, sabe prescindir de sus sentimientos: busca agradarlo, aunque no saque nada de provecho personal.<br /><br /><strong><em>Conclusión<br /></em></strong><br /> Si faltás a Misa los domingos, por favor, no te justifiques diciendo que no te dice nada. No te excusará delante de Dios. Resulta evidente que a quien nos pide como primer mandamiento que lo amemos, no puede resultarle indiferente que le digamos que no sentimos nada por su compañía.<br /><br /> Si escuchás a alguien razonar de esta manera, decile que lo piense mejor, porque es un razonamiento que carece de lógica por donde lo consideres.<br /><br /> Por otro lado, y para terminar, si ha habido tantas almas enamoradas de la Eucaristía, será que algo tiene, y habrá que ponerse en campaña para descubrirlo. Es todo un desafío.<br /> </div><div align="center"><br />P. Eduardo Volpacchio<br /></span><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar"><span style="color:#330099;">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</span></a><br /><span style="color:#330099;">12.10.05</span><br /> </div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1133044951960179442005-11-26T19:38:00.000-03:002005-11-26T19:42:31.986-03:00La Misa del domingo y la familia<div align="justify"><span style="color:#330099;"><strong>Sobre la responsabilidad de los padres en la práctica religiosa de los hijos.</strong><br /><br />En una familia cristiana, es natural que haya -tiene que haber- unas prácticas de piedad, propias de la familia en cuanto tal. Es decir, que van más allá de la piedad personal de cada uno de sus miembros. Es lo que “rezamos en cuanto familia”, no sólo reunidos, sino en unidad. “La familia que reza unida, permanece unida”, sentenció con gran sabiduría el Papa Pablo VI.<br /><br />Dentro de la vida religiosa en común de la familia, ocupa un lugar privilegiado la Misa dominical. Sería por esto muy conveniente que los miembros de una familia asistan a Misa juntos. No siempre se podrá, pero habría que tender a eso. Pienso que muchos de nosotros, entre los recuerdos de nuestra infancia, tenemos grabado con especial cariño, el plan que los domingos hacíamos en familia: no sólo la Misa -dónde íbamos, el sacerdote que celebraba...- sino el plan completo, desde la compra de alguna comida un poco especial, hasta el almuerzo con abuelos y primos...). Al menos mientras es posible. Esto obviamente depende de las familias, circunstancias particulares, etc. Pero es a lo que se debe tender, máxime cuando los hijos son chicos.<br />El domingo es un día para la familia.<br /><br /><strong><em>Importancia del domingo en la vida cristiana<br /></em></strong><br />Para comenzar habría que tomar conciencia de la centralidad de la Misa dominical en la vida cristiana. Es casi definitorio de católico: se lo podría definir como “aquel que va a Misa”. ¿No es esta afirmación demasiado simplista? No, porque en la Misa Cristo se entrega al Padre y a nosotros por la salvación del mundo; de este modo se actualiza la salvación; nos unimos a Dios; divinizamos nuestra vida; en Cristo no unimos a nuestros hermanos; nos alimentamos con el Pan que da la vida eterna... Es el resumen, la fuente y la cima de toda la vida cristiana.<br /><br />Es imposible ser cristiano sin la Eucaristía. Jesús fue terminante: “quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (Jn 6,54), hay en él una vida divina que le identifica con Cristo y le garantiza la vida del cielo; quien no participa de la Eucaristía no tiene acceso a Cristo ni a la vida divina.<br /><br />Por eso, en la cuestión de la asistencia a Misa es mucho lo que está un juego: perdida la Eucaristía, perdida la identidad católica, perdida la unión con Dios. Es una pendiente cuesta abajo: piedad cada vez más floja tendiendo a desaparecer. Y en un mundo secularizado y materialista, la Misa dominical preserva al cristiano del riesgo y proceso de secularización. Riesgo total de perder la vida eterna: "si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).<br /><br />Es también uno de los deberes más básicos porque garantiza el permanente retorno a Dios. Este es un aspecto negativo, pero no de menos importancia. Una persona que va a Misa los domingos podrá portarse mal en algún momento, pero nunca se va a alejar de Dios demasiado y, sobre todo, siempre va a “tener a mano” la vuelta y el remedio de sus posibles torpezas.<br /><br />Por esto -y por muchas otras razones- la Iglesia ya en el siglo IV se vio obligada a imponer el precepto de asistir a Misa los domingos para garantizar a los cristianos el “mínimo” de vida eucarística que necesitan para vivir sobrenaturalmente. Un precepto que obliga gravemente, es decir que su incumplimiento representa una desobediencia grave; o dicho con otras palabras es un pecado mortal.<br /><br />Una aclaración necesaria. El tercer mandamiento obliga a santificar el domingo, y como toda ley divina no tiene excepción. La Iglesia lo ha concretado con una ley eclesiástica que manda asistir a Misa los domingos y fiestas. Las leyes eclesiásticas no obligan a quien tiene una grave incomodidad –es decir, a quien no puede cumplirlas–; de manera que a quien está enfermo, imposibilitado de viajar, etc., el precepto no lo obliga; aunque sí debe santificar el día del Señor de otro modo.<br /><br /><strong>Responsabilidad de los padres en la vida cristiana de sus hijos<br /></strong><br />Los padres son los primeros y más importantes educadores de sus hijos. Como es evidente, de toda su formación: desde la espiritual a la intelectual, de la deportiva a los buenos modales. Dios les ha encomendado que cultiven en sus hijos el amor a Dios: que les enseñen a amarlo con todo corazón. Y les pedirá especial cuenta de esta tarea, por la que los premiará con también especial generosidad.<br />Dentro de los diferentes aspectos de esta formación, resulta de vital importancia la eucarística: que los hijos conozcan, amen y valoren a Jesucristo realmente presente en la Eucaristía, que incorporen a su vida la piedad eucarística y, como línea de mínimo, la Misa del domingo.<br /><br />Cuando una persona es soltera, es responsable delante de Dios sólo de sus actos; y de los de los demás, sólo en algunos casos muy particulares (pecados de escándalo, cooperación al mal). Pero cuando se casa, la cosa cambia, ya que son dos en uno... Si bien cada uno es responsable de la propia vida espiritual, también tiene cierta responsabilidad sobre el otro. De que uno vaya o no a Misa, depende en muchos casos el otro cónyuge. Además está el tema del ejemplo: si el otro no es constante en la práctica religiosa necesita en primer lugar el buen ejemplo. Más todavía, cuando llegan los hijos. La práctica religiosa de los hijos –no sólo cuando son chicos sino durante toda su vida– depende en un altísimo grado de la de sus padres. De manera, que si los padres no van, su falta delante de Dios es bastante más grave que en el caso de los solteros. Y están privando a sus hijos de la tan necesaria experiencia de la práctica religiosa: necesitan ayuda para cultivar hábitos espirituales, sin los cuales les será difícil desarrollar su vida espiritual.<br /><br /><em><strong>La Misa de los hijos</strong></em><br /><br />Si un hijo falta a Misa por dejadez de los padres... es un pecado del que ellos mismos son responsables delante de Dios. Es el caso de los padres que no asisten a Misa, imposibilitando así la asistencia de sus hijos. De los que no los dejan ir solos y no los llevan. También el de los que no se ocupan de que vayan cuando sus hijos van a dormir a casa de amigos que no practican la fe; o que los mandan a campamentos, giras escolares o deportivas, etc., cuyos planes no incluyen la Misa dominical (por supuesto que tienen el deber de velar para que la incluyan); etc.<br /><br />Del mismo modo, no tendría sentido que una familia cristiana planee sus vacaciones en un lugar donde sabe que no podrá asistir a Misa los domingos que se encuentre allí. Es cierto que la imposibilidad física de asistir a Misa excusa del precepto...; pero ponerse voluntaria e innecesariamente en dicha imposibilidad, al menos, muestra bastante poco amor e interés por la Eucaristía y el precepto dominical.<br /><br />Los padres deben estar al tanto de la Misa de sus hijos para poder ayudarlos a vivirla con intensidad. Saber si van, cómo la viven, si se quedan afuera charlando con amigos, si comulgan, etc.<br />Sería una omisión importante desentenderse, no estar al tanto, no saber; y una ingenuidad bastante irresponsable dar por supuesto que tienen la piedad de San Francisco de Asís aunque no los vean nunca rezar.<br />Y nunca se podría aprobar que no cumpla con el precepto: “sos grande, hacé lo que quieras”. Es verdad que es grande, que es libre, pero yo no puedo aprobarlo. “Sabés que obrás mal y que lo hacés contra mi voluntad”, tendría que ser en todo caso la respuesta.<br /><br /><strong><em>¿Obligar a los hijos a ir a Misa?<br /></em></strong><br />Muchos padres se preguntan si hacer de la asistencia a Misa una cuestión de obediencia. Y no pocos lo resuelven bastante mal.<br /><br />Normalmente no hay problemas y si uno ha formado bien a sus hijos no tiene porqué haberlos. Pero, si se plantea el problema porque un hijo no quiere ir a Misa un domingo por estar enojado, tener pereza, un plan más tentador, quejarse de que se aburre, estar cansado, decir que no lo siente... ¿qué hacer?<br /><br />Hablar de obligar a los hijos a ir a Misa, hoy día suena bastante mal: casi como un atentado a su autonomía y a la libertad de conciencia. Incluso hay quienes piensan que obrar así sería moralmente malo, que los padres no deberían hacerlo. Pero si uno lo piensa un poco, fácilmente se ve que no es así.<br /><br />El punto de partida es considerar que faltar a Misa un domingo sin un motivo grave es un pecado mortal. Punto. Así de claro y terminante. No es un opcional, no es algo recomendado, sino preceptuado por el Magisterio de la Iglesia como concreción del Tercer Mandamiento de la Ley de Dios.<br /><br />Ante este dato, hemos de considerar en general cuál debe ser la actitud de los padres frente al pecado mortal de un hijo: ya sea robo de objetos de cierta importancia, posesión de material pornográfico, borrachera, blasfemia, etc.<br />El ámbito y la razón de ser de la autoridad de los padres –y la consiguiente obligación moral de los hijos de obedecerlos– se extiende a aquellas cosas que hacen al bien de los hijos o de la familia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2217: recomiendo vivamente leerlo). El primer objetivo de esa autoridad es que los hijos cumplan la ley de Dios.<br />De ahí que los padres deban preceptuar a sus hijos el cumplimiento de la ley de Dios y prohibirles su rompimiento. Máxime en cuestiones graves. Y hacer lo que esté a su alcance para evitarles las ocasiones próximas de pecado.<br /><br />Y esto lo hacen no sólo en cuestiones que son pecado mortal, sino en otras mucho más comunes y menos espirituales. ¿Qué padre consulta a su hijo antes de enviarlo al jardín de infantes? ¿Qué padre consentiría en que sus hijos de modo habitual no vayan al colegio, no tomen remedios cuando están enfermos, no duerman, etc., etc., etc.? Y así podríamos poner muchísimos ejemplos (desde comer lo que no les gusta hasta hacer las tareas del colegio). En las cosas básicas y necesarias, la formación exige el cumplimiento de deberes, y es normal que se impongan (deber se dice de algo que es obligación, y por tanto exigible). Entonces uno descubre que es bastante lógico que padres con fe, manden sus hijos a Misa (y mejor, como dijimos antes, que vayan con ellos), ya que ante este pecado deben tomar la actitud de un hombre o una mujer de fe que ama a Dios y a sus hijos, y lo que menos quiere es que éstos pequen gravemente.<br /><br />Además no es un atentado a la libertad de conciencia, ya que en los casos que nos ocupan, no se trata de preceptuar a un musulmán o a un ateo que vaya a Misa en contra de los dictámenes de sus conciencia, sino a un católico, con fe, en el período de su formación, y que fue confiado por Dios al cuidado de uno.<br /><br />Es bueno aclarar que no es cuestión de obligación sino de amor. Hay que ayudar a los hijos a amar la Misa; y el primer paso es yendo: nunca conseguirá amar la Misa quien no va. Con el ejemplo y con la enseñanza: si no saben qué es la Misa nunca llegarán a amarla.<br />Pero, de hecho, existe un deber, cuyo cumplimiento es grave. El amor presupone el cumplimiento de los deberes: por ahí comienza. La línea de mínima del amor es la justicia (dar a cada uno lo que le corresponde). Quien no cumple sus deberes difícilmente llegará a amar.<br />Ese amor, es posible que alguna vez, esté débil y necesite para vivirse la ayuda de la justicia (el cumplimiento del deber ayuda a hacer las cosas que necesitamos): siendo una cuestión de amor, también lo es de obediencia a Dios y a su Iglesia.<br /><br />Es relativamente frecuente que algunos chicos sufran pequeñas crisis: falta de ganas de ir a Misa por aburrirse, no entender, dejadez, otros planes, mal humor, rebeldías, dudas... Si a la primera duda o dificultad abandonan a Dios... habrá que trabajar bastante el tema de la fidelidad, ya que es claro que están muy lejos de considerarlo importante.<br />Entonces, ¿hay que obligarlos? Y... en principio sí. Es lógico evitar un pecado mortal a un hijo en nombre de la obediencia: obvio. Si la Iglesia que es Madre y Maestra lo impone como precepto... me parece que enseña el camino.<br />Evidentemente a los veinticinco años las cosas son un poco distintas: porque no hará caso. Pero a los quince, no.<br /><br />Algunos falsos argumentos que a veces se invocan para no imponer la Misa como un deber:<br />“No lo puedo obligar, si va por obligación es como si no fuera”: no es cierto: basta considerar el ejemplo de la comida: alimenta aunque uno coma sin ganas. El enfermo tiene que comer: lo necesita. Si va, aunque sea sin ganas, cumple el precepto, obedece a Dios. El mero cumplimiento sin amor es imperfecto, pero no es malo: es algo bueno, pero imperfecto. No comete un pecado mortal, ¿te parece poco importante?<br /><br />“Yo educo en la libertad”: es cierto, pero la libertad es para el bien: no le facilitaría el arma con la que va a robar un banco. La exigencia es parte de la formación: espontaneidad no se identifica con libertad: su libertad necesita ayuda para funcionar bien. No siempre se sienten ganas: y esto vale para todo. Si se aplicara este criterio a ir al colegio... Ir a Misa es bastante más importante que ir al colegio... Los padres tienen el deber ayudar, sobretodo cuando más los necesitan: en ese caso su autoridad es como las muletas.<br /><br />Me dio tristeza el caso de una adolescente que faltaba a Misa con cierta frecuencia. Le pregunté qué le decían sus padres -en principio, buenos cristianos-. Que “nada, que respetan mi libertad, dicen que no me van a obligar a ir”. Bastaba un empujoncito chiquito para que superara la pereza (único obstáculo que tenía). Sus padres, no exigiéndole, le hacían daño; de alguna manera, al consentir que no fuera, lo aprobaban; y sobretodo, dejaban que el hábito de no ir a Misa se asentar en su persona.<br /><br />Por tanto la respuesta es que sí, que hay que hacerlos ir: y mejor, ir con ellos.<br /><br />Si un hijo va a Misa porque se lo imponen sus padres, el respeto a sus padres habrá servido para que cumpla la ley de Dios (por algo se empieza).<br /><br /><em><strong>Como exigirlo<br /></strong></em><br />Los preceptos y obligaciones se pueden imponer con mucha firmeza y al mismo tiempo con simpatía, sin gritos, con una sonrisa, sin humillar, facilitando el cumplimiento. Cuanto más le cueste a un hijo asistir a Misa, con más cariño habrá que exigirlo. Hay un libro sobre la educación de los hijos cuyo título lo dice todo: “firmeza y ternura”. Ambas a la vez, porque no sólo son compatibles, sino que se exigen mutuamente.<br />Ni blandenguería (ceder sin dar importancia al tema) ni exigencia descarnada, teniendo en cuenta que el tema es muy serio.<br /><br />Para que los hijos entiendan la importancia de la Misa es bueno que se den cuenta de que no se les pide un capricho. Hay diferentes niveles de importancia: debemos distinguir los deberes esenciales, de cosas importantes, de cosas convenientes, de los gustos de los padres y distinguir a la hora de exigir. Es distinto exigir que respeten a la madre (que no la insulten, por ejemplo), que cumplir un encargo, que no dejar la toalla en el suelo del baño. Ir a Misa no es un opcional: algo bueno que se invita a hacer a quien quiera hacerlo (como rezar el Rosario). Pertenece al género de los deberes graves del cristiano. Los padres mientras sus hijos son menores tienen la responsabilidad de sus hijos (hasta pueden responder penalmente si cometen un delito...). Es distinto que ir a ver un partido de fútbol de un hermano, visitar a la abuela, comer o no comer tal cosa, el horario de regreso a casa, etc. Está a otro nivel. Debe quedar claro que en nuestra familia los deberes para con Dios son lo más importante: que se le da más importancia a ir a Misa que al colegio.<br /><br />Como en toda exigencia habrá que saber explicarla. Depende de las edades. En principio los hijos sabrán qué es la Misa como parte de los conocimientos doctrinales que les habremos sabido comunicar. En general, bastan argumentos muy simples: en esta familia adoramos a Dios, le agradecemos sus dones, le pedimos perdón, necesitamos su gracia. Es parte de nuestra vida. Queremos irnos todos al cielo. La Misa dominical es parte de la vida de familia. Un compromiso de todos nosotros con Dios como familia.<br /><br />Cuanto menos se practique la fe en el ambiente en que se mueven los hijos, más atención y empeño habrá que poner para que la frialdad circundante no los enfríe a ellos.<br />Hay que tener en cuenta que en nuestro país el índice de práctica religiosa es muy bajo (7 %). Esto significa que los hijos muchas veces se verán rodeados de compañeros, amigos, conocidos que se dicen cristianos y no van a Misa (¡el 93%!). Esto no los ayuda mucho. Habrá que ayudarlos a tomar conciencia de lo que es un cristiano de verdad, de la seriedad de los deberes para con Dios, de la importancia de la autenticidad que exige el amor a Dios, de la importancia de la ejemplaridad, de la necesidad de cristianizar la sociedad, etc.<br />También se les podrá explicar lo que es el pecado y sus consecuencias personales y sociales. La manifestación de amor a Dios que es la Eucaristía y el desprecio que significa no ir (“sólo te pide una hora por semana”). Una verdadera infidelidad... ya que no se trata de una mera ausencia, es una ausencia que ofende: preferir una película, siesta, deberes... antes que a Dios...<br /><br />Si bien es bueno que entiendan, para hacerse obedecer no hace falta esperar a que los hijos compartan las razones del mandato. Si no lo entienden o aceptan, ya tendrán ocasión de plantearlo de un modo distinto con sus hijos el día de mañana... pero ahora tienen que obedecer a sus padres.<br /><br />Hemos expuesto el criterio moral general. Su aplicación corresponde a la prudencia que será quien juzgue de que manera concretarlo según las circunstancias, porque no se trata de hacer ir a Misa a alguien apuntándole con un pistola, arrastrándolos por el piso, etc. No hay reglas fijas: hay hijos e hijos, padres y padres, familias y familias. Circunstancias, edades.<br />En principio hasta los 18 años pensamos que habría que hacerlos ir aunque por ellos mismos preferirían no hacerlo.<br />La manera de ponerlo en práctica no es distinto del resto de los deberes morales (cómo conseguir que los hijos no roben, respeten a los demás, etc.). Dependerá de cómo los padres sepan hacerse querer y gocen de una sana autoridad ante sus hijos. Si no tienen autoridad para mandar otras cosas, también la tendrán difícil en este ámbito.<br />Evidentemente no se trata de llevarlos ejerciendo violencia física. Son libres y pueden no obedecer. Será con todo el dolor de los padres, un pecado del hijo. Y habrá que ver como imponer el deber: como en otros los campos, con el sistema de premios y castigos. Contra la tendencia actual a dejar pasar cualquier cosa y que nunca pase nada (lo que crea una sensación de impunidad que envalentona el ánimo del transgresor y lo estimula a transgredir aún más), habrá que tomar medidas.<br /><br />Lo que nunca pueden hacer los padres es consentir con el pecado, mostrándose indiferentes, como si en esta familia el no ir a Misa el domingo fuera una opción más.<br />Si un hijo no asiste a Misa los domingos es un problema serio. Habrá que rezar más y ocuparse. No basta quitarse responsabilidades de encima, diciendo “yo ya le dije”, como si con algún consejo uno cumpliera su deber de formar. Obviamente habrá que comenzar desde chicos la formación y ser firmes desde el principio: cuesta mucho recuperar el terreno perdido.<br /><br /><strong><em>Algunos consejos prácticos<br /></em></strong><br />El precepto obliga desde el uso de razón, es decir, que desde los siete años los chicos tienen que ir a Misa el domingo.<br />De todos modos es muy bueno que vayan desde siempre. Que desde chiquitos aprendan a comportarse en Misa, a valorar y respetar lo sagrado: en Misa no se juega, no se habla, no se corre... En el caso de los bebitos o chicos muy chicos que molesten mucho y no dejen a sus padres ni al resto de los feligreses vivir la Misa, sería bueno gestionar en la Parroquia un servicio de guardería durante la Misa.<br /><br />Rodear la Misa de un clima de simpatía y de alegría, contribuirá a que los hijos amen la Misa. Que vean a sus padres ir con alegría. Participar del ambiente festivo del domingo. Saludar con afecto al celebrante, etc.<br /><br />La famosa “pilcha dominguera”: que la fe y el amor a la Eucaristía se «vean» en nuestro empeño por vestirnos bien, que nos ponemos elegantes para el Señor. También en esto se muestra la importancia que damos a la Misa.<br /><br />El mejor sistema para fortalecer la propia fe es contagiarla. De manera que la mejor manera de cultivar el amor a la Eucaristía es hacer apostolado. Me impresionó una chica de diez años que me contó que estaba tratando de convencer a su vecina para que fuera a Misa. Pensando que se trataría de una chica de su edad, le pregunté cuántos años tenía su vecina. Me quedé helado cuando me respondió: “50”. ¡La mocosa hacía apostolado con una señora que podía ser su abuela!<br /><br />En los momentos de exceso de trabajo, exámenes, etc. habrá que estar más atentos. Cuanto menos tiempo tenemos, más necesitamos a Dios, y El mirará con mucho cariño el sacrificio.<br /><br />Tener cuidado con los hijos rebeldes para que no usen la inasistencia a Misa como arma para “castigar” a sus padres cuando están enojados con ellos. Como buscan “pegar” dónde duele es fácil que descubran que ahí duele mucho.<br /><br />Cuidado de no provocar mentiras. Si un hijo se siente acorralado, puesto entre la espada y la pared, podría ser que mintiera para zafar de esa situación. Más vale una vigilancia discreta, que interrogatorios estresantes.<br /><br />Evitar discusiones. Tener en cuenta que cuando alguien no quiere hacer algo, los motivos que arguye son lo menos importante: argumenta con lo primero que se le ocurre, lo que escucha por ahí, etc.; son la excusa con la que intenta justificar lo que realmente le interesa. De manera que no vale la pena entrar a discutir los argumentos concretos, intentándole demostrar uno por uno. Mejor no empantanarse en discusiones secundarias. Ganarlas por elevación: “ahora mejor vamos a Misa y después charlamos el tema tranquilos”. Pueden llegar a decir que no tienen fe, que ir a Misa no sirve para nada, o cualquier cosa. Paciencia. Saber que no lo piensan.<br /><br /><strong><em>Y para terminar<br /></div></em></strong></span><div align="justify"><span style="color:#330099;">El amor personal a la Eucaristía y la unidad familiar son el mejor caldo de cultivo para la valoración de la Eucaristía.<br /></div></span><span style="color:#330099;"><div align="center"><br />P. Eduardo María Volpacchio<br />5.11.04 </span></div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1132513708278079572005-11-20T16:01:00.000-03:002005-11-20T16:11:00.426-03:00¿Modernizar la Iglesia?<span style="color:#330099;"><strong><em>Sobre los profetas de cambios<br />(¿o justificadores de los desórdenes de la propia vida…?)</em></strong></span><br /><span style="color:#330099;"><strong><em><br /></em></strong>Estoy seguro de que muchas veces has escuchado esta frase: «Ya vas a ver cómo la Iglesia acabará aceptándolo…». Este artículo trata de desentrañar que hay detrás de ella y qué pretende.<br />Una frase muchas veces escuchada de labios de quien cuestiona alguna verdad de la doctrina católica. Una frase que no deja de ser curiosa. No se sabe bien si pretende ser una profecía, un deseo, un desafío, o una presión para que la Iglesia acepte el desorden en cuestión (se aplica al divorcio, la anticoncepción, el aborto, etc.). </span><br /><span style="color:#330099;"><br /><strong><em>¿Quien cambia? ¿Cambio yo o cambio a la Iglesia?<br /></em></strong>Algunas personas parece que en algún momento de su vida se encuentran ante una encrucijada: cambiar ellos para adecuar su comportamiento a la ley de Dios o cambiar la ley de Dios para que coincida con su comportamiento. Algunos se deciden por la segunda opción y concluyen que la Iglesia debe cambiar sus enseñanzas… e incluso hasta exigen que lo haga…<br /><br /><em><strong>Ahora bien, ¿es razonable el planteo?<br /></strong></em>La Iglesia existe para mostrar a los hombres el camino de salvación que su Fundador le ha señalado. Su misión es cambiar al mundo. Cambiando ella para adaptarse a formas de vivir contrarias a su doctrina, estaría desnaturalizándose, se traicionaría a sí misma destruyendo su razón de ser.<br />Es por esto que habría que recomendarles a quienes tienen este planteo que no sean ingenuos: la Iglesia no cambiará en lo esencial. Esto es un hecho: no esperes un imposible. La Iglesia no cambiará porque no puede hacerlo. Aunque quisiera cambiar no podría… por que su Fundador no la dejaría. Cambiar supondría su fin: dejar de ser la Iglesia de Jesucristo para ser una iglesia de hombres (hecha por hombres a la medida y gusto de los hombres), perdería la trascendencia de la eternidad para adquirir la caducidad de las modas siempre sujetas a los vaivenes del capricho.<br />En una época en la que reina el relativismo, en la que todo se puede comprar, vender, negociar… puede resultar difícil de entender la pretensión de que exista una verdad fuera de mí mismo, que no dependa de mi gusto, ni de mi opinión y que esté a mi alcance conocer. Sí, la Iglesia afirma que la verdad existe e intenta hacerla conocer a todos.<br /><br /><strong><em>La Iglesia no se opone a los cambios<br /></em></strong>Jesucristo realizó un cambio muy profundo: salvarnos. Y para hacerlo realizó una nueva Alianza que reemplazó la antigua.<br />San Esteban –el primero de los mártires– muere martirizado por decir que la Antigua Ley había sido reemplazada por la Nueva.<br />Ya se ve que el cristianismo no es opuesto al cambio por principio… ya que él mismo es un cambio… Ahora bien el planteo es qué puede cambiar y qué no y, después, quién puede cambiarlo.<br /><br /><strong><em>Una distinción importante<br /></em></strong>En la Iglesia hay realidades, enseñanzas, ritos, instituciones y preceptos de diversa índole e importancia. En el fondo la distinción más importante es entre aquellas cosas que son de institución divina y las que son de institución humana. Es decir, entre lo que ha instituido Jesucristo mismo y lo que los hombres han pensado, ideado, decretado para la mejor vivencia del mensaje evangélico.<br />Ejemplos de realidades de institución divina: Eucaristía, Bautismo, Penitencia, Matrimonio, Sacerdocio reservado sólo a varones, etc.<br />Y de institución eclesiástica: agua bendita, órdenes religiosas, días penitenciales (ayuno y abstinencia), bendiciones, elección del Papa por los Cardenales, algunos ritos litúrgicos, etc.<br />Hay muchas cosas que pueden cambiar. Y que, de hecho, han cambiado… ¡y seguirán cambiando! Encontrarás multitud de formas y modos que han cambiado en estos dos mil años de historia. La vida de la Iglesia muestra un desarrollo absolutamente coherente con sí misma: crece y madura. Nada más extraño a la Iglesia que la inmovilidad histórica. Puede cambiar la sede del Papa –porque seguiría siendo el sucesor de Pedro–, su forma de vestirse, estilo de ejercer el pontificado (basta comparar a Juan Pablo II y sus viaje con los Papas que se recluyeron en el Vaticano sin haber salido una sola vez en su pontificado…). Pueden cambiar muchos ritos litúrgicos, medidas disciplinares, de organización eclesiástica, etc. La Misa de Pablo VI –la que se celebra todos los días– tiene diferencias con la de San Pío V: y ambas son la misma Misa instituida por Jesucristo. La reforma litúrgica sólo afectó los ritos de "hechura" humana, sin haber tocado lo esencial.<br />Pero hay otras cosas que nadie puede cambiar. Sencillamente porque así las instituyó Jesucristo. Es muy aleccionador a este propósito el documento con el que Juan Pablo II cerró la discusión sobre el sacerdocio femenino. Después de muchos argumentos para explicar la doctrina de la Iglesia sobre el tema, concluye con el argumento definitivo: el orden es un sacramento instituido por Jesucristo, esto hace que la Iglesia no tenga potestad para cambiar lo que es esencial en él. La Iglesia no puede ordenar mujeres sencillamente porque Jesucristo no ordenó mujeres y carece de potestad para “corregir” a su Fundador.<br /><br /><strong><em>¿Quién cambiaría lo que habría que cambiar?<br /></em></strong>La que tendría que decidir cambiar lo que a algunos les gustaría que cambie, es la Iglesia misma. Teóricamente parecería que podría hacerlo, ya que tiene el poder de las llaves: "todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desates en la tierra, será desatado en el cielo" ¿OK?<br />Los católicos creemos que la Iglesia es infalible. ¿Qué quiere decir que en algunas circunstancias bien concretas (pocas por otro lado) la Iglesia sea infalible (es decir que no se equivoque)?<br />Evidentemente no significa que cualquier cosa que dijera –una cosa o su contraria–, por el sólo hecho de que sea ella quien lo diga, será correcto. Tampoco quiere decir que diga lo que diga –aunque fuera algo sin sentido–, será hecho verdadero por Dios, como por arte de magia, como si Dios se sometiera al capricho de los Papas. Quiere decir algo muy diferente y mucho más sencillo: que Dios la preserva de error en materia de fe y de moral, es decir que Dios no deja que se equivoque.<br />Dicho en positivo, Dios ha garantizado a su Iglesia una asistencia tal, que no permitirá que proclame algo contra su voluntad en materia de fe (lo que se ha de creer) y de costumbres (lo que se ha de vivir). Será su "vocero" fiel.<br />El Magisterio de la Iglesia tiene la misión de enseñar lo que Dios ha revelado. No es un poder sobre la revelación, de manera que podría hacer lo que quisiera con ella. Es todo lo contrario: está a su servicio. No tiene ningún poder sobre ella: sólo la sirve interpretándola. La infalibilidad es custodia. Algunos piensan que da al Papa el poder de hacer o decir cualquier cosa… cuando en realidad es más bien lo contrario. El Papa no tiene autoridad sobre la Palabra de Dios: está a su servicio, no puede cambiar lo que enseñó Cristo: está para custodiarlo. Sólo Jesucristo podría cambiar lo que pertenece esencialmente a lo necesario para salvarse, es decir, a la revelación.<br /><br /><em><strong>¿Por qué no puede cambiar?<br /></strong></em>Hay un punto esencial: la Iglesia no puede cambiar porque, si lo hiciera, ya no sería la misma. Jesucristo prometió su permanencia para siempre ("las puertas del infierno no prevalecerán…", "yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo"). Esto incluye la identidad con sí misma: si cambia ya no es la misma: la Iglesia fundada por Jesucristo. Significaría el fin de una y el comienzo de otra distinta.<br />Lo que hace a mi identidad no lo puedo cambiar si quiero seguir siendo yo mismo. Hay cosas que pueden cambiar y sigo siendo yo mismo: he crecido y sigo siendo el mismo, el color de pelo, puedo perder un brazo… Pero hay que no pueden cambiar sin cambiarme a mí mismo. Este ejemplo personal es complejo ya que es imposible cambiar mi identidad (tendría que cambiar mi conciencia, el ADN…).<br />Dios es fiel a sí mismo. Su plan de salvación es coherente, no es mejorable. Fue establecido por Jesucristo a través de una Alianza Nueva y Eterna (es decir que dura para siempre).<br /><br /><strong><em>Además… ¿es bueno cambiar?<br /></em></strong>Y depende… Supuesta la voluntad de Dios –que es lo que realmente importa en cuanto a la salvación, y acá estamos hablando de cambios en exigencias evangélicas–, es obvio que es bueno mejorar, es malo empeorar. Es bueno enriquecerse, es malo empobrecerse. Es bueno ganar, es malo perder…<br />La pregunta es: ¿el cambio que propugnan es para mejor o para peor? ¿lo que se pretende es más perfecto? ¿supone algo más santo? Es curioso pero normalmente cuando se dice que la Iglesia debe cambiar, se "exige" una degradación, un aflojamiento… un pactar con un mundo secularizado. A lo largo de la historia, excepto muy pocos rigoristas al estilo de los montanistas, nunca se pretende cambiar por algo más exigente, elevado… La verdad es que del pretendido cambio no saldría un cristianismo más perfecto sino un cristianismo "light", aguado, debilitado.<br />La Iglesia no está a merced de las modas porque no se "juega" en lo provisorio, opinable, lo temporal: sólo en lo fundamental: y eso no cambia: sigue fielmente lo que señaló su Fundador.<br />Realmente es importante estar fuera de las vicisitudes históricas, de los caprichos del tiempo y de las modas. ¡Cómo ha cambiado la forma de vestirse, las lenguas, la forma de impartir educación…! Es muy bueno no depender de los caprichos del momento. La Iglesia no necesita adaptarse a los tiempos, ya que ella vive en el tiempo y la verdad que enseña está más allá del tiempo. En lo temporal, procura ser prudente para no definirse en cuestiones que son mudables, que sabe que en más o menos tiempo cambiarán. A este nivel da juicios de valor y consejos prudenciales, que son válidos para las circunstancias en las que fueron dados, y no para otras distintas.<br /><br /><em><strong>¿Qué hay detrás de los "profetas" de cambio?<br /></strong></em>Esa seguridad presuntuosa con la que algunos dicen: "ya vas a ver… la Iglesia acabará aceptando…" da un poco de risa. Y normalmente es una justificación de la propia conducta.<br />¿Qué se quiere decir en realidad? No se pretende profetizar la futura aceptación de la Iglesia (en muchos casos tienen el mínimo de conocimiento de la Iglesia para saber que no cambiará), sino es una manera elegante de decir: "la Iglesia está equivocada cuando censura este tipo de vida que yo llevo… Yo no hago nada malo, la Iglesia es caprichosa y por eso dice que eso que yo hago es pecado y lo prohibe. Pero ya vas a ver… como acaba dándome la razón". Y se lo acompaña con un «te lo digo yo…», como diciendo: «¿cómo le vas a hacer caso al Papa teniéndome a mí…? Yo sé. Ya me darán la razón»..<br /><br /><strong><em>Y para terminar, ¿qué pensará Jesús de todo esto…?<br /></em></strong>Mt 5,17: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento». Si El que es Dios… ¿quienes somos los demás? ¿Acaso pretendemos llevar a la plenitud su doctrina? ¿Nos sentimos obligados a corregirlo?<br />Jesucristo no negoció su doctrina. Es increíble cómo no hace el menor intento de detener a los que lo abandonan por no aceptar su enseñanza sobre la Eucaristía (cfr. Jn 6,59-69). La verdad no es resultado de consensos.<br />Jesús era consciente de la definitividad de sus enseñanzas. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35). «Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5, 18-19).<br />Conviene no olvidar que en el cristianismo la obediencia es vital: Rom 5,19-20. Hebreos 5,8-9. Hechos 5,32; I Pe 1,14 y muchos más textos.<br />Por otro lado, el mismo Señor advierte que vendrán falsos profetas que pretenderán cambiar la doctrina. San Pablo escribe a los fieles que incluso si viniera un ángel predicando un evangelio distinto del que él predicó, no lo acepten (Cfr. Gal 1,8-9; ver también 2 Cor 11,4).<br />Además la Iglesia está formada por todos los bautizados; es decir la mayor parte de la Iglesia no está ahora en la tierra… Si se quisiera hacer una encuesta de opinión entre los católicos… habría que ponerse en contacto con el cielo y el purgatorio… ya que ahí se encuentra la mayoría. Quienes se arrogan una supuesta representatividad… en realidad no representan a nadie…<br /><br /><em><strong>Un consejo final<br /></strong></em>No pretendas cambiar la Iglesia para que esté de acuerdo a tus gustos. Además de que es una tarea condenada al fracaso de antemano, la experiencia histórica no es buena. Es lo que hicieron los Protestantes. Y el resultado son las decenas de miles de iglesias distintas que han producido: en los casi quinientos años desde la Reforma el promedio de los Protestantes ha sido de ¡más de quinientas divisiones por año!<br />Perdida la unidad de fe… ya no es la Iglesia. Comenzaron con aparentemente poco y a esta altura algunos de ellos ya van bendiciendo la homosexualidad… Adonde llegarán con el tiempo me resulta impensable…<br />Por otro lado, antes de intentar cambiar a la Iglesia, te sugeriría que hagas el esfuerzo por entender su enseñanza: qué dice exactamente y porqué lo dice. Algunas veces se presenta su doctrina de un modo tan caricaturizado que parece ridícula. Incluso hasta te encontrarás que en algún tema se dice que enseña lo que en realidad no enseña. Si la conocés en profundidad, te darás cuenta de su razonabilidad y belleza.<br /></span><br /><span style="color:#330099;"><strong><em>Y no te olvides de la gracia y de la misericordia de Dios<br /></em></strong>Indudablemente la vida cristiana es exigente. Ese es precisamente su atractivo y su desafío. Aguarla para hacerla más fácil, la destruiría. Podemos fallar, equivocarnos, caer… la solución no es cambiar la ley de Dios, sino acogernos a su misericordia. Nos perdona y está dispuesto a ayudarnos a ser mejores.<br /><br />P. Eduardo Volpacchio</span><br /><br /></span>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1131802485885055952005-11-12T10:24:00.000-03:002007-06-09T11:24:09.831-03:00¿Por qué Dios me creó si sabía que me iba a condenar?<span style="color:#330099;">Esta pregunta, planteada con aparente inocencia, desconcierta a algunos cristianos.<br />Se trata de una pregunta tramposa ya que encierra una grave acusación a Dios y hace muy difícil a quien se bloquea con ella, hacer lo necesario para alcanzar la salvación.<br />Hay quienes la repite ingenuamente: la escucharon, los impactó y no supieron qué responder. Pero también hay quienes la susurran en los oídos de cristianos con la intención de sembrar dudas, abrir grietas en su fe, confundirlos, etc.<br /></span><br /><span style="color:#330099;"><span style="font-size:130%;"><strong><em>I. El cuestionamiento</em></strong></span><br /></span><br /><span style="color:#330099;">En primer lugar hay que decir que lo que aparenta ser una pregunta, en realidad es un cuestionamiento a Dios: se lo acusa de injusticia y perversidad.<br />Si me creó sabiendo que me condenaría, es evidente que no tengo chance de escapar al infierno. El lo sabe y lo sabía antes de crearme. De manera que Dios sería injusto al no dame la posibilidad de salvarme.<br />Dios sería cruel: si sabía que me voy a condenar, creándome me condenó a condenarme. Si fuera bueno, cuando sabe que alguien se condenará no lo crearía… de manera que nadie se condenaría.<br />Como se ve la frase que analizamos, en el fondo sugiere la maldad divina y, yendo un poco más allá, el ateísmo. El planteo se parece bastante a la tentación del pecado original, en cuanto pretende poner en duda la bondad de Dios.<br />En efecto, pertenece a una línea de argumentos que intenta demostrar la no existencia de Dios: bastaría con demostrar que Dios carece de atributos divinos para demostrar que ese Dios no existe. Veamos de qué manera.<br />Por definición Dios tiene que ser bueno. Si se demostrara que ese que llamás Dios es malo, entonces estaría demostrando que sencillamente no es Dios... y al mismo tiempo que no existiría... ya que es contradictorio que un ser por esencia bueno sea malo: y lo contradictorio no puede existir. </span><br /><span style="color:#330099;"><br /><strong><em><span style="font-size:130%;">II. Es una falacia.<br /></span></em></strong><br />La pregunta parte de algo falso y tiene varios presupuestos igualmente falsos. Además, veremos que carece de lógica, acabando por ser absurda. Y para peor de males, desvía de la verdadera ocupación por la salvación, llevando a preocupaciones estériles.<br /><br /><strong><em>1. Es falso que Dios nos cree “sabiendo” cuál será nuestra respuesta libre.</em></strong><br />El problema no es de «ignorancia», sino de falta temporalidad.<br />La eternidad es un presente absoluto. Por definición supone la no temporalidad: no hay ni pasado ni futuro. De manera que en la eternidad carece absolutamente de sentido pensar en un «antes» y un «después».<br />Por tanto, no cabe plantearse un conocimiento anterior a la creación, una creación posterior a ese conocimiento y una condenación sucesiva en el tiempo, por el sencillo motivo que de Dios está fuera del tiempo: para El no existe un antes y un después: todo es un continuo presente. De esta manera, el instante en que Dios crea y el momento de mi muerte son el mismo momento eterno. El «sabe» sin más, no hay un antes en el cual calcule mi respuesta, ni una previsión de la misma.<br />Dios no puede saber mi destino eterno antes de crearme sencillamente porque no existe ese antes.<br />De manera que el problema que la pregunta plantea no existe.<br />Esto no es fácil de entender. El misterio reside en la conjugación de nuestra temporalidad con la eternidad de Dios. No podemos imaginarnos la eternidad porque carecemos de experiencia de la misma. Pero para nuestro asunto basta entender que en la eternidad, no existe ni el pasado ni el futuro: todo es presente.<br /><br /><strong><em>2. La sola posibilidad de que Dios pueda crear a alguien para que se condene no sólo es falsa sino también impensable.<br /></em></strong>Si Dios creara en previsión a la condenación aunque sea de una sola persona, sería perverso.<br />Dios es amor y toda su obra creadora y redentora es de amor. Quiere que todos se salven: no crea a nadie para que se condene, sino a todos para que tengan una vida eternamente feliz en la gloria. Que algunos no acepten el amor de Dios y lo rechacen, no hace malo a Dios... sino a quien lo rechaza... La Teología enseña que no hay predestinación al mal.<br /><br /><strong><em>3. Supone un error en la consideración de la salvación o condenación como si fuese algo externo a nosotros: que viene de afuera, ajeno a mi.<br /></em></strong>Esto no es cierto: quien se condena, quiere condenarse. Nadie está en el infierno contra su voluntad. Esto es quizá lo más traumático del infierno. Basta leer el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1033):<br />«Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. (…) Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".»<br /><br /><strong><em>4. Es absurdo acusar a Dios de mi posible condenación cuando Dios ofrece la salvación a todos y da todo lo necesario para salvarnos.<br /></em></strong>Frente a El sólo cabe el agradecimiento: me creó, se hizo hombre para redimirme, murió en la cruz por mí, se me da El mismo como alimento en la Eucaristía, está dispuesto a perdonarme todo lo que haga falta... Es decir, para salvarme ha hecho mucho más de lo que jamás podría haber esperado... Acusarlo de condenarme... es bastante caradura, desagradecido, hipócrita... Es como si el hijo pródigo, a su vuelta, en vez de acoger el perdón y gozar de la fiesta que le ofrece su padre, se volviera a ir, esta vez enojado con su padre porque lo dejó ir la vez anterior, lo culpara de sus pecados y rechazara la amorosa acogida. Como si hubiera vuelto sólo a insultar a su padre…<br /><br /><strong><em>5. Es absurdo hablar de un futuro libre como si estuviera determinado.<br /></em></strong>Es ridículo hablar de mi posible condenación como un hecho por la sencilla razón de que ahora no estoy condenado y tengo todos los medios para salvarme. Si quiero me salvo, si no quiero no me salvo: depende de mí.<br />El cuestionamiento falla al presentar mi condenación como una fatalidad a la que estoy determinado haga lo que haga. Y esto no es cierto.<br />No es lógico hablar de un futuro que está en mis manos como de algo ya realizado y decidido por otro.<br /><br /><strong><em>6. Es absurdo pretender poner en Dios la responsabilidad de algo que yo decido libremente.<br /></em></strong>El cuestionamiento pretende culpar a Dios de mi condenación, cuando en realidad yo soy el artífice de mi salvación o condenación. Supone desconocer la responsabilidad de mis propios actos y decisiones libre. Poner la responsabilidad de mi condenación en Dios es al menos irresponsable.<br />¿Qué sentido tiene culpar a Dios de algo que yo decido ahora libremente?<br /><br /><strong><em>7. Supone el rechazo de nuestra libertad.<br /></em></strong>Hay quienes reniegan de su libertad. Dicen: ¿porqué Dios me creó libre? Preferirían no serlo...<br />Hay un razonamiento implícito: "Dios me crea libre", "yo libremente me condeno", por tanto "Dios -al haberme hecho libre - es culpable de mi condenación".<br />Por el contrario la libertad es el mayor don que Dios nos ha dado en el plano natural, después de la vida (condición de todo don): ¡ser libre es muy bueno! La libertad es condición del amor: sin libertad no se puede amar. Dios nos hizo libres para que fuésemos capaces de amar. Quiso correr el riesgo de nuestra libertad: que al mismo tiempo fuésemos capaces de odiar… Pero la decisión es nuestra.<br /><br /><strong><em>8. Supone la contradicción de querer salvarse y -al mismo tiempo- querer hacer lo necesario para condenarse.<br /></em></strong>Está implícito el deseo de salvación y el rechazo de los medios que conducen a ella. Como única solución se ve el "hubiera sido mejor no haber sido creado".<br />En el fondo se rechaza el proyecto de Dios para el hombre.<br /><br /><strong><em>9. Supone rechazar la misericordia divina:<br /></em></strong>No podemos olvidar que Dios perdona siempre... de manera que sólo se puede condenar quien no acepte la misericordia divina.<br />Evidentemente el perdón divino exige que nos arrepintamos. Porque respeta nuestra libertad. No puede perdonarnos si nosotros rechazamos el perdón: no nos perdona en contra de nuestra voluntad. Para recibir el perdón hay que querer ser perdonado. Si yo no rechazo mi pecado, Dios «no me lo quita». Sin arrepentimiento (=rechazar mi pecado) no hay perdón posible, porque sería absurdo: yo querría conservar mi pecado y Dios me lo sacaría contra mi voluntad... Dios me obligaría a salvarme, cosa que yo no quiero.<br /><br /><strong><em>10. Supone un error en la concepción de la conjugación de la libertad y la ciencia divina.<br /></em></strong>Que Dios «vea» como actúo no me quita libertad.<br /></span><br /><span style="color:#330099;"><span style="font-size:130%;"><strong><em>III. Paraliza y amarga</em></strong></span><br /></span><br /></span><span style="color:#330099;">Un segundo problema con la pregunta que nos ocupa es que no conduce a nada, paraliza y amarga. Produce unos sentimientos que conducen a la condenación, al pretender dar por supuesta mi posible condenación, destruyendo la esperanza que es la que la hace posible.<br /><br />Lleva a encarar mal la vida. Distrae del objetivo. Su principal gravedad es que desvía del camino de salvación.<br />Lo absurdo del planteo es que lleva a no poner los medios para la salvación. La hace parecer imposible.<br /><br />La pregunta es ¿es tan difícil salvarse? La verdad que no. Conocemos el camino: está bien determinado. Cristo nos dejó los sacramentos, su palabra y hasta su cuerpo.<br />Es muy práctico. ¿Qué hacer para salvarse? Ir a Misa el domingo, confesarse de vez en cuando, rezar un poco todos los días, tratar de cumplir los mandamientos. Está al alcance de la mano. No es tan difícil. Además el premio es grandioso.<br />Hay que tener en cuenta que plantea las cosas fuera de su contexto real: conseguir la salvación no es fácil ni difícil: depende de la gracia de Dios y de nosotros.<br />El cauce está claro. Es accesible. Requiere esfuerzo.<br />Nos viene bien es este momento recordar una idea de C.S. Lewis: el demonio tiene interés en que nuestra atención se centre en lo que puede pasarnos, mientras que Dios quiere que la tengamos en lo que tenemos que hacer. Dejémos pues de pensar si nos condenaremos y comencemos a poner por obra lo que sabemos que nos conduce a la salvación.<br /><br />CONCLUSION: el cuestionamiento falla por todos lados y por tanto no es sostenible racionalmente. No dejes que te robe el tiempo y la serenidad<br />Lo verdaderamente importante no son las especulaciones rebuscadas. Por ese camino no alcanzaremos la salvación y nos llenaremos de angustias.<br />La salvación es posible para todos. Dios quiere que nos ocupemos de buscarla por los caminos que El nos ha mostrado y haciendo uso de los medios que El mismo nos ha dado.<br />Sería ridículo dejar de poner lo que está a nuestro alcance para ser santos y al mismo tiempo lamentarse de supuestas fatalidades condenatorias.<br /><br /></span><br /><span style="color:#330099;"><span style="font-size:130%;"><strong><em>NOTA FINAL<br /></em></strong></span>Hay otros cuestionamientos semejantes que pretenden negar la omnipotencia divina. Es interesante analizarlos brevemente ya que hacen uso de la negación del principio de no contradicción:<br />¿Puede Dios hacer una piedra tan grande que no pueda levantar?<br />¿Puede Dios hacer un círculo cuadrado?<br />Evidentemente Dios no puede hacer lo contradictorio. Pero esto no es una imperfección ni una limitación. Sencillamente la contradicción no puede existir.<br />El principio de no contradicción es una ley del ser: "el ser es y el no se no es". "Es imposible que algo sea y no sea al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto".<br />Si vas al núcleo de la pregunta, lo que se plantea es ¿puede Dios no poder? Y esto es absurdo.<br />Es como si se preguntara: ¿puede Dios crear algo que no exista? ¿puede crear la nada? No, Dios no puede hacer existir el no ser. Y esto es pura lógica. No existe ningún problema en que Dios no pueda ir contra la lógica.<br />De la misma manera Dios no puede pecar ni equivocarse, y esto no es una limitación sino perfección suprema. </span><br /><span style="color:#330099;"></span><br /><br /><div align="center"><span style="color:#330099;">P. Eduardo Volpacchio</span></div><div align="center"><span style="color:#330099;"><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</a></span></div><div align="center"><span style="color:#330099;"></span> </div><div align="center"><span style="color:#330099;"></span></div><div align="left"><span style="color:#000000;">Completo la cuestión con un artículo de Louis de Wohl</span></div><div align="left"> </div><div align="center"><span style="color:#330099;"></span></div><div align="center"><span style="font-size:130%;"><strong><em>El antidoto</em></strong><br /></span>Sobre saber divino, el tiempo humano, la predestinación y la Redención del hombre.</div><div align="right">Louis de Wohl<br /><a href="http://www.conoze.com/" target="blank">ConoZe.com</a></div><div align="justify"><br />Dios es omnisciente», aprendemos. Por tanto tuvo que saber que nosotros los hombres abusaríamos del don que nos hizo de la libre voluntad. O sea, que en definitiva es culpa suya el que haya sucedido así. En definitiva, es Dios quien tiene la culpa de todo.<br />Con esta lógica falsa intentamos cargar a Dios con nuestras propias culpas. Siempre hemos sido cobardes morales. Ya el propio Adán intentó echar la culpa de su pecado a Eva. El error básico consiste en que aplicamos de modo totalmente erróneo el concepto de omnisciencia. Y esto lo hacemos porque nos imaginamos a Dios como a un hombre omnisciente.<br />Nosotros los hombres vivimos en el tiempo, es decir en un continuo discurrir de las cosas. Dios, sin embargo, vive fuera del tiempo. Para nosotros existe el pasado, el presente y el futuro. Para Dios todo es un eterno ahora. Por tanto no tiene ningún sentido hablar de que Dios sabía (pasado) lo que pasaría (futuro). Dios sabe. Para nosotros el presente es un instante mínimo, ya se ha convertido en pasado. Para Dios todo es presente. Y precisamente por eso es omnisciente. El no prevé –como el profeta–. El ve. Para Él no existe ni antes ni después. El concepto de tiempo es, como todo lo demás, parte de su Creación. Pero Él está por encima de su Creación y por ello por encima de todo lo temporal. Él crea al hombre (nosotros decimos: creó). El sabe (nosotros decimos: sabía) que el hombre peca (ha pecado). El posee el antídoto ¿Cuál es el antídoto contra la debilidad y la maldad? Todas las madres lo saben. Precisamente para la oveja negra, para el hijo malo y perverso, ellas sienten el doble y el triple de amor. Dios responde a nuestra caída con un Amor inmenso. Su antídoto es hacerse hombre Él mismo soportando en la cruz nuestras culpas, todas las culpas de todos los hombres de todas las épocas.<br />Y este hecho es el que eleva al cristianismo por encima de todas las demás religiones. El inocente ha cargado con nuestras culpas. Al hacerse hombre Cristo se ha convertido en hermano nuestro. Por eso nos enseñó a llamar «Padre» al Creador del universo. De criaturas de Dios nos convertimos en hijos de Dios. Esta es la respuesta del Amor. Este es el antídoto.</div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1131302719589715732005-11-06T15:19:00.000-03:002005-11-26T19:46:17.713-03:00El mito de las Riquezas de la Iglesia<div align="justify"><span style="color:#000066;">Los tesoros vaticanos… ¿Porqué la Iglesia tiene tantos tesoros en el Vaticano mientras hay tantos pobres en el mundo?<br />Esta sencilla frase hace sufrir a muchos católicos. Se sienten mal al escucharla y no saben qué pensar, contestar, explicar… ellos mismos se quedan un poco confundidos. Analicemos un poco el asunto.<br /></span></div><div align="justify"><span style="color:#000066;">Lo primero es acotar el problema, cosa no fácil. ¿Qué es lo que se quiere decir con esa frase?</span></div><span style="color:#000066;"><div align="justify"><br /><strong><em>1. El cuestionamiento<br /></em></strong>Con el asunto de las riquezas de la Iglesia, no es claro qué es lo que se cuestiona o critica. Lo primero que se observa al analizar la cuestión es la falta de datos y acusaciones concretas. Estamos frente a un cuestionamiento difuso, nada claro, sin datos. Porque nunca es claro a qué riquezas se refiere, qué es lo malo de esas riquezas hipotéticas, quiénes son los culpables (porque los pobres también son parte de la Iglesia), y exactamente cuál es la culpa, qué es lo que se espera que la Iglesia debería hacer, etc.<br />A simple vista lo primero que se intuye es que se trataría de una acusación a la Iglesia de insensibilidad ante el problema de la pobreza: ¿cómo es posible que la Iglesia viva con tantas riquezas cuando hay tantos pobres en el mundo? Esta acusación se presentaría como hecho que desacreditaría a la Iglesia en cuanto tal: es decir, una institución que vive semejante hipocresía (decir que ama a los pobres, mientras está llena de riquezas que no pone al servicio de los mismo) no sería digna de ser tomada, en cuenta ni creída, ni aceptada. Esta sería una de las mayores vergüenzas de la Iglesia, ante la cual no habría defensa ni explicación posible. </div><div align="justify"><br /><strong><em>2. Lo real ¿De qué riquezas estamos hablando?<br /></em></strong>Seamos serios, que alguien aporte datos. Si se da por supuesto que en el Vaticano hay grandes tesoros que se diga ¿qué tipo de tesoros? ¿joyas, cuentas bancarias…? ¿dónde están? ¿cuánto es su valor? Pero uno comienza a preguntarse, ¿acaso alguien considera a la Iglesia como una institución millonaria? ¿Quien pensaría encontrar obispos en las revistas con listas de millonarios tipo Fortune? ¿Tiene la Iglesia fines de lucro? ¿Da dividendos…? ¿Cotiza en bolsa?<br />La acusación, de entrada, sugiere cosas falsas: la vida lujosa del Papa, obispos, curas, monjas, etc., que serían quienes usufructuarían de esos tesoros. Afán de lucro escondido bajo la excusa de la religión… Además estimula imaginaciones frondosas: al hablar de "tesoros" uno imagina cuartos llenos de lingotes de oro, cofres llenos de joyas, películas de piratas…<br />Pero en la realidad, ¿a qué "riquezas" se refieren? Basta que mires las pertenencias de la Iglesia que están a tu alcance -tu parroquia, tu catedral…- para no encontrar cosas lujosas por ningún lado.<br />Los "tesoros" -como los llaman- son un tesoro cultural, espiritual, histórico, pues se trata de iglesias, imágenes, cuadros, frescos, cálices, ornamentos, … Esos "tesoros" no tiene ningún valor comercial, ni financiero. Están dedicados al culto divino en iglesias o expuestos en Museos que conservan el patrimonio cultural de dos mil años de cristianismo. </div><div align="justify"><br /><strong><em>3. ¿Una solución al problema de la pobreza?<br /></em></strong>Desde el punto de vista económico…y si rematamos todo ¿qué pasa?<br />Antes de entrar en el problema de fondo y demostrar que estamos frente a un debate artificial y sin sentido… detengámonos a considerar el tema desde el mero punto de vista utilitario: lo inútil de una supuesta venta del Vaticano.<br />Porque el anónimo acusador insinúa que la Iglesia debería deshacerse de todo… para el bien de los pobres… y de los millonarios que participarían del remate… Bueno, hagamos números. ¿Cuanto representa en plata todo lo contenido en el Vaticano? No tengo ni idea… pero digamos ¿cien millones de dólares? ¿mil? ¿diez mil?… ¿Qué es eso para el problema del hambre o del subdesarrollo? ¿Alguien de buena fe puede pensar que sería una solución real para los problemas de los pobres? Si se vendiera todo… ¿a cuántos ayudaría durante un día? ¿serviría para algo? ¿No sería más bien un empobrecimiento inútil de la Iglesia … (lo que en realidad estarían deseando los acusadores… aunque se contentan con sembrar desprestigio con argumentos sentimentales y vacíos de valor racional)?<br />En realidad, desde el punto de vista económico, el sólo hecho de plantear el problema de las riquezas del Vaticano es algo prehistórico, ya que hoy en día la riqueza no está dada por la propiedad de algunos terrenos o piezas de museo sino por marcas (¿cuánto valen los logos de Mc Donald, Shell, Coca o Telefonica?), acciones en Bolsa, etc. Y de este género de riqueza -la que es real riqueza hoy- la Iglesia no tiene nada (ni siquiera tiene la Biblia patentada…).<br />Cualquier Estado del mundo con un pequeño porcentaje de su presupuesto anual podría posiblemente aportar mucho más que la venta total de todo el Vaticano, territorio incluido.<br />Además, el problema de la pobreza no se arregla con una donación: es un problema de desarrollo y requiere un flujo permanente de recursos. Por ejemplo, ¿de qué serviría la donación de un hospital a un país que no contara con recursos para mantenerlo, pagar sueldos, comprar medicinas…? Hacer funcionar un hospital en no mucho tiempo es más caro que el hospital mismo… La deuda externa argentina ha llegado a los 250 mil millones… Si se tratara de vender todo lo que existe en Argentina para pagarla… no alcanzaría… Esto muestra que nadie puede seriamente proponer que vendiendo cuatro imágenes, tres iglesias y unos cuadros… se podría arreglar algún problema de pobreza.<br />Es como proponer que le vendamos a los ingleses las Malvinas a cambio de una disminución de la deuda externa… No creo que los mexicanos sientan mucha felicidad cuando piensan que vendieron Texas a los Estado Unidos… Desprenderse de la tierra que contiene la propia historia y valores artísticos y culturales… no es un gran negocio para nadie. La pérdida del patrimonio cultural conduce a la pérdida de la propia identidad.</div><div align="justify"><br /><strong><em>4. El patrimonio de los pobres … </strong></em></div><div align="justify">Además, contrariamente a lo que la acusación sugiere, las supuestas riquezas de la Iglesia son patrimonio de los pobres, que lo sienten como suyo, porque realmente lo son.<br />Un botón de muestra. Cuando Juan Pablo II hizo su primer viaje a Brasil, después de una ceremonia salió del protocolo, se metió en medio de una favela y visitó una familia. Conmovido, les dejó de regalo su anillo de Papa. ¿Vos pensás que fueron lo suficientemente idiotas como para venderlo por su peso en oro y comprarse unas cocas…? Es su tesoro, lo conservan en la capillita de la favela. Los pobres son pobres, pero no tontos…<br />¿Y qué pobre argentino no se siente orgulloso de la basílica de Luján? ¿Acaso preferiría vendérsela a los musulmanes para que la transformen en una mezquita y que el fruto de la venta se reparta entre los pobres argentinos a los que tocaría quizá menos de un peso a cada uno… para comprarse un "choripán"? ¿Pensás que sería un buen negocio para los pobres?<br />Nunca he escuchado a un pobre quejarse de supuesta riqueza de su parroquia o capilla… en cambio los he visto trabajar y sacrificarse duramente para mejorarla. Son los que con más orgullo muestran sus "tesoros".<br />Además, la experiencia también enseña… En los ´60 y ´70 hubo algunos sacerdotes que, quizá víctimas de esta acusación, vendieron imágenes, cálices, custodias… ¿Qué pasó con el fruto de su venta? Lo único claro es que no existe más… ¿Alguien puede pensar que esos cálices están mejor en vitrinas de las casas de los ricos que en un altar de cualquier iglesia? </div><div align="justify"><br /><strong><em>5. ¿Porqué la Iglesia tiene bienes?<br /></em></strong>Yendo al fondo de la cuestión. ¿Cuál es el problema de los supuestos tesoros vaticanos? ¿Es malo que la Iglesia tenga bienes? ¿Qué conserve obras de arte? ¿De dónde los saca? ¿A quien perjudica el tenerlos? ¿Es acaso contrario a la enseñanza de Cristo?<br />En realidad no existe ningún problema. Basta recordar el elogio de Jesús a María por haber derramado un perfume carísimo sobre sus pies y a la viuda que puso todo lo que tenía como limosna al templo. Es más, es lógico que necesite bienes materiales. Como no está compuesta sólo por ángeles, para enseñar a la gente el camino al cielo necesita edificios, bibliotecas, computadoras, autos… Para dar culto a Dios necesita templos, altares… Para ayudar a la piedad necesita imágenes, libros… Para enseñar a las gentes necesita escuelas, universidades… No parece que en estos dos mil años la Iglesia se haya dedicado a acumular dinero: esos "tesoros" acumulados en dos mil años de donaciones… son objetos de culto, etc. Normalmente quienes han cuidado de esos bienes han sido personas que vivieron voluntariamente la pobreza, que dejaron todo por seguir a Cristo, que no han tenido nada de patrimonio personal.<br />¿Qué bienes tiene la Iglesia? Los que juzga necesarios para el cumplimiento de su misión, que es de orden exclusivamente espiritual.<br />Si lees la Sagrada Escritura descubrirás que la magnificencia del culto divino es un mandato que la Iglesia ha recibido de Dios. Tratando de dar a Dios cosas buenas… está siendo fiel a lo que su Señor le ha pedido.La tan vapuleada riqueza está compuesta por cosas que no se guardan con avaricia, sino que se usan en el ejercicio de la misión de la Iglesia. Por ejemplo, anualmente por la basílica de San Pedro pasan cuatro millones de peregrinos…, se celebran veinte mil misas, hay ochenta ceremonias solemnes… de las que unas treinta son presididas por el Santo Padre… O sea que tiene un uso bastante más intenso que la cancha de River… ¿Te parecería razonable vender la Pietá de Miguel Angel y poner en su reemplazo una copia plástico inflable para que la gente le rece?<br />Por otro lado los cuida, los usa y les saca el jugo bastante bien. La Basílica de San Pedro tiene 500 años… lo que mostraría que está bastante amortizada… que fue una idea genial hacerla con buenos materiales… que la hacen tan barata a largo plazo…<br />Por otro lado, la acusación parece sugerir una conexión entre las "riquezas" y la pobreza de los pobres. Pero, no hay relación alguna entre la belleza de la Basílica de San Pedro y la pobreza de una villa de Buenos Aires… Creo que es suficientemente claro que la primera no es la causa de la segunda. Por tanto no veo porqué conectar ambas cosas. Carece de sentido hacerlo. El problema es inventado, no es real.<br />Si se fuera coherente con el planteo, ¿porqué no poner también en tela de juicio al Islam y las mezquitas; el judaísmo y las sinagogas… y hasta el edificio del congreso, la casa rosada, todos los museos, los Mc Donalds, shopping centers, el parque de la costa, los boliches… en fin, con todo lo que no sea un rancho miserable?… Y comenzando por tu propia casa: ¿cómo podés vivir ahí mientras haya gente que se muere de hambre? Este cuestionamiento carece de sentido. ¿Porqué podría estar mal que la Iglesia tenga templos lindos? ¿Qué aportaría a la bondad de la Iglesia la fealdad y la pobretería? </div><div align="justify"><br /><strong><em>6. ¿Es necesaria la belleza? ¿la historia?<br /></strong></em>Como los "tesoros" de los que se habla son básicamente artísticos y forman parte del patrimonio histórico de la Iglesia, parece necesario plantearse si la belleza es buena o mala, si tiene alguna función en la vida humana.<br />Definitivamente, la belleza mueve al espíritu. Eleva del materialismo… Hace un gran bien al alma. Rezar frente a una imagen linda inspira, eleva el alma. Como criaturas espirituales, el arte es una de las manifestaciones más altas del espíritu humano. Nos eleva y dignifica.<br />La historia es parte de nuestro ser: a través de la obra de quienes no precedieron -su arte, trabajo, etc.- entramos de alguna manera en comunión con ellos. Necesitamos permanecer unidos a nuestras raíces, a nuestros antepasados en la fe… y el cuidado de lo que nos legaron cumple una misión muy importante al respecto.<br />Los museos vaticanos muestran que la Iglesia siempre ha fomentado la cultura y todas las manifestaciones del espíritu humano, llegando a ser en ciertos casos la mejor protectora del arte, la ciencia y la cultura. La historia humana le debe mucho al respecto, ya que ha protegido el patrimonio cultural de las ochenta generaciones que nos separan de la época de Cristo. </div><div align="justify"><br /><strong><em>7. ¿Y en cuanto a la legitimidad de esas propiedades…?<br /></em></strong>Parece al menos curiosa la pretensión de disponer de bienes ajenos. Es decir, ¿quién es el que critica y ataca para decidir qué debería hacer la Iglesia con sus bienes (bienes que evidentemente no pertenecen al acusador)? Porque en el fondo, los bienes que causan tanto escándalo son una propiedad legítima de una institución con dos mil años de historia. No han sido robados ni saqueados, como por otro lado sí lo han sido muchos de los tesoros históricos, artísticos y culturales de los más grandes museos del Mundo como el Louvre, el Británico… (Cualquier duda preguntá a los franceses por los "regalitos" que Napoleón les llevó de Egipto o los "recuerdos" que los ingleses se llevaron del Partenón…). En este caso, han sido fruto de donaciones explícitamente hecha para ese fin: gente que ha donado sus propios bienes para que fueran usados para el culto divino, la educación, la formación del pueblo fiel, el Santo Padre, etc. Es decir, su legitimidad está fuera de toda duda.</div><div align="justify"><br /><strong><em>8. Pero, al final, la Iglesia ¿hace algo por los pobres?<br /></em></strong>Lo más curioso e insostenible de la acusación, es la insinuación de inacción frente al problema de la pobreza.<br />Te desafío a buscar una institución que haya aportado tanto bien al mundo -y si querés, en particular a los pobres- como la Iglesia Católica. Si bien su fin es espiritual -la salvación de las almas-, ninguna institución con fines temporales podría haber representado tanto bien desde el mero punto de vista humano.<br />No te olvides de quién "inventó" los hospitales y universidades. Quién promovió la educación a través de los siglos. Quién luchó contra la esclavitud. Quién se ha dedicado a atender a los minusválidos, a los huérfanos, inmigrantes, moribundos, leprosos, chicos de la calle… Quién atiende la mitad de los enfermos de SIDA que hay en el mundo… Una visita al Pequeño Cotolengo Don Orione no te vendría mal. O a algún comedor infantil de alguna villa, o a algún hogar de la Madre Teresa, o cualquier local de Caritas parroquial, o … En nuestro país, a la hora de catástrofe naturales, la única institución fiable para repartir ayudas es Caritas… la gente no confía en nadie más.<br />Algunos datos. Veamos la contabilidad del objeto del ataque de las riquezas del Vaticano. El presupuesto anual de la Santa Sede es de 145 millones de dólares. A esto se debe añadir el Ovolo de San Pedro: 60 millones que se destina enteramente a obras de caridad y ayuda a necesitados. Es decir, estamos hablando de una institución que destina el 29,26% de sus ingresos brutos sólo a obras de caridad… No contemos los millones de dólares que instituciones católicas (muchas pertenecientes a Conferencias Episcopales) dan de ayuda al los países pobres: Adveniat, Ayuda a la Iglesia Necesitada, Manos Unidas, y un largo etc.<br />Buscá una institución que hoy haga más por los pobres que la Iglesia Católica. ¿No parece una burla esta crítica a la institución que -por lejos- hace más por los pobres? La lista de las labores asistenciales de la Iglesia Católica es realmente impresionante: tiene 5.900 hospitales, 16.700 dispensarios, 700 leprosarios, 12.600 hogares de ancianos, 19.500 orfanatos y guarderías, 11.500 centros de orientación familiar, 11.600 centros de educación especial y 44.500 centros asistenciales. Un total de 123.000 instituciones de asistencia en todo el mundo (cfr. “La Iglesia Católica”, de Pedro Brunori, Ed. Rialp, España). </div><div align="justify"><br /><strong><em>En resumen y como conclusión: el cuestionamiento es ridículo.<br /></div></em></strong><div align="justify"></div><div align="justify">¿Hay alguna relación entre las obras de arte de los Museos Vaticano y las imágenes de las iglesias con la pobreza? La respuesta no admite ninguna duda: ¡NO!<br /><br />1. No existe una relación causal. Los primeros no son la causa de la segunda.<br />2. Si el Vaticano no existiese, la situación de los pobres sería peor, porque desaparecería el mayor benefactor de los necesitados.<br />3. La existencia de bienes artísticos y religiosos, ¿afecta de alguna manera la pobreza? No, en absoluto.<br />4. ¿Es ofensivo? En el sentido que sería una cachetada a la pobreza… No, a los pobres también les gustan la cosas lindas y gozan con ellas.<br />5. ¿Es verdad que la Iglesia tenga grandes tesoros económicos en la actualidad? No.<br />6. Si se vendiese todo lo que tenga algún valor, ¿mejoraría la situación de los pobres del mundo? No afectaría en lo más mínimo la situación económica de los pobres.<br />7. ¿Es quizá una muestra de indiferencia ante el problema de la pobreza? En absoluto, ya que el trabajo de la Iglesia en favor de los pobres está absolutamente fuera de duda.<br />8. ¿El mantenimiento de esos bienes no supondrá gastos extraordinarios que podrían destinarse a la lucha contra el hambre? No, porque se auto-mantiene con el valor de la entrada a museos… y contratos como los que facilitaron la restauración de la Capilla Sixtina sin poner un peso.<br />9. ¿Se invierten actualmente grandes sumas de dinero en incrementar esos bienes? No, es el fruto de dos mil años de cristianismo… Esperemos que nosotros sepamos dejarle a nuestros descendientes algo de valor y buen gusto.<br />Me parece que en está página queda suficientemente demostrado, que las supuesta riquezas del Vaticano, no representan ningún problema real ni amenaza para los pobres. Es más, que la tan mentada crítica es una tomada de pelo. Una burla que no resiste el más elemental análisis racional. Usar a los pobres para atacar a la Iglesia es, al menos, una broma de mal gusto… Y más todavía que sea hecho por quienes nunca han hecho nada por los pobres…</span></div><span style="color:#000066;"></span><br /><div align="center"><span style="color:#000066;">P. Eduardo M. Volpacchio</span></div><div align="center"><span style="color:#000066;"><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</a></span></div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1130707448004334492005-10-30T18:18:00.000-03:002005-11-26T19:46:46.633-03:00¿Por qué tengo que obedecer?<div align="center"><span style="color:#000066;"><em>Reflexiones en torno a la obediencia</em></span></div><span style="color:#000066;"><em><div align="justify"><br /></em></span><span style="color:#000066;">De todas la virtudes, hoy una de las más incomprendidas es la obediencia. No se sabe qué sentido tiene ni para qué sirve. La mayoría de las personas la ven como un hecho a soportar, una imposición que no es posible evitar: el pez grande se come al pez chico, el más fuerte manda y el más débil obedece, uno es jefe y el otro empleado... porque no les queda otra opción. Y de la que uno conseguirá liberarse cuando crezca, progrese, tenga más dinero… pueda ¡por fin! hacer lo que le da la gana, sin tener que obedecer a nadie.<br />Desde esta perspectiva la obediencia supondría –estaría unida a– debilidad, falta de edad, sometimiento, humillación. Es decir, algo que no sólo carece de valor, sino que es un antivalor: cuanto antes uno se libere del yugo de la obediencia, mejor; uno será más uno mismo en la medida que no tenga encima una voluntad ajena que obedecer.<br />Esta visión llega a extenderse a las relaciones con Dios: tengo que obedecerlo para no irme al infierno... pero lo mejor sería no tener que hacerlo.<br /><br /><strong><em>La obediencia, ¿una virtud?<br /></em></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#000066;">Si tener que obedecer es algo no deseable y hasta malo ¿cómo puede ser algo virtuoso?<br />Una virtud es una perfección de nuestra naturaleza. Si la obediencia fuera una virtud, una persona obediente sería más perfecta que una desobediente. Tendría una personalidad más madura, más desarrollada, más perfecta. Pero, afirmar esto es contradictorio con la visión de la obediencia que describimos en el párrafo anterior. ¿Qué es lo que no funciona?<br /><br />En una cultura individualista, donde se busca la afirmación de sí mismo sobre todas las cosas, se hace muy difícil entender la obediencia.<br />Para nuestra cultura la obediencia lejos de ser una virtud –algo valioso, bueno, meritorio–, es algo malo, o al menos deseable que se evite. Es bueno mandar, es malo tener que obedecer. Si hay que hacerlo se hace, ya que así son las reglas. Se parte de una especie de contrato: cedo en algunas cosas para ganar en otras. Para evitar problemas, tener seguridad... -en el fondo siempre motivos de conveniencia personal- me someto y obedezco leyes, para que las leyes me protejan de los demás, etc.<br /><br />Pero para un cristiano el punto de referencia es Cristo. Es el modelo a imitar. Y Cristo quiso, El mismo, obedecer. Dios se hace hombre y quiere someterse a unos padres (María y José) muy santos pero muy inferiores a El; a las leyes religiosas (se circuncida, asiste al Templo…); a las autoridades civiles (nace en Belén por cumplir con un censo, paga impuestos…). Además lo enseña: presenta la obediencia como una virtud fundamental para sus discípulos.<br />Y los primeros cristianos así lo entendieron, valoraron y vivieron.<br />Entonces es razonable preguntarse ¿por qué será tan importante la obediencia? ¿Qué sentido tiene?<br />Necesitamos hacer todo un descubrimiento: la obediencia no somete, armoniza; no empequeñece, lleva a la plenitud; no separa, une… Es parte del camino a la perfección.<br /><br /><strong><em>Para entender la obediencia... hay que entender la autoridad<br /></em></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#000066;">Se obedece a alguien constituido en autoridad. Si tengo obligación de obedecer, el otro tiene derecho a que le obedezca y viceversa. ¿Por qué?<br />Lo que la autoridad no es: no es arbitrariedad, no un privilegio, no un medio para satisfacer los propios caprichos, no supone autoritarismo...<br />Básicamente es un servicio. El que manda debe ser quien más sirve. Su mando está al servicio de los “mandados”. Corrompería su autoridad quien se sirviera de ella para su propio beneficio.<br />Tiene sentido que haya una autoridad. Es necesaria. Para que un grupo de personas pueda formar una unidad: funcionar al unísono, como si fueran una sola persona. Orgánicamente: distintos miembros organizados, coordinados. Esto requiere una cabeza que señale la dirección.<br />Por esto, en todo grupo de personas, en toda sociedad, el bien común exige una autoridad. Esa es su razón de ser: servir a quienes mandan y al todo del que ella misma es parte. No es el “dueño” de los demás, sino su servidor. Cada uno sirve desde su lugar.<br />Así evita el caos y hace posible la armonía.<br />Esto no es inmovilismo: a medida que una persona crece, madura, se perfecciona adquiere mayor responsabilidad porque está en condiciones de poder servir mejor.<br /><br />Sólo quien sabe obedecer, sabe mandar. Sería peligrosísimo que quien no sabe o no quiere obedecer ejerza el mando: fácilmente se convertiría en un tirano. Por otro lado, todos obedecemos. De aquí que quien manda debe ser el primero en someterse a la ley, a lo pactado, al honor… a Dios. Si quien manda desobedeciera, estaría minando su propia autoridad.<br /><br />Sólo se debe mandar lo que es bueno para el todo (el bien común) siéndolo también para quien lo ejecuta -aunque a veces le cueste esfuerzo y sacrificio: el bien que trae consigo lo justifica-.<br /><br />El arte de saber mandar: encontrar el puesto de cada uno: descubrir sus aptitudes y potencialidades, ver donde es más eficaz, saber animar, enseñar coordinar. Conseguir que cada uno dé lo mejor de sí mismo y así se desarrolle.<br /><br />La autoridad hay que ganársela. Es sobre todo autoridad moral. No bastan los "títulos" (ser padre, profesor, gobernante…). La autoridad moral es una gran ayuda a la obediencia. Si quien tiene que obedecer ve el ejemplo, tiene en gran estima a quien manda, la obediencia se ve muy facilitada.<br />No hay que abusar de la autoridad: usarla para propio beneficio o arbitrariamente haría perderla. El que manda está sujeto a la virtud de la justicia: “dar a cada uno lo que le corresponde”: reparte tareas, cargas y beneficios equitativamente. Si no lo hiciera así, sería injusto.<br /><br /><strong><em>¿Qué sentido tiene obedecer?<br /></div></em></strong></span><div align="justify"><span style="color:#000066;">No es la mera ejecución de la voluntad de otro. La materialidad de hacer lo que me dicen no es virtuoso en sí mismo: si lo mandado fuera algo bueno podría hacerlo por miedo, falta de personalidad, con odio, etc. Si fuera malo, haría una acción mala. Un perro puede hacer lo que le ordena su amo para recibir como premio un hueso o evitar un golpe, sin embargo no puede obedecer porque no es libre. Sin libertad no hay obediencia. Sin adhesión interna no hay obediencia como acto virtuoso. La obediencia como acto virtuoso supone la unión de voluntades, el actuar libre y responsablemente.<br /><br />La obediencia no es sometimiento del más débil al más fuerte. No es una imposición del poder. No es tampoco una mera cuestión funcional (aunque también lo es).<br /><br /><strong><em>Miembros de un cuerpo social<br /></em></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#000066;">La obediencia procede de la naturaleza social del hombre: no es un ser aislado, se relaciona e interactúa con los otros, formando «cuerpos» sociales, organizados que requieren organización y estructura.<br />Todo lo jerárquico supone la obediencia. Es lo que hace orgánico.<br />Y cuánto más dependa de la obediencia más importante será obedecer. En un ejército, donde la vida de muchos compañeros depende de que cada uno cumpla su parte, la obediencia es mucho más férrea que en un equipo de fútbol, donde sólo están en juego tres puntos de un campeonato.<br /><br />El hecho de ser sociales y relacionarnos con otras personas crea y exige vínculos: son lo que nos unen a los demás: necesitamos vínculos: desde los afectivos hasta los laborales. Ahora bien, esos vínculos que de alguna manera nos atan, ¿nos limitan? No, en realidad ¡nos realizan!<br />De la misma manera que en el cuerpo humano los ligamentos, tendones, músculos… no limitan los movimientos del brazo sino que lo posibilitan.<br /><br />El trabajo en equipo requiere coordinación. La organización supone jerarquía. Sin obediencia todo es desorden. Se necesita una estructura, de otro modo todas las piezas están sueltas. Vale para todo, desde empresas hasta equipos de fútbol, desde familia hasta países.<br />La coordinación de esfuerzos aumenta la eficacia. Se ve hasta en las «cinchadas»: cuando todos tiran al unísono son capaces de “arrastrar” al otro equipo. Hace posible funcionar en equipo, donde todos son importantes: la resistencia de una cadena se mide por el eslabón más débil. Aún en la maquinaria más sofisticada un tornillo es importante: si se desajusta...<br /><br /><strong><em>Camino de crecimiento personal<br /></em></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#000066;">Durante el períodos de formación una persona necesita aprender de otro. El aprendizaje se basa en hacer lo que me dicen. Haciendo lo que me dicen me entreno, me ejercito. La enseñanza “funciona” según este principio. De manera que aprendo obedeciendo.<br />Además adquiero disciplina interna: estando sujeto a otro voy consiguiendo dominio de mí mismo. Difícilmente una persona consiga una voluntad fuerte si no aprende a obedecer. Sujetándome a la voluntad de quien tiene autoridad sobre mí, consigo tenerla sobre mí mismo. Quien no quiere obedecer posiblemente sea muy caprichoso.<br /><br />¿Y cuando no me gusta lo que me piden? ¿Cuando no tengo ganas?<br />Si una persona sólo está dispuesta a obedecer si comparte la orden... no tiene la virtud de la obediencia, que supone mirar al conjunto antes que a nosotros, saber funcionar en equipo, ser responsables de la parte que nos toca en bien de todos.<br />No hace falta entender lo que me piden para obedecer “inteligentemente”. Basta que quien lo mande tenga autoridad y que no sea malo lo mandado. Aunque no lo comparta del todo. Me doy cuenta de que quien está a la cabeza tiene más datos, ve todo el conjunto, sabe a dónde dirige el todo, coordina distintos esfuerzos, etc. La mayor parte de las cosas pertenecen al ámbito de la libre opinión, y quien tiene que decidir elige una opción entre las distintas posibles.<br />Aún cuando no entienda, si obedezco es meritorio: me venzo por el todo. Y esto no es indigno del hombre; al revés: obedeciendo, me someto, porque entiendo que es necesario para el funcionamiento de la sociedad, aunque en este caso concreto no me guste, sé que lo que se me pide no es malo y que obedecer es un bien.<br />Y si sucediera que se me pide algo ilícito, obviamente no debo hacerlo. Tengo derecho a obrar de acuerdo a mi conciencia y a no ir contra ella. Es lo que se llama el derecho a la objeción de conciencia.<br /><br /><strong><em>Mejora en las virtudes<br /></em></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#000066;">El ejercicio de la obediencia requiere otras virtudes, a las que al mismo tiempo potencia: humildad, generosidad, servicialidad, sentido de justicia, responsabilidad. Los principales obstáculos para la obediencia son la envidia, la soberbia y el egoísmo. Por lo mismo, la obediencia es uno de los mejores atajos para vencer la soberbia y crecer en humildad. Y un termómetro para ver cómo andamos en estas virtudes.<br /><br /><strong><em>Desde la dependencia a la independencia para llegar a la interdependencia<br /></em></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#000066;">En un primer momento el proceso de maduración personal supone ser cada vez más independiente: ser capaz de funcionar con autonomía, por uno mismo. Ahora bien, no acaba ahí. Una persona sola, actuando independientemente consigue muy poco y su obra no tendrá continuidad. La independencia personal no puede ser el objetivo final de nadie razonable. Cuanto más independiente, más limitado, más incapacitado de hacer cosas grandes.... Comparemos un tren con una bicicleta. La bici tiene sus “ventajas”: me permite ir por donde quiero, parar cuando me canso, tirarme a tomar sol a mitad de camino... Pero el tren no representa una limitación, aunque me limite el movimiento -no puedo salirme de las vías-, necesite que haya quien esté en una boletería, quien repare las vías, exija horarios muy estrictos, etc. ¡Me permite ser mucho más eficaz que una bicicleta! ¡Puede transportar a miles de personas!<br />Formar parte de un todo -el cuerpo social- que valora y respeta a las partes: cada uno no es un mero engranaje de un mecanismo, sino que tiene su dignidad y autonomía personal.<br /><br />Se podría decir que el itinerario de maduración tiene dos etapas: de la dependencia a la independencia, de la independencia a la interdependencia. La independencia no es un fin en sí mismo. Y la autosuficiencia es mala: aísla, separa. Pero es necesario alcanzar la independencia para seguir creciendo. Crear lazos, unirse a otros, tener proyectos comunes. La apertura a los demás enriquece enormemente. Entonces, siendo independientes, somos también interdependientes: hay entre nosotros una mutua relación de colaboración.<br />De alguna manera todos dependemos de todos.<br /><br /><strong><em>¿Y Dios que tiene que ver con la obediencia?</em></strong></span></div><span style="color:#000066;"><strong><em></em></strong><div align="justify"><br />Creó un mundo en estado de desarrollo hacia la perfección y lo dirige hacia ella con su Providencia (plan de Dios para gobernar el universo). Los seres no inteligentes se dirigen a ella necesariamente: hacen lo que Dios quiere -lo que los lleva a su plenitud- de modo "automático", porque no son libres, no pueden obedecer. Lo suyo no es meritorio.<br />Dios quiso que el hombre se adhiriera libremente a su plan y tomara parte de él. Y esto, por amor al hombre: para engrandecerlo haciéndolo partícipe de semejante tarea.<br /><br />El pecado original que perturbó el orden creado, fue precisamente un pecado de desobediencia.<br />Dios se hizo hombre para redimir al hombre y lo salvó a través de la obediencia.<br />Y nos pide obediencia: ¡por nuestro bien! Tonto sería pensar que Dios “necesita” que lo obedezcamos. Dios no quiere "robots", quiere hijos que le hagan caso por amor. Su voluntad nos guía a la plenitud. Lo importante no es “cumplir” meramente, sino amar a través del cumplimiento de su voluntad.<br /><br />Además cuando obedecemos a hombres establecidos en autoridad en sociedades humanas (a todo nivel: Estado, familia, club...) o en la Iglesia (Papa, Obispos) -cuando ejercen esa autoridad dentro del ámbito que le es propio-, estamos obedeciendo a Dios. No porque Dios determine el mandato concreto (decir “esto es la voluntad de Dios” de un modo absoluto en cosas intramundanas -no reveladas-, sería caer en un fundamentalismo inaceptable), sino por el origen divino de toda autoridad.<br />Al hacer al hombre social, Dios quiso que hubiera una autoridad. Esto porque la sociedad, por definición, exige tener una autoridad (no es posible que exista una sociedad sin autoridad). Es un silogismo elemental: la sociedad exige autoridad, Dios quiso la sociedad, por tanto, Dios quiso la autoridad.<br />Entonces es voluntad de Dios que obedezcamos a esa autoridad que necesariamente debe haber. Esto no implica que cada mandato recibido sea una voluntad de Dios explícita. Dios quiere que obedezcamos. Y punto. A quien manda le pedirá muchísima cuenta –para qué y cómo usó de su autoridad–, ya que el único fundamento de la misma es la voluntad de Dios. Y quien lo obedece lo hace, queriendo obedecer a su Creador.<br /><br /><strong><em>¿Y si quien manda, manda mal?<br /></em></strong><br />El planteo que venimos haciendo no supone convertir a quien obedece en un robot que cumple órdenes, ni la sujeción absoluta en un ideal de vida. La obediencia no suprime la libertad. Podemos obedecer porque somos libres, como ya hemos dicho. Pero sobre todo porque los ámbitos de autonomía son enormes, ya que abarcan la mayor parte de la vida.<br /><br />De aquí, que quien manda arbitrariamente sea un tirano (sea presidente de un país, padre de una familia, directivo de una empresa o párroco en una parroquia) que va perdiendo su autoridad. Esto hasta el punto de que en determinados casos sea obligatorio desobedecer: cuando se manda algo moralmente malo. Allí no hay legítima autoridad y, por lo mismo no se debe obediencia. Si la autoridad sale del ámbito que le da sentido, pierde su razón de ser.<br />Las persona erigidas en autoridad tienen que respetar los amplios márgenes de legítima autonomía de las personas a su cargo como condición de legitimidad de su misma autoridad.<br /><br /><strong><em>Obediencia y ámbitos de autonomía<br /></em></strong></div><div align="justify">Ser padres no significa ser "dueños" de los hijos. Antes de hijos suyos, son hijos de Dios. Tienen además una dignidad personal. La consecuencia es inmediata: la autoridad paterna está en función de la formación de los hijos: de su bien (no del bienestar, gusto o capricho de sus padres). No se extiende a todo. Es interesante citar el Catecismo de la Iglesia Católica: «Mientras vive en el domicilio de sus padres [por tanto no señala límite de edad], el hijo debe obedecer a todo lo que estos dispongan para su bien o el de la familia [es decir, tiene un ámbito muy concreto]. "Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col 3,20; cf Ef 6,1). Los hijos deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el hijo está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla» (n. 2217).<br /><br />La dependencia de los hijos respecto a sus padres es algo elástico, que va desde la dependencia total en los primeros años (cuando los padres deciden qué comen, cómo se visten, dónde van... todo) hasta la independencia total cuando se van a vivir por su cuenta. Es un proceso… a veces un poco traumático (los mayores no olvidemos nuestras rebeldías adolescentes). Es natural que sea así. Los hijos necesitan límites y también –progresivamente a medida que crecen– mayor autonomía: es un equilibrio a conseguir. Y requiere guiarse por la cabeza.<br /><br /><strong><em>Dos actitudes extremas ante la autoridad<br /></em></strong><br /><strong><em>Obediencia y sumisión<br /></em></strong>Cuando subrayamos los valores de la obediencia no estamos proponiendo como ideal un tipo de persona sumisa y sometida. Hay quienes por cobardía, o por falta de personalidad, por comodidad, para evitar complicaciones, lo aceptan todo, no discuten nada, se someten a todo. Prefieren hacer algo que no les gusta, o incluso está mal o los ofende, antes que pasar un mal rato. Esto no es virtuoso, ni es obediencia. Obviamente cumplir un mandato malo no es un acto de obediencia, ya que en este caso la virtud exige resistirse a ese mandato.<br />La obediencia debe ser inteligente y voluntaria. Enriquecedora. Es un servicio al bien.<br />Requiere madurar e involucrarse personalmente al hacer las cosas, sin huir de los problemas.<br /><br /><strong><em>Obediencia y rebeldías<br /></em></strong>En el ámbito de la obediencia es natural que, a veces, sintamos rebeldías al recibir un mandato. Las causas pueden ser múltiples. Algunas son defectos nuestros: soberbia –nos revienta que nos manden–, egoísmo –nos cambian planes que no estamos dispuestos a ceder–, pereza –no tener ganas–, etc. Otras son debidas a defectos de quien manda: tono en que exige, circunstancias en las que nos lo dice, falta de consideración de nuestras cosas... O también el mandato en sí mismo que puede no ser del todo razonable y, por tanto irritarnos.<br />En esas circunstancias el asunto será aprender a manejar las rebeldías con la cabeza.<br />Las rebeldías en sí mismas no son algo bueno ni malo. Expresan nuestra inadaptación a algunas cosas del mundo exterior. Es bueno sentir rebeldía ante lo que no es bueno. Presenciar una injusticia, por ejemplo, debería producir indignación en cualquier persona.<br />En este sentido las rebeldías son factor de progreso social: no acepto una serie de cosas de una sociedad y quiero mejorarlas.<br />La rebeldía es una reacción pasional y por tanto no racional. Esto por definición. Entonces una persona cuerda analizará primero la razonabilidad de la misma. Y después, la manejará según sea el caso (la seguirá racionalmente o la rechazará por su falta de lógica).<br />Como reacción anímica -y, por tanto, no racional- ante lo que incomoda es posible -y con frecuencia ocurre- que se sienta rebeldía contra cosas buenas, que en algún aspecto me molestan. Entonces se con claridad que las rebeldías deben ser tamizadas por la inteligencia, encargada de discernir la razonabilidad de las cosas.<br />En el caso de las rebeldías “irracionales” la voluntad deberá encarrilarlas por caminos razonables.<br />La rebeldía sistemática y por principio ante todo y todos, es una manifestación de infantilismo y de poca inteligencia.<br /><br />Hay ámbitos en los cuales la dependencia y el deber –por ejemplo, un empleado en una empresa– hacen que una persona tenga que "tragarse" su rebeldía: no puede exteriorizarla sin perjuicio propio. Quienes no tienen este mínimo autocontrol sufren las consecuencias de su mal carácter perdiendo trabajos, sufriendo multas, aplazos, etc.<br />Hay otros ámbitos en los que estos "filtros" no existen y es más necesario que actúe la virtud. Uno de ellos es la familia, donde la confianza mutua facilita que uno se manifieste “tal cómo es”... y a veces, tan bruto como realmente es.<br />Habrá que aprender a decir la cosas razonablemente y de buena manera. A charlar, cambiar impresiones. A «negociar» permiso, encargos… Esto requiere un plus de amabilidad y de autodominio.<br />Pero sería absurdo que en nombre de la confianza que engendra el cariño… los miembros de una familia se trataran como si no se quisieran…<br /><br /><strong><em>Conclusión<br /></em></strong>La obediencia es una virtud necesaria y positiva. Engrandece a quien la tiene.<br />No todo mandato entra dentro de los ámbitos de la obediencia. Sólo en la medida que se ajuste al sentido y objetivo de la autoridad, que es el servicio.<br />Hay que aprender a obedecer y a mandar. A lo segundo se aprende a través de lo primero.<br /></div><div align="justify"></div><div align="center">P. Eduardo María Volpacchio</div><div align="center"><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</a><br />21.05.05<br /></span></div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1130705293947801302005-10-30T17:42:00.000-03:002005-10-30T18:01:19.233-03:00¿Por qué tengo que ir a Misa el domingo?<span style="color:#000066;"><span style="font-size:130%;"><strong><em>Para quien son estas líneas</em></strong></span> </span><br /><br />En la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II señala las prioridades pastorales de la Iglesia para el comienzo de este nuevo milenio. Entre ellas está la Eucaristía dominical: "es preciso insistir (…) dando un relieve particular a la eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana" (n. 35). Posiblemente vos pertenecés a una de estas tres categorías de personas: a) Católico que ibas a Misa con tus padres cuando eras chico y un día durante la adolescencia dejaste de ir. Fue porque entraste en una crisis: era tiempo de dejar de ir sólo porque tus padres iban; y no llegaste a encontrar porqué debías ir. Estas líneas son para vos. b) Católico que nunca fuiste a Misa de modo constante. Quizá ni siquiera sabías de la obligación de asistir todos los domingos. Te parece hasta curioso o exagerado que la Iglesia pretenda esa práctica para todos. Estas líneas también son para vos. c) Católico que va a Misa y, siguiendo el llamado del Papa, quiere ayudar a muchos a volver a sentir la necesidad de esta práctica tan esencial de la vida cristiana. Sos consciente que si cada católico consiguiera por año que un católico no practicante volviera a la práctica de los Sacramentos haríamos una verdadera revolución en la Iglesia. Estas líneas quieren aportarte algunas ideas que te ayuden en esta tarea.<br /><br />ADVERTENCIA PREVIA: para que este artículo sirva hay que pensarlo, no basta sólo leerlo.<br /><br /><span style="font-size:130%;color:#000066;"><strong><em>Los motivos básicos para ir a Misa<br /></em></strong></span><br />Sentando la base de que casi siempre el comenzar a faltar a Misa el domingo responde a una actitud caprichosa, a la que es muy difícil refutar -precisamente por su falta de racionalidad- acá tenés unas consideraciones sobre el precepto dominical y la importancia de la Misa en tu vida. Está escrito para personas con fe.<br /><br />1. Primariamente hay que considerar que a Misa se va, en primer término, a dar, no a recibir. Se recibe mucho, pero no se va por motivos egoístas, ni comerciales -una especie de intercambio con Dios: mi atención y dedicación de tiempo a cambio de ciertos gustos, bienes, ya sea espirituales o materiales, temporales o eternos… qué más da… es lo mismo. Este primer punto desvaloriza de raíz todos los motivos para no ir basados en una línea egoísta de pensamiento: me aburro, no siento nada, no tengo tiempo, estoy cansado, etc.<br /><br />2. Porque Dios es tu Creador y debés dedicarle un tiempo semanal a El. Es la manifestación de vivir centrado en Dios y en la salvación: vivir el año centrado en la Pascua; la semana, en el domingo; el domingo, en la Misa. No importa cuánto te aburras, tu Creador ha dispuesto que un día de la semana sea para El: "Acuérdate da santificar el día sábado. Los seis días de la semana trabajarás y harás todas tus labores. Mas el séptimo es sábado, consagrado al Señor tu Dios" (Exodo 20,8-10). Y parece que tiene derecho a tu obediencia. Faltar sería una desobediencia evidente y frontal (decirle a Dios "no te quiero dar mi tiempo"). Y más allá de la obediencia… Dios se lo merece.<br /><br />3. Porque como miembro de la familia de Dios, debés rendir culto a Dios de acuerdo a tu naturaleza, junto a tus hermanos. Esto exige que el culto a Dios no sólo sea interior (en tu corazón) sino también exterior (que los demás vean tu fe) y comunitario (dar culto unido a tu hermanos). Es decir, que te reúnas con otros para adorar juntos a Dios. Más allá de tus gustos personales, asistís a Misa no por vos mismo (porque te guste) sino para mostrar tu reverencia al Omnipotente en comunión con los demás. Nuestra relación con Dios tiene una dimensión comunitaria. No basta rezar solo, tampoco en familia, hace falta hacerlo unidos a nuestros hermanos en la fe. En este sentido es un acto de comunión con nuestros hermanos en la fe: compartir lo más importante que tenemos: la Eucaristía, es decir, Cristo mismo. En este sentido faltar sería un desprecio de tus hermanos y una falta de unidad.<br /><br />4. Porque tenés que obedecer a la Iglesia. No es cuestión de un capricho del Papa, sino de una necesidad. En el siglo IV, la Iglesia se vio obligada a imponer este precepto para garantizar a sus fieles el mínimo de vida eucarística que necesitan. Vos sos consciente de la importancia que la Sagrada Escritura da a la obediencia… (cfr. Adán y Eva, diluvio, Abraham, Saúl…). Desde esta perspectiva, faltar a Misa es una acto de rebeldía.<br /><br />5. Porque si no fueras cometerías un pecado mortal y no creo que te quieras ir al infierno por esto. Como sabés hay un precepto que obliga a los bautizados a asistir a Misa los domingos y fiestas. Es una obligación grave, de manera que su incumplimiento es una falta grave. No te olvides que un día te morirás… y te encontrarás a ese Dios a quien ahora estás tentado de ignorar… para darle cuenta de tu vida…<br /><br />6. Porque necesitás de la Eucaristía para vivir una vida realmente cristiana. Es una necesidad vital, de manera que sin la Eucaristía semanal, no te darían las fuerzas espirituales para vivir como un hijo de Dios.<br /><br />7. Porque sin la Eucaristía no tendrías acceso a la vida eterna. Jesús no dejó lugar a dudas: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre"; "en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo de Dios y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros"; "el que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (cfr. Juan 6,30-58)<br /><br />8. Porque Jesús te invita a su mesa y sacrificio. El lo mandó explícitamente a sus discípulos al instituir la Eucaristía: "Haced esto en memoria mía". Asistir a Misa no es más que cumplir este mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo hace presente. Jesús te invita y se te entrega… no responder, ser indiferente su llamado, sería un desprecio bastante considerable.<br /><br />9. Porque viviendo en una sociedad que en muchos aspectos no es cristiana, la Misa es la primera manera de defender, robustecer y manifestar nuestra fe. Es necesaria para "proteger" tu espíritu del materialismo sofocante que nos rodea: que tu espíritu pueda al menos una vez a la semana "respirar" un aire espiritual. Además es el primer testimonio cristiano: los demás necesitan tu ejemplo. ¿Te das cuenta qué testimonio de fe da a los que no creen… quien dice creer y muestra no valorar lo que cree?<br /><br />10. Porque es mucho mejor ir que no ir. Puede parecer tonto… pero para quien aspira a lo mejor… alcanzaría solo este motivo. Yo no creo que haya un plan más santo y santificante para el domingo.<br /><br /><span style="font-size:130%;color:#000066;"><strong><em>La contradicción del católico no practicante y cómo se llega a serlo<br /></em></strong></span><br />Pocas cosas hay más inconsistentes que el llamado "católico no practicante". Es prácticamente una contradicción de términos. A veces uno escucha a alguien decirlo de sí mismo, incluso hasta con cierto dejo de orgullo… como si definiese su modo de ser católico con un calificativo normal, como si dijese un "católico hispanoparlante". Es decir como si fuese una variedad normal de católico, una opción más… Como si se pudiera ser un "buen católico" no practicante. Pero si lo pensás… en realidad es un término bastante negativo, que tiene poco de honroso para quien se lo auto-atribuye, ya que significa "un católico que no vive como católico", "un católico que no es un buen católico", "un católico que no parece católico", "un católico que no vive lo que cree" o "que piensa que no vale la pena vivir lo que cree", "cuya fe no es lo suficientemente grande como para vencer su pereza", "un católico que piensa que su fe no es tan importante como para vivirla"; "que piensa que da igual vivir que no vivir su fe", etc. Un católico que vive como si no lo fuera, que permanece siendo católico sólo en el campo teórico… va perdiendo también la fe… su adhesión a la doctrina católica… en primer lugar porque la va olvidando… Es cada vez menos católico. Se cumple lo de San Agustín: "el que no vive como piensa, termina pensando como vive". Su relación con Dios llegará a reducirse a compromisos sociales (bautismos, casamientos, primeras comuniones, confirmaciones, funerales…) y necesidades (salud, dinero, trabajo…) que sean tan imperiosas como para hacerle acordar que Dios existe y que uno debe dirigirse a El.<br /><br />Un problema serio de dejar de ir a Misa, es que significa el comienzo de una religiosidad centrada en uno mismo, en la que lo que Dios manda deja de ser la regla, para ser reemplazado por lo que yo siento, pienso, me cae bien, etc. Una religiosidad frente al espejo. Uno ha dejado de ponerse frente a Dios para ponerse frente a sí mismo. Como consecuencia de abandonar esta cita semanal con lo sagrado, comienza un proceso de insensibilización espiritual: la espiritualidad se va secando, el terreno del alma se va volviendo cada vez más árido para las cosas que Dios, que cada día mueven menos, aburren más, etc. Pecados que antes preocupaban… dejan de preocupar, cada vez son más los días que no reza nada… El alma se va volviendo indiferente, pierde sensibilidad espiritual. Y esto sucede poco a poco. Quien deja de ir a Misa, al principio puede tener la impresión de que no ha pasado nada, de que todo sigue igual… pero no es así. Ha dejado de ser teocéntrico, de vivir centrado en la Eucaristía semanal. Ha desplazado a Dios del centro y esto se paga… Es como el pecador a quien puede parecer que su pecado no tiene consecuencias… pero tarde o temprano descubre que de Dios nadie se burla. Qué sí tiene serias consecuencias dejarlo a Dios.<br /><br />En el camino a ser un católico no practicante, el punto central es el abandono de la Misa dominical. Nunca encontrarás un motivo positivo para dejar de ir a Misa, que sea virtuoso, es decir que provenga de algo valioso, que dé valor al acto de no ir, que demuestre que es mejor no ir que ir. Lamentablemente casi nadie ha dejado de ir a Misa por una decisión serenamente meditada, después de haber pensado y estudiado el asunto, racionalmente decidido que era mejor no ir. Es decir, casi nadie decide dejar de ir a Misa. Lo que pasa es que de hecho se deja de ir… sin saber bien porqué. El iter es bastante común: se deja de ir un domingo por dejadez y pereza, o porque le daba vergüenza confesarse; y como no se confesaba, no podía comulgar; y como no comulgaba se sentía mal en Misa; y como se sentía mal y le daba no sé qué no comulgar dejó de ir…Y después otro domingo, y uno se acostumbra a no ir…casi sin darse cuenta… y al final algunos tratan de justificar el incumplimiento de este deber básico del cristiano. El argumento final y definitivo para tapar la boca de la madre que insiste para uno que vaya es "vieja no me hinches más…", lo que no parece un argumento muy convincente… No se quiere por nada que a uno le recuerden el tema… Es normal que muchos quieran no cumplir y olvidarse de que deberían… Seriamente, ¿te has puesto a pensar qué es lo que Dios quiere que hagas? Si el domingo se te apareciera un ángel y le preguntaras ¿que hago, voy a Misa o me quedo viendo una película? ¿qué pensás que te contestaría? Es claro que el más interesado en que no vayas a Misa es el demonio… De esto no cabe duda.<br /><br /><span style="font-size:130%;color:#000066;"><strong><em>Motivos comúnmente aducidos para no ir a Misa<br /></em></strong></span><br />1. Fiaca. "Prefiero quedarme durmiendo". En realidad los motivos que siguen son sólo excusas para cubrir este primero. No parece que sea un motivo muy racional, meritorio o valioso.<br /><br />2. No tengo ganas/No lo siento. ¿Desde cuándo tus ganas son ley que hay que obedecer? ¿Es que tus ganas son más importantes que la voluntad de Dios? Además a Misa no vas porque a vos te guste sino para agradar a Dios. Se va a Misa a honrar a Dios y no a honrarte a vos. Es decir que mientras que a Dios le agrade… no hay problema… la cosa va bien. Y si te cuesta… ¿acaso Dios no merece ese sacrificio que incluso hace más valioso y meritorio el acto?<br /><br />3. Me aburro. La acusación más frecuente contra la Misa es que es aburrida. Refleja bastante superficialidad… en cuanto que a Misa no vamos a divertirnos… Y es un problema personal, en cuanto que no parece que Dios sea aburrido -es la perfección absoluta-. Además si tanta gente va a Misa con gusto, algunos incluso todos los días… será que algo le ven… que a vos se te escapa… La solución será descubrir qué tiene la Misa para que los cristianos la consideren tan importante.<br /><br />4. Es siempre lo mismo. Si se tratara de una obra de teatro o de una película.. estaría absolutamente de acuerdo con vos. Pero no es una representación teatral… Es algo vivo, que pasa ahora. No sos (al menos no deberías ser) un espectador. Sos partícipe, actor. Imagináte que alguien dejara de asistir a un asado porque en los asados siempre pasa lo mismo… (perdón a la Misa por la comparación).<br /><br />5. Desinterés. Las cosas de Dios no me interesan. Si Dios te resbala… estás en problemas… Habrá que ver como solucionar la falta de apetencia de lo divino… que te hace no apto para el cielo…<br /><br />6. No tengo tiempo. No parece que lo que te pide Dios -1 de las 168 horas de la semana- sea una pretensión excesiva. En concreto, quien te creó, te mantiene en el ser y te da lo que te queda de vida -y sólo El sabe de cuánto se trata…- se merece el 0,59% del tiempo que El te da. Si no tenés tiempo para Dios… ¿para quién lo vas a tener?<br /><br />7. Otros planes mejores. No parece que a Dios le interese competir con el fútbol, hockey, cine… No te olvides que el primer mandamiento es "amar a Dios sobre todas las cosas"… Si tenés otros planes que te importan más que Dios… quizá el problema más que en el tercer mandamiento está antes en el primero…<br /><br />8. Tengo dudas de fe. La fe es un don de Dios, con lo cual hay que pedirla. Alejarte de Dios dejando de ir a Misa, no parece el mejor método para resolver dudas la fe e incrementarla… La frecuencia de sacramentos -confesión y comunión- es la más efectiva manera de aumentar la fe.<br /><br />9. Estoy peleado con Dios. "Hubo algo que pasó en mi vida (la muerte de un ser muy querido, un fracaso muy doloroso, una enfermedad… o cualquier otra tragedia) que me hizo enojar con Dios: si El me hace esto… ¿por qué yo voy a ir a Misa? Es la manera de mostrarle a Dios mi disconformidad con la forma de tratarme". Hay quienes dejan de ir a Misa como una manera de vengarse de Dios. Pero, en los momentos de dolor ¿no será mejor refugiarnos en Dios y buscar su fortaleza más que reaccionar como un chiquito caprichoso de tres años? El sabe mas… Además, acusar de maltratarnos a quien más nos quiere y murió por nosotros … ¿no será demasiado? ¿No seré yo el que pierdo… alejándome de Dios?<br /><br />10. "Hay gente que va y después se porta mal". "Yo no quiero ser como ellos", decís seguro de vos mismo. "Además, hay otros que no van, y son buenos". Es evidente que ir a Misa sólo no basta. Pero, no se puede mezclar la física nuclear con el dulce de leche, ya que las dos cosas no tienen nada que ver. En aquéllos que van y después no son honestos, lo que es malo es ser deshonestos… no el hecho de ir a Misa… que sigue siendo algo bueno aunque ellos después se porten mal… Además la causa de su supuesta deshonestidad no es el ir a Misa. Lo mismo se puede decir de los "buenos" que no van a Misa: su "bondad" no procede de su falta de Misa… y tan "buenos" no serán si les falta una dimensión tan importante de bondad como la bondad misma… es decir Dios. Por otro lado, yo creo que nadie en el mundo se atrevería a decir que los que no van a Misa son mejores que los que van… Finalmente, esto no es un concurso de bondad, ni comparaciones… sino tratar de determinar cuán bueno es ir a Misa. Y claramente, el dejar la Misa no mejora a nadie… en todo caso lo empeora…<br /><br />11. No me he confesado y entonces no puedo comulgar. No es necesario comulgar, ni hay ninguna obligación de hacerlo. No comulgar no es pecado; no ir a Misa, sí. Además el problema se solucionaría bastante fácilmente con una breve confesión…<br /><br />12. Llevarle la contraria a mis padres. Ofender a Dios para hacer sufrir a tus padres no parece una actitud muy inteligente…<br /><br />13. El cura me cae mal. Por más tarado que te parezca el cura, no vas a Misa para darle el gusto, ni para hacerle un favor. El no gana ni pierde nada con tu asistencia o ausencia. El que gana o pierde, sos vos: tu amor a Dios. Además… estoy seguro de que la ciudad en que vivís es lo suficientemente grande como para que puedas encontrar alguno que te caiga más simpático…<br /><br /><span style="font-size:130%;"><strong><em><span style="color:#000066;">Cómo conseguir disfrutar la Misa</span><br /></em></strong></span><br />1. El sistema básico consiste, primero, en ir a Misa: nunca nadie ha conseguido valorar la Misa a base de no ir.<br />2. El segundo punto consiste en tratar de vivir la Misa. Es decir, dejar de estar como una estatua y comenzar a estar atento, responder, rezar, cantar, evitar las distracciones, etc. Es decir que "gozar" la Misa depende más de vos que de la Misa…<br />3. Estudiar. No se ha inventado otro sistema para aprender lo que uno no sabe. Para gozar la Misa hay que entenderla, para entenderla hay que saber qué es. Hay muchísimos libros y folletos… los encontrarás en cualquier librería.<br />4. Leer y meditar los textos de la Liturgia. Tiene una riqueza inagotable, de manera que nadie que medite las partes y oraciones de la Misa puede aburrirse. Es absolutamente imposible. No se encuentra un límite, de manera que siempre se les puede sacar nuevos sentidos, matices, dimensiones, etc.<br />5. Prepararse. Hay oraciones lindísimas para preparar el corazón para tan importante encuentro con Dios.<br /><br /><div align="center">P. Eduardo Volpacchio<br /><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</a> (16/12/01)</div>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1129512721984879302005-10-16T22:27:00.000-03:002005-11-01T20:41:58.076-03:00Emborracharse no es tan divertido...<span style="font-size:130%;"><em>Y cuesta demasiado caro…<br /></em></span><br />La borrachera no es algo muy moderno… Desde muy antiguo los hombres recurrieron al alcohol para “alegrarse”, salir de la realidad, olvidar las penas, etc. Sin embargo ahora se ha puesto terriblemente de moda entre los adolescentes, pues la han convertido en un componente esencial de su diversión. Es más, en una necesidad y casi condición de diversión.<br /><br />El problema no es el alcohol en sí mismo. Un cristiano sabe que Cristo convirtió el agua en vino en Caná y que consagró vino en la Ultima Cena, convirtiéndolo nada menos que en su sangre. De manera que no puede ser algo malo y condenar sin más el alcohol, no tendría sentido.<br /><br />El problema aparece cuando se toma “de más”. Algo difícil de definir en general… pero fácil de experimentar: cuando se altera el normal funcionamiento de la inteligencia y el control que la voluntad ejerce en la persona. Este “de más” tiene básicamente dos etapas o grados: “alegrarse” (vaga sensación de soltura, que altera superficialmente la personalidad) y “emborracharse” (pérdida del control de uno mismo, sucesiva pérdida de equilibrio, etc., según cuánto de borracho se esté). La moral cristiana calificará estas faltas contra la virtud de la templanza como pecado venial o mortal según se trate del primer caso o del segundo.<br /><br />Emborracharse no es un juego, tiene su precio… y es mucho más caro que el valor del alcohol que se toma… Y lo caro de su precio se debe a sus consecuencias físicas, psicológicas y morales.<br /><br />Cuando se toma en exceso, lo primero que se pierde es el control de lo que se toma. Se pierde la noción de límite y, con ella, el control de sí mismo.<br /><br />Y es un problema muy serio... Tan serio que miles de personas trabajan en el mundo contra el flagelo del alcohol. No son maniáticos abstemios. No son exagerados. Son médicos, psicólogos, asistentes sociales, voluntarios, etc. que atienden a víctimas del alcohol y por eso saben el daño que produce. Para comprobarlo baste que busques en Internet. El buscador de Google a la voz alcoholismo, responde con 299.000 sitios; alcoholism (en inglés) con 3.830.000 sitios; alcohólicos anónimos 30.800 sitos; alcoholics anonymous 553.000 sitios. Para pensarlo ¿no?<br /><br /><span style="font-size:130%;"><em>¿Por qué es moralmente malo emborracharse? </em></span><br /><span style="font-size:130%;"><em>¿Cuál es el problema del exceso de alcohol?</em></span><br /><br /><strong><em>1. Porque degrada la propia dignidad humana</em></strong>. Por esto el espectáculo de un borracho produce un rechazo casi instintivo, aunque los adolescentes al principio se lo tomen en broma… hasta que se hartan de tener que estar arrastrando a un amigo, llevándolo, cuidándolo, como si fuera una cosa –que a eso se ha rebajado–. ¿Has visto a una persona borracha? Tirado, sin poder hablar coherentemente, sin poder dirigir un sólo movimiento de su cuerpo, sin darse cuenta de lo que pasa, incluso vomitando… ¿Existe alguna situación más degradante para el ser humano? La verdad es que no se me ocurren demasiadas. ¿Alguien puede decir que resulta divertido estar tirado, sin poder ni hablar, vomitando…? Y ¿qué pasa con los síntomas post borrachera –la resaca (vómitos, mareos, dolores de cabeza…)? No va por la línea del gusto, placer, etc. sino por la de lo desagradable y horrible.<br />Las capacidades superiores del ser humano son la inteligencia y la voluntad. Privarse voluntariamente de ellas innecesariamente es rebajarse a nivel animal. Se puede anestesiar a una persona para operarla, pero sin una necesidad verdadera no tiene sentido ni vale la pena correr el riesgo de la anestesia.<br />Rebajarse al nivel animal, voluntariamente y sin necesidad, es un acto humanamente malo: me deshumaniza, me rebaja en dignidad, me animaliza.<br /><br /><strong><em>2. Es progresivo</em></strong>. Cuando se pierde la medida… es muy difícil volver a encontrarla. Es un hecho que el exceso de alcohol hace entrar en una espiral de consumo. A medida que se toma uno se va acostumbrando y necesita más cantidad para conseguir el mismo resultado de excitación.<br /><br /><strong><em>3. Porque puede ser adictivo</em></strong>. Rápidamente se convierte en una necesidad. Se comienza tomando porque se quiere y, al tiempo, se sigue tomando porque la dependencia lo exige. No se puede dejar de tomar, cuesta mucho esfuerzo hacerlo alguna vez. Uno se convierte en un tomador compulsivo, al menos en determinadas condiciones (en fiestas, asados, reuniones, etc.). Muchas veces es el primer paso.<br />Todos los alcohólicos (normalmente llamados borrachos) recorrieron el camino de emborracharse esporádicamente. Si te interesa saber cómo es ser alcohólico andá a algún grupo de Alcohólicos anónimos a averiguar (allí te darán todo tipo de detalles) o preguntale a algún conocido que tenga su padre o madre alcohólico y te contará lo “emocionante” que resulta vivir con una víctima del alcohol.<br />Obviamente no todos los que se emborrachan alguna vez acaban siendo alcohólicos; pero todos los alcohólicos comenzaron sí. Hay un hecho claro: si no querés llegar a ser alcohólico no recorras el camino que los alcohólicos recorrieron. Es muy conveniente tener un sano miedo a las adicciones. El precio es demasiado caro… no compensa pagarlo.<br />No pienses que exagero. El riesgo es muy real: los alcohólicos no son personas sin sentido, ni idiotas; no buscaron serlo… y sin embargo lo son, aunque mucho les cueste reconocerlo (lo peor del caso es que muchos ni son conscientes de su dependencia). Y llegaron a serlo sin proponérselo, me atrevería a decir, que sin darse cuenta. Obviamente nadie decidió ser alcohólico.<br />Con el emborracharse y el alcoholismo sucede algo parecido que con las rifas. Si no tengo ningún número no puedo ganarla. Cada número que compro tengo mayores probabilidades de ganarla… Cada vez que una persona se emborracha obviamente sus posibilidades de llegar al alcoholismo son mayores.<br />Y el drama del alcoholismo es terrible… Quien tiene en su familia un alcohólico… sabe de qué se trata. Lo ha sufrido en carne propia… No hace falta explicarle las “bondades” del alcoholismo: gritos, malos tratos, insultos, faltas de delicadeza, papelones, vergüenzas, agresiones, etc.<br />Hay cosas con las que no se juega: no se debería arriesgar tanto por nada.<br /><br /><strong><em>4. Perjuicios en la salud física</em></strong><br />El abuso de alcohol está conectado con muchas enfermedades: en los países desarrollados el alcohol es la principal causa de discapacidad entre los hombres, y, en los en vías de desarrollo, la cuarta. Es causante de más de sesenta enfermedades; entre ellas, el cáncer de mama y los problemas cardíacos.<br />Es curiosa la relación del alcohol con las enfermedades del corazón. El beber poco, regularmente y sin excesos ocasionales, disminuye el riesgo de las mismas; mientras que el exceso de alcohol lo aumenta.<br />Conclusión: emborracharse hace daño a la salud. ¿Te suena la cirrosis o cáncer de hígado…? Y las neuronas que mueren…<br />Y cuanto más joven se comienza a tomar, más graves son los daños que produce.<br />Los artículos sobre el tema impresionan bastante. Te recomiendo leer alguno. Basta que pongas las palabras “alcohol daño salud” en el buscador de Google y te remitirá a 85.500 páginas; o “alcohol neuronas” y tendrás toda la información que quieras.<br /><br /><strong><em>5. Además, por las consecuencias que tiene en la conducta<br /></em></strong>Se pierde el control de sí mismo. Cuanto con más frecuencia una persona se emborracha, menos dueña es de sí misma. No puede evitar tomar, en cuanto empieza… no sabe cuando para… porque no está en sus manos.<br />Como es lógico privarse voluntariamente del uso de la inteligencia y del control de la voluntad… no puede conducir a nada bueno.<br /><br />Reduce los reflejos. Por esto no se debe manejar un auto si se ha bebido. No es que no puedas hacerlo, sí que se puede… el problema es que a la menor necesidad de reacción (un perro, otro auto, un peatón que cruza donde no debe…) tu capacidad de hacerlo estará reducida, te podrás quedar dormido con facilidad, etc.<br /><br />Quita inhibiciones. Estoy más propenso a decir, hacer… cosas que sin alcohol no haría, diría… Y no hace falta estar totalmente “perdido”…<br /><br />Dificulta la capacidad de defensa y respuesta, por lo que una persona borracha está indefensa y expuesta a ser víctima de quien se quiera aprovechar de su estado para abusar de ella, robarla, etc.. Ante cosas que te dicen, te hacen… Fácilmente encontrarás chicas que no saben bien qué les han hecho sus amigos…, cosas que ellas no querían pero las manos no les respondían… las piernas tampoco… y después ni siquiera saben exactamente qué pasó o no pasó.<br /><br />Una persona alcoholizada se arriesga a hacer cosas graves que no haría si tuviera control de sí misma: sexo, droga, accidentes de tránsito, violencia… las cuales al día siguiente difícilmente se pueden arreglar.<br /><br />El exceso de alcohol causa innumerables accidentes: de tránsito (con sus lesiones, muertes y pérdidas materiales), agresiones y violencia, violaciones, homicidios y suicidios.<br /><strong><em><br />6. Consecuencias en la personalidad</em></strong><br />Afecta psicológicamente. Obviamente no es lo más recomendable para la salud psíquica…<br />El exceso de alcohol es una gran estafa. En un primer momento produce una sensación de bienestar que no es real, sino artificial, y por lo mismo falsa. Una vez pasado el efecto deja a la persona peor de como estaba antes de tomar.<br />Denota falta de personalidad: los chicos que necesitan un par de copas para sacar a bailar a una chica… ya que en “seco” no se animan… tienen un problema de pobreza de personalidad notable… El problema no es sólo de alcoholismo… es de coraje, de cobardía, de falta de personalidad.<br />Algunos se emborrachan “para divertirse”… Pero ¿es divertido dejar de ser uno mismo?<br />Los problemas de personalidad no se resuelven con alcohol: timideces, vergüenzas, introversiones…<br />¿Qué se gana dejando de ser uno mismo por un rato? ¿No será mejor tratar de resolver los problemas de fondo?<br />Las carencias afectivas no se rellenan con alcohol, se profundizan.<br />La baja autoestima no se levanta con alcohol, se aumenta.<br />Las faltas de alegría no se solucionan con alcohol.<br />Los aburrimientos no se resuelven con alcohol: gente que es aburrida… necesita tomar para tener chispa, decir cosas jugadas, ser lanzada, decir tonterías…<br />Los límites personales no se resuelven: crea “ataduras”.<br />Por todo esto el exceso de alcohol mismo es una enfermedad.<br />No creas que el alcohol provea la fortaleza, la audacia, simpatía que falta. Solo quita inhibiciones haciendo a la persona más bruta. No desarrolla virtudes, sólo embrutece. Y por lo mismo, hace más difícil la virtud cuando estás sobrio.<br /><br />Desmejora la personalidad. El exceso de alcohol no es el mejor método para mejorar la propia personalidad… sino que la empeora progresivamente: incrementa la tendencias depresivas, la agresividad, etc. Es decir que agudiza los defectos del carácter… hasta volverlos enfermizos.<br /><br />Introduce en el mundo de la mentira. Supone un deseo al menos implícito de huir de la realidad de uno mismo (hacerse artificialmente más lanzado, caradura, divertido, zafado, etc.), de la realidad que uno vive (el famoso beber para olvidar… olvidarme de que existo y lo que me pasa…), mentir a la familia (la borrachera se esconde a los padres). Introduce en un mundo de paraísos artificiales tan lejanos a la realidad que “a la vuelta” el choque con la misma es más duro que antes.<br />Impide la búsqueda de soluciones a los problemas. La búsqueda de refugio fuera de la realidad hace que no se la enfrente y, por tanto, nada se hace para cambiarla.<br />Se acaba temiéndole a la verdad… Se busca no mirarla: para que no amargue se quiere no pensar. Molesta que a uno le recuerden la realidad.<br />Y el primer engaño, es el autoengaño… Es muy difícil que un alcohólico que reconozca que tiene un problema… Por tanto, si estás convencido que no tenés un problema, que te emborrachás a veces pero tenés todo bajo control… ya tenés el primer síntoma del alcohólico –no digo que lo seas…– que es no reconocer la existencia de un problema con la bebida…<br /><br /><strong><em>7. Otros “beneficios” del exceso de alcohol</em></strong><br />Afecta el rendimiento académico. Normalmente quien se excede en la bebida… no se excede en las notas… con las que se juega su futuro profesional.<br /><br />Insensibiliza para lo espiritual. Al embrutecer, el exceso de alcohol, reduce la sensibilidad para las cosas espirituales, haciendo que a uno le resulten aburridas, lejanas y sin sentido.<br /><br />Cara al futuro, hace muy difícil formar una buena familia: emborracharse no es la mejor manera de cimentar una familia. De entrada, descalifica como candidato/a razonable para el noviazgo y futuro matrimonio. No creo que ninguna persona cuerda aspire a casarse con un/a alcohólico/a. De hecho, ponerse de novio con una persona que con frecuencia toma de más con el sueño de que dejará en el futuro… es bastante suicida.<br /><br />Además, las adicciones juegan en equipo…, de manera que frecuentemente se van juntando… alcoholismo, drogadicción, ludomanía, pornodependencia, tabaquismo… Ya que el abuso de una cosa adictiva… al crear dependencia… va quitando libertad…<br /><br />Sí, ya sé. Me vas a decir “a mí no me va a pasar nada” (referido a todo lo anterior). Es lo mismo que dicen todos, también a aquellos a los que les pasa. La razón es que antes de que les pasara, no les había pasado nada… y pensaban que nunca les pasaría.<br /><br />Y no me digas que te divierte. El sufrimiento posterior (vómitos, dolor de cabeza…) es peor que el gusto que te puede haber brindado la borrachera. Y el riesgo a que te exponés es muy grande y muchas veces definitivo.<br /><br />Un día, después de una larga charla con un universitario sobre porqué estaba mal emborracharse… desconsolado me dijo “pero sin no puedo emborracharme, ¿cómo voy a divertirme?” Se me fue el alma a los pies. Pensé “si este chico tiene que salir de la realidad para divertirse… es un infeliz en sentido propio, la realidad le resulta imposible de gozar… tiene que huir… Tener que salir de la realidad para divertirse, es algo muy triste… Si la realidad de tu vida te espanta de tal manera que sólo huyendo de ella a un mundo artificial te consuela… muy pobre es tu situación… y habrá que hacer algo para resolverla: las soluciones están en la realidad, no fuera de ella”.<br />Desafío<br />¿Qué beneficios brinda la borrachera? Ponelos en comparación con los problemas que provoca.<br />Y verás que todas las consecuencias son negativas.<br /><br />Emborracharse sólo por seguir una moda como un corderito, por hacer lo que los demás hacen, por dar el gusto a quien se divierte haciendo emborrachar de más a los demás, por miedo a quedar como ingenuo, por vergüenza a ser distinto a los demás, para sacudirse el aburrimiento de no saber qué hacer, para adquirir por un rato la caradurez que te falta… Es muy tonto… La moda, los demás, tus complejos sólo te pueden meter en semejante lío si vos querés: no te jorobes la vida, no vale la pena.<br /><br /><br />P. Eduardo Volpacchio<br /><em>15.03.05</em><br /><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</a><br /><br /><br /><span style="font-size:130%;"><strong>ANEXO I</strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><em>Manejar un auto… manejarse a sí mismo</em></span><br /><br />Es muy interesante analizar porqué no se pude manejar un auto después de haber bebido una cierta cantidad de alcohol.<br />Y el motivo de que no pueda conducirse un auto… es que uno no puede conducirse a sí mismo. Para eso transcribo un artículo sacado de Internet:<br /><a href="http://www.iespana.es/eltiocazuelaalcoholismo/Conduccion%20y%20Alcohol.htm">http://www.iespana.es/eltiocazuelaalcoholismo/Conduccion%20y%20Alcohol.htm</a><br /><br /><strong><em>Como Afecta el Alcohol en el Organismo</em></strong><br />El alcohol afecta al organismo disminuyendo muchas de las facultades precisas para la conducción:<br />· Disminuye el campo visual.<br />· Perturba el sentido del equilibrio.<br />· Los movimientos se hacen menos precisos.<br />· Disminuye la resistencia física.<br />· Aumenta la fatiga.<br />· Se perturba la visión; se dificulta la acomodación de la vista a los cambios de luz.<br />· Se calcula mal la distancia.<br />· Disminuyen los reflejos.<br />· Aumenta el tiempo de reacción.<br /><br />El alcohol produce también unos efectos psicológicos que hacen que, cuando se conduce, no sólo no se sea consciente de la disminución de las facultades sino que se sienta todo lo contrario:<br />· Hay sentimiento de invulnerabilidad.<br />· Se subestima el riesgo.<br />· Se tienen sentimientos de impaciencia y agresividad.<br />· Está disminuida la capacidad de atención.<br /><br />Cuando se consume alcohol se producen los siguientes problemas, que se agravan con el aumento de la alcoholemia:<br />· Dificultad para percibir el color rojo (de frenado, semáforos, señalizaciones de obras).<br />· Dificultad para acomodar la vista a la luz y a la oscuridad y a los cambios de luz (autopistas, cruces, túneles, etc.)<br />· Apreciación inexacta/equivocada de las distancias (adelantamientos, entrada en curva, no respetar distancia de seguridad, etc.).<br />· Disminución del campo visual. La visión normal del ojo humano disminuye, quedando reducido el ángulo del campo visual, por lo que se pierden los estímulos que están en los laterales (cruces).<br />· Aumento del tiempo de reacción. Aumenta la distancia recorrida desde que el conductor percibe la señal hasta que actúa sobre los mandos del vehículo (al frenar ante un peligro, si se ha bebido, se recorre un 10% más de distancia: esos metros pueden ser mortales).<br /><br /><strong><em>Efectos de los diferentes niveles de alcoholemia en la conducción:<br /></em></strong><br />Alcoholemia<br />Efectos en la conducción<br />0,2 - 0,5<br />Se altera la valoración del riesgo. Disminuye la autocrítica y se sobrevaloran las capacidades, se tiene una apreciación incorrecta de la velocidad.<br />0,5 - 0,8<br />predomina la sensación de euforia y no se toma conciencia de los peligros reales que se corren y se hacen correr a los demás. Desde los 0,5 la conducción está prohibida.<br />0,8 - 1,5<br />Hay síntomas claros de intoxicación. Están seriamente afectadas la vigilancia, la atención, la percepción y la coordinación. Los reflejos están perturbados. La conducción está prohibida.<br />1,5 - 3,0<br />Grave peligro. Síntomas claros de embriaguez, trastornos del equilibrio y de la marcha.<br />mayor de 3,0<br />Embriaguez profunda. Pérdida de la conciencia.<br /><br /><strong><em>Operativo de control de Alcoholemia<br /></em></strong>El riesgo resultante del binomio alcohol-conducción no sólo está en función de la cantidad de alcohol consumida. Influye también:<br />· La personalidad y el estado de ánimo previo a la ingesta.<br />· Lo que se espera obtener con el consumo.<br />· El estado físico y el momento del consumo (en ayunas, comiendo, etc.)<br />· La tolerancia.<br /><br />Por otro lado, hay que tener en cuenta que:<br />· Los medicamentos ingeridos con alcohol pueden provocar efectos imprevisibles.<br />· En algunas enfermedades, beber alcohol incapacita totalmente para la conducción.<br />· Los estados de fatiga, sueño, cansancio, en combinación con el alcohol, aumentan el riesgo de accidentes. En estas situaciones, los estimulantes, las drogas y los medicamentos, no disminuyen el peligro; normalmente lo aumentan.<br />· La combinación con otras drogas, siempre aumenta el riesgo.<br /><br /><br /><span style="font-size:130%;">ANEXO II</span><br /><br />Por último un poco de examen de la mano de alcohólicos anónimos de la República Argentina<br />Un Mensaje a los Jóvenes... (Del sitio de Alcohólicos Anónimos de Argentina <a href="http://www.aa.org.ar/jov.htm">http://www.aa.org.ar/jov.htm</a> )<br /><br /><span style="font-size:130%;"><strong>Cómo saber cuándo la bebida se está convirtiendo en problema<br /></strong></span><br /><span style="font-size:130%;">ALCOHOLISMO<br /></span>Alcoholismo es una palabra difícil de entender.<br />Sin embargo nadie es demasiado joven (o viejo) para tener problemas con la bebida.<br />Es así porque el alcoholismo es una enfermedad. Puede darle a cualquiera. Joven, viejo. Rico, pobre. Negro, blanco.<br />Y no importa cuánto tiempo lleves bebiendo o lo que hayas bebido. Lo que cuenta es cómo te afecta la bebida.<br />Para ayudarte a decidir si tienes problema con tu manera de beber, hemos preparado estas 12 preguntas. Las respuestas son asunto tuyo y de nadie más.<br />Si contestas sí a cualquiera de estas preguntas, tal vez sea el momento de echar una mirada seria a lo que te podría estar pasando con la bebida.<br />Y, si necesitas ayuda o si sólo quieres hablar con alguien acerca de tu manera de beber, llámanos. Estamos en el directorio telefónico bajo Alcohólicos Anónimos.<br /><br />Un simple cuestionario de 12 preguntas diseñado para ayudarte a decidir<br />1 ¿Bebes porque tienes problemas? ¿Para relajarte?<br />2 ¿Bebes cuando te enojas con otros, con tus amigos o tus padres?<br />3 ¿Prefieres beber a solas, en lugar de hacerlo con otros?<br />4 ¿Están empezando a bajar tus calificaciones? ¿Estás chapuceando en tu trabajo?<br />5 ¿Has tratado alguna vez de dejar de beber o beber menos - y fracasaste?6 ¿Has empezado a beber por la mañana, antes de la escuela o trabajo?<br />7 ¿Te tragas las bebidas de un golpe?<br />8 ¿Has experimentado alguna vez una pérdida de memoria debido a tu forma de beber?<br />9 ¿Mientes acerca de tu forma de beber?<br />10 ¿Te has metido alguna vez en problemas cuando bebes?<br />11 ¿Te emborrachas cuando bebes, aunque no sea esa tu intención?<br />12 ¿Te parece una gran hazaña poder aguantar mucho bebiendo?P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.comtag:blogger.com,1999:blog-17699445.post-1129168292347118242005-10-12T22:43:00.000-03:002005-11-26T19:48:19.840-03:00¿Por qué me tengo que confesar con un cura?<strong><em>Un hecho innegable: la necesidad del perdón de mis pecados<br /></em></strong><br />Todos tenemos muchas cosas buenas…, pero al mismo tiempo, la presencia del mal en nuestra vida es un hecho: somos limitados, tenemos una cierta inclinación al mal y defectos; y como consecuencia de esto nos equivocamos, cometemos errores y pecados. Esto es evidente y Dios lo sabe. De nuestra parte, tonto sería negarlo. En realidad… sería peor que tonto… San Juan dice que "si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1 Jn 1,9-10).<br />De aquí que una de las cuestiones más importantes de nuestra vida sea ¿cómo conseguir "deshacernos" de lo malo que hay en nosotros? ¿de las cosas malas que hemos hecho o de las que hemos hecho mal? Esta es una de las principales tareas que tenemos entre manos: purificar nuestra vida de lo que no es bueno, sacar lo que está podrido, limpiar lo que está sucio, etc.: librarnos de todo lo que no queremos de nuestro pasado. ¿Pero cómo hacerlo?<br />No se puede volver al pasado, para vivirlo de manera diferente… Sólo Dios puede renovar nuestra vida con su perdón. Y El quiere hacerlo… hasta el punto que el perdón de los pecados ocupa un lugar muy importante en nuestras relaciones con Dios.<br />Como respeto nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser perdonados: es decir, rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y queramos no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través de un gran regalo que Dios nos ha hecho.<br />En su misericordia infinita nos dio un instrumento que no falla en reparar todo lo malo que podamos haber hecho. Se trata del sacramento de la penitencia. Sacramento al que un gran santo llamaba el sacramento de la alegría, porque en él se revive la parábola del hijo prodigo, y termina en una gran fiesta en los corazones de quienes lo reciben.<br />Así nuestra vida se va renovando, siempre para mejor, ya que Dios es un Padre bueno, siempre dispuesto a perdonarnos, sin guardar rencores, sin enojos, broncas, etc. Premia lo bueno y valioso que hay en nosotros; lo malo y ofensivo, lo perdona. Es uno de los más grandes motivos de optimismo y alegría: en nuestra vida todo tiene arreglo, incluso las peores cosas pueden terminar bien (como la del hijo pródigo) porque Dios tiene la última palabra: y esa palabra es de amor misericordioso.<br />La confesión no es algo meramente humano: es un misterio sobrenatural: consiste en un encuentro personal con la misericordia de Dios en la persona de un sacerdote .<br />Dejando de lado otros aspectos, aquí vamos sencillamente a mostrar que confesarse es razonable, que no es un invento absurdo y que incluso humanamente tiene muchísimos beneficios. Te recomiendo pensar los argumentos… pero más allá de lo que la razón nos pueda decir, acudí a Dios pidiéndole su gracia: eso es lo más importante, ya que en la confesión no se realiza un diálogo humano, sino un diálogo divino: nos introduce dentro del misterio de la misericordia de Dios.<br /><br /><span style="font-size:130%;"><em>Algunas razones por las que tenemos que confesarnos<br /></em></span><br />1. En primer lugar porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la razón definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que hace: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar " (Jn 20,22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los pecados a vos y a mí. Por tanto, cuando querés que Dios te borre los pecados, sabés a quien acudir, sabés quienes han recibido de Dios ese poder.<br />Es interesante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte y el pecado), con el Espíritu Santo (necesario para actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros sacerdotes): el Espíritu Santo actúa a través de los Apóstoles para realizar en las almas la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.<br /><br />2. Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus pecados" (Sant 5,16). Esto es consecuencia de la razón anterior: te darás cuenta que perdonar o retener presupone conocer los pecados y disposiciones del penitente. Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es Dios quién perdona y tiene poder para establecer los medios para otorgar ese perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el perdón, sino Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué tengo que hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo.<br /><br />3. Porque en la confesión te encontrás con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete Sacramentos instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confesás con Jesús, el sacerdote no es más que su representante. De hecho, la formula de la absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quien es ese «yo»? No es el Padre Fulano -quien no tiene nada que perdonarte porque no le has hecho nada-, sino Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Como sucede en la Misa cuando el sacerdote para consagrar el pan dice "Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo (ese «mi» lo dice Cristo), cuando te confesás, el que está ahí escuchándote, es Jesús. El sacerdote, no hace más que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos.<br /><br />4. Porque en la confesión te reconciliás con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no sería «completa».<br /><br />5. El perdón es algo que «se recibe». Yo no soy el artífice del perdón de mis pecados: es Dios quien los perdona. Como todo sacramento hay que recibirlo del ministro que lo administra válidamente. A nadie se le ocurriría decir que se bautiza sólo ante Dios… sino que acude a la iglesia a recibir el Bautismo. A nadie se le ocurre decir que consagra el pan en su casa y se da de comulgar a sí mismo… Cuando se trata de sacramentos, hay que recibirlos de quien corresponde: quien los puede administrar válidamente.<br /><br />6. Necesitamos vivir en estado de gracia. Sabemos que el pecado mortal destruye la vida de la gracia. Y la recuperamos en la confesión. Y tenemos que recuperarla rápido, básicamente por tres motivos:<br /><br />a) porque nos podemos morir… y no creo que queramos morir en estado de pecado mortal… y acabar en el infierno.<br /><br />b) porque cuando estamos en estado de pecado ninguna obra buena que hacemos es meritoria cara a la vida eterna. Esto se debe a que el principio del mérito es la gracia: hacer obras buenas en pecado mortal, es como hacer goles en off-side: no valen, carecen de valor sobrenatural. Este aspecto hace relativamente urgente el recuperar la gracia: si no queremos que nuestra vida esté vacía de mérito y que lo bueno que hacemos sea inútil.<br /><br />c) porque necesitamos comulgar: Jesús nos dice que quien lo come tiene vida eterna y quien no lo come, no la tiene. Pero, no te olvides que para comulgar dignamente, debemos estar libres de pecado mortal. La advertencia de San Pablo es para temblar: "quien coma el pan o beba el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y sangre del Señor. (…) Quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11,27-28). Comulgar en pecado mortal es un terrible sacrilegio: equivale a profanar la Sagrada Eucaristía, a Cristo mismo.<br /><br />7. Necesitamos dejar el mal que hemos hecho. El reconocimiento de nuestros errores es el primer paso de la conversión. Sólo quien reconoce que obró mal y pide perdón, puede cambiar.<br /><br />8. La confesión es vital en la luchar para mejorar. Es un hecho que habitualmente una persona después de confesarse se esfuerza por mejorar y no cometer pecados. A medida que pasa el tiempo, va aflojando… se «acostumbra» a las cosas que hace mal, o que no hace, y lucha menos por crecer. Una persona en estado de gracia -esta es una experiencia universal- evita el pecado. La misma persona en pecado mortal tiende a pecar más fácilmente.<br /><br /><span style="font-size:130%;"><em>Otros motivos que hacen muy conveniente la confesión<br /></em></span><br />a) Necesitamos paz interior. El reconocimiento de nuestras culpas es el primer paso para recuperar la paz interior. Negar la culpa no la elimina: sólo la esconde, haciendo más penosa la angustia. Sólo quien reconoce su culpa está en condiciones de liberarse de ella.<br /><br />b) Necesitamos aclararnos a nosotros mismos. La confesión nos "obliga" a hacer un examen profundo de nuestra conciencia. Saber qué hay «adentro», qué nos pasa, qué hemos hecho, cómo vamos… De esta manera la confesión ayuda a conocerse y entenderse a uno mismo.<br /><br />c) Todos necesitamos que nos escuchen. ¿En qué consiste el primer paso de la terapia de los psiquiatras y psicólogos sino en hacer hablar al "paciente"? Y te cobran para escucharte… y al "paciente" le hace muy bien. Estas dos profesiones han descubierto en el siglo XX algo que la Iglesia descubrió hace muchos siglos (en realidad se lo enseñó Dios). El decir lo que nos pasa, es una primera liberación.<br /><br />d) Necesitamos una protección contra el auto-engaño. Es fácil engañarse a uno mismo, pensando que eso malo que hicimos, en realidad no está tan mal; o justificándolo llegando a la conclusión de que es bueno, etc. Cuando tenemos que contar los hechos a otra persona, sin excusas, con sinceridad, se nos caen todas las caretas… y nos encontramos con nosotros mismos, con la realidad que somos.<br /><br />e) Todos necesitamos perspectiva. Una de las cosas más difíciles de esta vida es conocerse uno mismo. Cuando "salimos" de nosotros por la sinceridad, ganamos la perspectiva necesaria para juzgarnos con equidad.<br /><br />f) Necesitamos objetividad. Y nadie es buen juez en causa propia. Por eso los sacerdotes pueden perdonar los pecados a todas las personas del mundo… menos a una: la única persona a la que un sacerdote no puede perdonar los pecados es él mismo: siempre tiene que acudir a otros sacerdote para confesarse. Dios es sabio y no podía privar a los sacerdotes de este gran medio de santificación.<br /><br />g) Necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados: si tenemos las disposiciones necesarias para el perdón o no. De otra manera correríamos un peligro enorme: pensar que estamos perdonados cuando ni siquiera podemos estarlo.<br /><br />h) Necesitamos saber que hemos sido perdonados. Una cosa es pedir perdón y otra distinta ser perdonado. Necesitamos una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Esto sucede en la confesión: cuando recibimos la absolución, sabemos que el sacramento ha sido administrado, y como todo sacramento recibe la eficacia de Cristo.<br /><br />i) Tenemos derecho a que nos escuchen. La confesión personal más que una obligación es un derecho: en la Iglesia tenemos derecho a la atención personal, a que nos atiendan uno a uno, y podamos abrir el corazón, contar nuestros problemas y pecados.<br /><br />j) Hay momentos en que necesitamos que nos animen y fortalezcan. Todos pasamos por momentos de bajoneo, pesimismo, desánimo… y necesitamos que se nos escuche y anime. Encerrarse en sí mismo solo empeora las cosas…<br /><br />k) Necesitamos recibir consejo. Mediante la confesión recibimos dirección espiritual. Para luchar por mejorar en las cosas de las que nos confesamos, necesitamos que nos ayuden.<br /><br />l) Necesitamos que nos aclaren dudas, conocer la gravedad de ciertos pecados, en fin… mediante la confesión recibimos formación.<br /><br /><em><span style="font-size:130%;">Algunos motivos para no confesarse</span><br /></em><br />1. ¿Quién es el cura para perdonar los pecados…? Sólo Dios puede perdonarlos.<br />Hemos visto que el Señor dio ese poder a los Apóstoles. Además, permitime decirte que ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio… Es lo que decían los fariseos indignados cuando Jesús perdonaba los pecados… (podés mirar Mt 9,1-8).<br /><br />2. Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios.<br />Genial. Me parece bárbaro… pero hay algunos peros…<br />Pero… ¿cómo sabés que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchás alguna voz celestial que te lo confirma?<br />Pero… ¿cómo sabés que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta que no es tan fácil… Una persona que robara un banco y no quisiera devolver el dinero… por más que se confesara directamente con Dios… o con un cura… si no quisiera reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere "deshacerse" del pecado.<br />Este argumento no es nuevo… Hace casi mil seiscientos años, San Agustín replicaba a quien argumentaba como vos: "Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: «lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo»?.¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los cielos sin necesidad? Frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo."<br /><br />3. ¿Porque le voy a decir los pecados a un hombre como yo?<br />Porque ese hombre no un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el sacramento del orden). Esa es la razón por la que vas a él.<br /><br />4. ¿Porque le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo?<br />El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que vos…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar al absolución, poder que tiene por el sacramento del orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar… Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.<br /><br />5. Me da vergüenza…<br />Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Además te cuesta, precisamente porque te confesás poco…, en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superás esa vergüenza.<br />Además, no creas que sos tan original…. Lo que vas a decir, el cura ya lo escuchó trescientas mil veces… A esta altura de la historia… no creo que puedas inventar pecados nuevos…<br />Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el diablo quita la vergüenza para pecar… y la devuelve aumentada para pedir perdón… No caigas en su trampa.<br /><br />6. Siempre me confieso de lo mismo…<br />Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido… y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos… Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos… Además cuando te bañás o lavas la ropa, no esperás que aparezcan machas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo… Para querer estar limpio basta querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.<br /><br />7. Siempre confieso los mismos pecados…<br />No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son pecados diferentes, aunque sean de la misma especie… Si yo insulto a mi madre diez veces… no es el mismo insulto… cada vez es uno distinto… No es lo mismo matar una persona que diez… si maté diez no es el mismo pecado… son diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los "nuevos", es decir los cometidos desde la última confesión.<br /><br />8. Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso…<br />El desánimo, puede hacer que pienses: "má si…, es lo mismo si me confieso o no, total nada cambia, todo sigue igual". No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Uno que se baña todos los días… se ensucia igual… Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre… y está bastante limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados… hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.<br /><br />9. Sé que voy a volver a pecar… lo que muestra que no estoy arrepentido<br />Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento quiera luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos… ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé… Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro dejalo en las manos de Dios…<br /><br />10. Y si el cura piensa mal de mi…<br />El sacerdote está para perdonar… Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho siempre piensa bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él… sino porque vos crees que representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etc. Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratis -sin ganar un peso-, durante horas, … si no se hace por amor a las almas… no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención… es porque quiere ayudarte y le importás… aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al cielo.<br /><br />11. Y si el cura después le cuenta a alguien mis pecados…<br />No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la ex-comunión- al sacerdote que dijese algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.<br /><br />12. Me da fiaca…<br />Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero ya que es bastante fácil de superar… Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…<br /><br />13. No tengo tiempo…<br />No creo que te creas que en los últimos ___ meses… no hayas tenidos los diez minutos que te puede llevar una confesión… ¿Te animás a comparar cuántas horas de TV has visto en ese tiempo… (multiplicá el número de horas diarias que ves por el número de días…)?<br /><br />14. No encuentro un cura…<br />No es una raza en extinción, en Argentina hay varios miles. Agarrá la guía de teléfono (o llamá a 110). Buscá el teléfono de tu parroquia. Si ignorás el nombre, buscá por el obispado, ahí te dirán… Así podrás saber en tres minutos el nombre de un cura con el que te podés confesar… e incluso perdirle una hora… para no tener que esperar.<br /><br />P. Eduardo María Volpacchio<br /><a href="mailto:capellania@colegioelbuenayre.edu.ar">capellania@colegioelbuenayre.edu.ar</a>P. Eduardo Volpacchiohttp://www.blogger.com/profile/14811682469946273076noreply@blogger.com